Reseña de “El corazón y el mar”, de Carlos Javier Morales
Por Jorge de Arco.
Francesco Morelli escribió tiempo atrás que “Tan sólo en el mar y en el corazón / podrá encontrar el hombre su verdad”. Desde su Lampedusa natal, que apenas abandonó, entendió el poeta italiano que lo más trascendente era la perfecta conjugación entre los colores y los aromas marinos y la emoción que brota desde el alma.
Tras la lectura de El corazón y el mar (Rialp. Adonáis, 2020), de Carlos Javier Morales (1967), he recordado aquellos versos del autor transalpino. Porque frente esa misma condición pareciera postularse el poeta tinerfeño para dar fe de su vida y de sus versos.
En 2017, se editaba Una luz en el tiempo, antología que recogía los veinticinco años que Carlos Javier Morales llevaba al pie de la poesía. Ahora, este octavo poemario, incide en la cotidianeidad que vela intensamente su humano acontecer. Ya en la “Advertencia” que sirve de pórtico, anota:
No me atrevo a decir lo que veo,
porque es mucho mayor lo que no veo:
lo que somos tú yo, lo que retumba
en todos los rincones de esta casa
cuando tú entras en ella.
Cosido a esa premisa, a esa incesante resurrección, el yo lírico no oculta la intención de celebrar su verdad y su acordanza. Y todo ello, mirando de frente hacia unas aguas que van allende de sus propias fronteras y actúan como cómplice bálsamo:
Apoya tu cabeza en esta roca
y oye el rumor del tiempo;
el tiempo de las olas que rompen junto a ti,
el tiempo más real, tiempo del mundo.
Duerme tendido en esta roca;
la que no sabe nada
de tu dolor,
de tu cansancio,
del tiempo solitario en que has vivido.
Dividido en cuatro secciones, “Mar del mundo”, “En la costa”, “Por los caminos” y “En la gran casa”, el conjunto signa un paisaje común, desde donde se alza una luz infinita, límpida, que sirve de guía a todo cuanto se enciende en derredor de lo vivido y por vivir. Porque una sintaxis íntima, una sustancia de desnuda claridad se extiende como un mar corazonado por entre estas páginas:
Ha llegado la noche como una hora más
del único vivir que nos da vida.
El suelo de la casa se pisa más que nunca,
la cena se mastica con deleite
y preparar la cama es tarea gozosa
de este día completo que se niega
a cumplirse del todo.
La sobriedad de un verso acordado, con un ritmo muy bien medido, sostienen, a su vez, un poemario equilibrado, armónico en su decir, que respira y se baña en un universo que aviva la materia amatoria. Porque Carlos Javier Morales hace también inventario de una conciencia coincidente con las calles, con los territorios, con los protagonistas que forman parte de su existencia. Y, junto a ellos, los que no están, pero que otrora fueron estímulo y razón de ser:
Por las calles del pueblo,
por las calles eternas de mi pueblo,
oigo cómo me siguen los pasos de mi madre.
Allá, en el cementerio, no los oigo;
su lápida y mi oído son dos mundos diversos.
Al cabo, un libro edificado sobre la hermosa marea de los anhelos conquistados, sobre la historia que comienza en uno mismo y termina en el prójimo.
Muchas gracias, querido Jorge, por haber leído mi libro y penetrado en él con tu clarividencia. Me alegra mucho que te haya gustado tanto. Un abrazo.