Tatsumi, de Yoshihiro Tatsumi. La confirmación de un clásico
Por Rubén Varillas
Tengo la sensación de que nos ha costado aprender a querer a Yoshihiro Tatsumi en occidente. Y eso que fue uno de los primeros mangakas reputados de los que tuvimos noticias. En nuestro país, relativamente pronto. Probablemente fue el primer autor de manga publicado en español. Sus historias aparecieron en El Víbora a comienzos de los 80. Luego, en 1982, La Cúpula recopilaría algunos de aquellos relatos cortos que venía publicando en su revista en el cómic Qué triste es la vida y otras historias (que sin duda hoy definiríamos como “novela gráfica”).
Pese a ello, el impacto de Tatsumi no alcanzó ni de lejos la repercusión que tuvieron algunos de sus compatriotas editados a lo largo de la siguiente década en publicaciones similares. Su realismo, el tono oscuro y desesperanzado de sus relatos, no consiguió cautivar a las audiencias occidentales como luego harían otros dibujantes de manga adulto como Katsuhiro Otomo con su exuberancia cinética ciberpunk o Jiro Taniguchi y el realismo contemplativo de obras como El caminante o El almanaque de mi padre. El sobrio costumbrismo existencial de Tatsumi no estaba envuelto en el halo misterioso y las resonancias míticas que acompañaban a mangakas como Yoshiharu Tsuge o Shigeru Mizuki, cuyo eco llegaba a occidente a través de menciones bibliográficas y referencias en antologías, incluso antes de haber sido publicados fuera de Japón.
No volvimos a tener noticias de Tatsumi en nuestro país hasta bien entrado el nuevo siglo. Más de dos décadas después de su “descubrimiento”, La Cúpula recuperó parte de su amplia producción en Infierno (2004), Goodbye (2004), Mujeres (2006)… Ponent Mon se sumó a la publicación de su obra con La gran revelación (2004) y Venga, saca las joyas (2004). Pero, con todo, daba la impresión de que el gran dibujante japonés seguía sin encontrar su sitio en occidente. Podríamos afirmar que casi ninguno fuimos conscientes de la magnitud de su trabajo y su importancia real dentro de la historia del manga hasta que nos lo mostró él mismo en los dos volúmenes de Una vida errante, la magna obra autobiográfica que el dibujante completó entre 1995 y 2006; y que fue recopilada en su país en dos volúmenes en 2008.
En Una vida errante (Astiberri, 2009) descubrimos que, cuando aquí no se le prestaba suficiente atención, la figura de Yoshihiro Tatsumi ya había entrado en la historia del cómic japonés como padre del gekiga (‘imagen dramática’), género que había de definir un nuevo manga de temática seria y trascendente dirigido a audiencias adultas. La presencia habitual del dibujante en publicaciones míticas como Weekly Shōnen Magazine o la revista de manga alternativo Garo hicieron del gekiga un género familiar entre los lectores japoneses y dotaron a su autor del aura referencial de los pioneros y los auténticos creadores.
La carga autorreferencial de Una vida errante se centra sobre todo en los orígenes artísticos y laborales de Tatsumi; en la influencia esencial que tuvieron en él los consejos de Osamu Tezuka para empujarle a convertirse en dibujante de cómics; en sus esfuerzos por dotar al manga de peso artístico y conseguir para sus cómics la relevancia artística que ya se otorgaba a otros “objetos culturales”; su lucha, en definitiva, por dignificar el lenguaje del cómic entre sus compatriotas y convertirlo en un vehículo de contenidos adultos. No cabe duda de que lo consiguió. En 2015, el año de su muerte, Tatsumi era un autor de culto en medio mundo y después de Una vida errante había podido disfrutar de infinidad de premios (incluido el Premio Cultural Osamu Tezuka en 2009) y de un reconocimiento extensivo dentro y fuera de su país.
La editorial Satori (especializada en cultura y literatura japonesa) acaba de publicar Tatsumi, un cómic en el que se recopilan algunas de las mejores historias cortas del maestro japonés publicadas entre 1970 y 1972; aquellos años de lucha artística que se describían en su autobiografía. No hay mejor resumen a los párrafos precedentes que esa sintética elección patronímica con la que la editorial ha titulado el volumen: Tatsumi. No hace falta más. No es casualidad que el director de animación Eric Khoo hiciera la misma elección para titular su adaptación cinematográfica de Una vida errante en 2010. El propio dibujante nos explica en el “Epílogo” de la edición de Satori, cómo se gestó esta idea de llevar su biografía al cine.
Los relatos seleccionados en Tatsumi (varios de los cuales ya habíamos tenido la oportunidad de leer en nuestro país en las publicaciones de La Cúpula) sintetizan con transparencia la poética del autor y resumen muchos de sus lugares comunes: la sombra alienante de la gran ciudad (“Cría”, “La montaña de los viejos abandonados en Tokio”), la soledad del trabajador asalariado en su lucha por una subsistencia precaria (“Escorpión”, “Querido Monkey”, “La campana fúnebre”), la sexualidad disfuncional como metáfora de la inadaptación social (“Ocupado”, “La primera vez de un hombre”), los estigmas afectivos y las cicatrices de la participación en el bando derrotado de la Segunda Guerra Mundial (“Infierno”, “Goodbye”), etc. Recordemos que el propio Tatsumi vivió episodios de cierta precariedad y falta de reconocimiento entre las décadas 80-90.
Como sucede a lo largo de toda su producción, muchos de los episodios recogidos en este volumen incluyen elementos de naturaleza autobiográfica. En algunas de sus historias, Tatsumi apenas se esconde detrás de sus personajes. No sólo por la elección gráfica para sus personajes de un realismo caricaturesco que nos recuerda constantemente al protagonista de Una vida errante, sino por el desarrollo mismo de situaciones y escenarios en los que es fácil imaginar al propio autor, como en la del dibujante de cómics infantiles que protagoniza “Ocupado” y que, en un momento de decepción profesional, decide empezar a dibujar comics para adultos de contenido erótico. Biografía y ficción parecen confluir también en el realismo sórdido de “La campana fúnebre”, la historia de un joven boxeador que se desliza hacia su propia autodestrucción, en la que el autor utiliza sus conocimientos pugilísticos adquiridos en el gimnasio de boxeo que frecuentó durante su juventud.
Como hemos visto, Tatsumi ya no necesita presentaciones, sin embargo, este volumen será una buena introducción para todos aquellos que aún no le conozcan. La selección de relatos incluye algunas de sus historias cortas más singulares y conmovedoras, como “Infierno”, “Querido Monkey” o “Goodbye”. Además, gracias a los textos que acompañan a la edición (al “Epílogo” del propio Tatsumi se une una “Breve nota biográfica”, no tan breve, y un estudio “Sobre las historias publicadas en el presente volumen”) el lector será capaz de profundizar en la figura y obra de uno de los maestros del manga: el padre del gekiga.