‘Diario de un joven naturalista’, de Dara McAnulty
Diario de un joven naturalista
Dara McAnulty
Traducción de Inmaculada Pérez Parra
Volcano
Madrid, 2020
285 páginas
Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca
Siendo un adolescente con autismo, un escolar que sufre bullying, un chico con problemas de estrabismo, siendo un dentro de mí y alguien con problemas para consolidar amistades, lo normal sería encontrarse frente a alguien con el corazón de piedra. Y, sin embargo, Dara McAnulty, nos regala algo que, a falta de otra palabra, llamaremos amor. No hay acoso escolar en el monte, no existen los escalones cerebrales en las playas, no importan las deficiencias de la vista si nos enfrentamos al vuelo de los pájaros; al aire libre todo es terapia y se consolida la persona, sin que nuestra autoestima dependa del apoyo de los demás. McAnulty, que con este diario el Wainwritht Prize en el Reino Unido -el más prestigioso galardón a la literatura de naturaleza-, nos confiesa, sin declarar que ésta sea su intención, que el contacto directísimo con la naturaleza es terapia y es bálsamo. Su pasión es de bajo octanaje, y por tanto de larguísima duración, no es de las que golpean, sino de ese tipo de pasiones en las que todo encaja para mostrarnos que podemos elegir la vida como lenitivo. Gracias a la naturaleza sale de dentro de sí a través de la observación. Pero en este diario, un libro sorprendente por lo grata que resulta la lectura, una experiencia a la que nos hemos ido desacostumbrando, observar es lo mismo que sentir. Ni siquiera las limitaciones de las palabras, sus significados y sonidos, son un impedimento para que autor y lector comulguen con la idea de que sí es posible que el tiempo transcurra de una manera diferente, es decir, mejor, a la que estamos acostumbrados: más lento, más sincero.
McAnulty es consciente de las limitaciones que posee por ser adolescente, entre otras la supeditación familiar. Su familia no parece ser de las que se adapten, de las que echen raíces, pero él sabe que vaya donde vaya, habrá un insecto, una hoja de árbol, una nube. La raíz también puede ser nómada, porque de lo que no cabe duda, durante la lectura, es de que nos está demostrando que no es física. Hay un constante movimiento en los diarios, en su vida, y ese movimiento no nos descentra, no nos hace perder el suelo ni quedarnos a la intemperie. McAnulty se aferra a los momentos sin ánimo de crear nostalgia, sino para construir un futuro, una idea de que merece la pena vivir incluso para alguien como él, tan fuera del mundo de Twitter y del planeta de las hormonas: “Nadie me oye, no pueden humillarme o patearme la cara. Aquí abajo estoy a salvo, con los botones de oro y las ulmarias”. Sí padece un acoso a la identidad, pero no expresa nada de amargura, nada de odio: consciente de la dificultad de construirse, se siente silvestre, y eso que en otros casos es consuelo, en el suyo es carácter. Lejos de la obsesión, que sería la palabra con la que muchos descalificarían su forma de asentarse en el planeta, elige todo lo contrario al peligro, elige la liberación, pues si hubiera algo contrario al aire libre sería el aire cautivo. Y lo opuesto al tiempo libre es esta construcción social que nos hace esclavos del tiempo:
“Las cosas que aprendemos son tan cautivadoras como un grifo que gotea, mientras que en el mundo exterior es mucho más fácil compendiar, comprender. Te puedes concentrar en una sola cosa: en una flor, en un pájaro, en un sonido, en un insecto. El colegio es lo contrario, nunca puedo pensar con claridad. Mi cerebro se ahoga con los colores y el ruido, con el recuerdo de que tengo que ser organizado. Tachar cosas de las listas mentales. Intentar contener la ansiedad nerviosa”.
No gastar la energía peleándonos con la ansiedad, es una de las lecciones que este muchacho nos regala. Eso es amor.