«El perro del hortelano», según Dominic Dromgoole
Por Horacio Otheguy Riveira
He visto innumerables versiones de esta obra, algunas tan sorprendentes como la de Magüi Mira en su brillante debut como directora en 2001, mechada de temas musicales con una gran cama en el centro del escenario. Bella superproducción la de Pilar Miró en el cine de 1996. O con dinámica escénica de hoy, ajustada a referentes académicos pero con puesta en escena muy cercana, la de Helena Pimenta en 2018… Y desde luego la fantástica adaptación dirigida por Laurence Boswell en 2007, producida por la Compañía Rakatá.
Valga esta introducción para señalar que, como tantos otros espectadores, he arribado a los Teatros del Canal con ilusión de ver una versión renovada a cargo de la valiosa Compañía de la Fundación Siglo de Oro (Entre Lope y Marta, El castigo sin venganza, La celestina), y porque el responsable máximo es Dominic Dromgoole, director artístico del Globe, a su vez director de numerosos clásicos en Inglaterra. Esta pieza, de las más populares de Lope de Vega, le permite un doble debut: al frente de un elenco español y sobre un clásico en castellano.
La ilusión se evapora desde los primeros 45 minutos —de una duración de 2 horas y media con descanso— donde se acumulan algunas de las constantes del concepto escénico: magra escenografía, luz constante para el público (sumamente molesta por su capacidad de distracción), y excesiva dimensión de lo añadido con lo esencial. Es decir, mientras el texto está muy bien interpretado, con la solvencia habitual en el dominio del verso lopista, se encorseta a la pareja protagonista y se sobreactúa en un humor atrabiliario, al tiempo que se le quita a la fantástica protagonista toda chispa, obligada a deambular como una aristócrata estática, en permanente choque con la disposición de lo que dice; el erotismo que baña el texto con exquisita delicadeza no se percibe en ningún momento en la trifulca de la dama atraída por su secretario al verle en situación comprometida con su criada. El reiterado lema de ser la circunspecta señora como el perro del hortelano que ni come ni deja comer se desarrolla latoso en la trama central, pesado, sin vuelo alguno, y excesivo en la búsqueda de una comicidad cercana a la farsa desbocada impuesta a los dos pretendientes: uno muy amanerado, el otro en constantes acrobacias corporales.
Cuando empiezo a recordar otras versiones ya pasó la primera hora, signo inequívoco de que la cosa no va a repuntar. Y, de hecho, el segundo acto aumenta los defectos del primero, si bien el texto va a más, como siempre sucede con las mejores obras del autor.
La sonrisa permanente que algunos directores han encontrado en el quiero y no puedo de Diana, Condesa de Belflor, aquí se diluye porque el director impone permanentemente a la muy dúctil María Pastor un estatismo con traje de gran dama en el que no solo no parece que pudiera alentar alguna clase de pasión, sino que la aleja de los encantadores matices del personaje original en lucha interior-exterior entre el debo y el quiero. La estupenda actriz tiene un gran bagaje en variedad de géneros, recientemente muy aplaudida en Curandero, mas aquí se mueve prisionera de una puesta en escena que cuanto más quiere acercarse a las representaciones del siglo de oro, más se aleja de la creación de un clásico formidable por sus muchos aletazos cercanos a nuestros días, dada la vitalidad inconmensurable de Lope de Vega.
Resulta muy difícil señalar aciertos y desaciertos en las interpretaciones porque se les ve marcados por una dirección que les lleva a zonas donde logran el tono y la composición física, pero luego los enlaza con un criterio general arbitrario; así sucede, por ejemplo, con Mario Vedoya, Nicolás Illoro, Jesús Teysiere, Julio Hidalgo y Raquel Nogueira, quienes interpretan a sus personajes con una energía que enamora, a pesar del director que parece ir a la contra de todos. Este tira y afloja produce un irritante cansancio porque se integra en un campo de visión plano, sin picos interesantes, salvo los chirriantes momentos pretendidamente humorísticos.
Lamento mucho que la pujante idea principal del director no se vea en escena:
En El perro del hortelano hay una sensación de cambio de las normas en los límites de la clase social y de la emoción que se da cuando las personas prueban y transgreden esos límites. Se produce una rápida pérdida de identidad y con ésta, una sensación de que las posibilidades son ilimitadas. Como ocurre con el ritmo acelerado de la farsa, esto produce un sentimiento liberado de comicidad divertida, aunque sea una comedia ensombrecida por el peligro. Es también una obra sin pudor en su descripción del deseo y del caos que éste puede producir.
Dirección: Dominic Dromgoole
Adaptación: Dominic Dromgoole / Fundación Siglo de Oro
Intérpretes: María Pastor, Nicolás Illoro, Raquel Nogueira, Jesús Teyssiere, Raquel Varela, Daniel Llull, Manuela Morales, Julio Hidalgo, Mar Calvo, Mario Vedoya
Música: Xavier Díaz Latorre
Diseño de vestuario y caracterización: Jonathan Fensom
Diseño de iluminación: Fernando Martínez
Diseño de escenografía: Fundación Siglo de Oro
Coreografía: Patricia Ruz
Dirección Musical: Luis Miguel Baladrón
Dirección Técnica: Aitana Herraiz
Coordinación de producción: Ana Ramos
Diseñadora de vestuario asociada: Carolina Arce
Prensa: Agua de Lurdes
Diseño Gráfico: Laura Racero
Componente Pedagógico: Francesca Suppa
Distribución: Elena Martínez / Fundación Siglo de Oro
Vídeos e imagen promocional: Jesús Teyssiere
Asistente de Dirección: Carmen Salmerón
Auxiliar de Producción: Pablo Villa Sánchez
Un proyecto de: fundacionsiglodeoro.org
Coproducción: beon y Teatros del Canal de la Comunidad de Madrid
Colaborador: bekultura
TEATROS DEL CANAL. SALA VERDE. Del 3 al 11 y del 21 al 30 de abril de 2021