Una nueva «Mariana Pineda» con Laia Marull: «¡Noche temida y soñada; que me hieres con larguísimas espadas!»
Por Horacio Otheguy Riveira
Podría decirse que Laia Marull deambula entre sueños, tras un tríptico de mujeres potentes de las que encuentran caminos luminosos en lo más tenebroso, cercana al poema de Olga Orozco y su certeza de que La oscuridad es otro sol.
Tríptico de mujeres potentes, visto desde Madrid, donde rara vez nos visita Laia Marull afincada en Barcelona, formidable actriz todoterreno, animal escénico, monstruo ya, tan joven aún. Animal. Monstruo. Palabras elogiosas en el mundo teatral, superlativas admiraciones. Mucho hay de animal poético, de fuerza de la naturaleza en cualquiera de las interpretaciones de quien fue una Hedda Gabler insólita, así como la joven protagonista de Incendios, mundos apuestos inmersos en nuestra época, y ahora en el siglo XIX de Mariana Pineda con voz atemporal, energía cautivadora.
Tríptico donde la vida y la muerte se entrelazan en una danza mágica que exige la vibrante comunión con una actriz que se disuelve intensamente en la pasión de interpretar a otras, «cuanto más complejas y contradictorias, mejor, reviven mis propios fantasmas y aprendo a conocer mejor a mujeres diferentes».
Para la mayoría, todo empezó con una humillante victoria, valga la paradoja: la película Te doy mis ojos, donde amaba con el candor de quien confía en que tantos golpes inmerecidos dejen de alcanzarle, y que ya solo se le ofrezca la misma pasión desinteresada que ella brinda. Pero no es así. El marido, que asumió la enfermedad de los celos violentos y cedió a un tratamiento psicoterapéutico, aparentó interpretar el papel del manso cambio. El hombre íntegro, comprensivo, apasionado y tierno termina poseído por la furia del otro que regresa de la caverna donde se había metido, y humilla a su mujer, tan feliz en la conquista de nuevos espacios, obligándola a destruir el flamante sueño en que se había embarcado. Desnuda del traje feliz con que iba a salir de casa, la encierra en el balcón, a merced de todo el que quisiera mirarla, y ella se orina. Una de las escenas más tremendas del cine español en el contexto del abuso de poder sobre una mujer indefensa.
Te doy mis ojos fue un éxito tremendo que hizo de la humillación un modelo de barbarie masculina de quien se dice enamorado de su víctima. Del horror surgió la esperanza de servir de vehículo de un mensaje redentor. La lucha continúa y aquel personaje desvalido nunca más caerá en brazos semejantes.
Hedda Gabler y Nawal joven
El noruego Henrik Ibsen revolucionó la escena mundial con Casa de muñecas, estrenada en 1879 en Dinamarca: una mujer rompía con su marido y le abandonaba con sus hijos dando un portazo. En 1890 en Oslo, otra mujer se enfrentó al ámbito burgués de donde necesitaba huir con uñas y dientes: Hedda Gabler nada tiene que ver con la dulce, y finalmente implacable, Nora Helmer, harta de ser una muñeca sin dignidad entre las manos de su marido banquero.
El actor-director David Selvas montó una Hedda Gabler muy distinta a lo habitual. Mientras sus colegas la presentan como una altiva niña bien en desfile de modelos, en 2012-2013 rompió amarras con Laia Marull de protagonista lanzada al ruedo como si se tratara de un psiquiátrico, desbocada, en busca de otro espacio, con salvaje animadversión al mundo burgués al que pertenece: irresponsable, frívola, manipuladora, misteriosa, histérica, un volcán en erupción que la actriz sirvió sin contemplaciones, metida al fondo de un ser desesperado y desesperante.
Entre 2016-2017, Nawal fue personaje protagonista de Incendios, la obra maestra del libanés-canadiense Wajdi Mouawad, una impetuosa joven que ama desenfadada y valientemente en tiempos cada vez más violentos. Compuso con gran talento a la protagonista en su difícil periplo de la excitante adolescencia a la dramática madurez, hasta que en su vejez asume una serena sabiduría a cargo de Nuria Espert. Fue una colosal aventura dirigida con maestría por Mario Gas.
Mariana Pineda, de García Lorca y Hernández-Simón
En todos estos años, también hizo cine, teatro y televisión, en catalán y castellano. Como todo su proceso resulta inabarcable, navegamos en este trío de extraordinarios personajes en relativa poca distancia uno de otro. A finales de 2019 y ahora —posconfinamiento— 2020-2021, la bondadosa Mariana alcanza en Laia Marull una nueva estatura.
Personaje histórico que renace en una concepción estética simbolista que respeta la época original y la trasciende con exquisita combinación de tonalidades entre las cuales destacan telas/redes rojas para el rojo pasión de una mujer que asume el coraje como una forma indeleble de quien sabe que ser es ser percibido en su totalidad, sin carantoñas al poder establecido.
La proeza de ser ella misma en tiempos muy difíciles hizo de la tragedia de Mariana Pineda (Granada, 1804-1831) un emblema preñado de esperanza para millones de mujeres. Tan joven, tan injustamente ejecutada por defender la noble solidaridad ante la corrupta monarquía, fue una joven ardiente que luchó a su vez por amor. Viuda y madre de dos hijos de corta edad, fue denunciada por haber bordado en una bandera la leyenda «Ley, Libertad, Igualdad» y acusada de pertenecer a una conspiración liberal.
Muchos escribieron sobre ella a lo largo del tiempo, y para García Lorca fue su único personaje histórico. Escrita entre 1923 y 1925, se estrenó en Barcelona en 1927 con su musa Margarita Xirgu al frente del elenco. Volvió a representarse en España en 1967 con María Dolores Pradera en el Marquina de Madrid, cuarenta años después.
Escena VII
Mariana:
Si toda la tarde fuera
como un gran pájaro, ¡cuántas
duras flechas lanzaría
para cerrarle las alas!
Hora redonda y oscura
que me pesa en las pestañas.
Dolor de viejo lucero
detenido en mi garganta.
Ya debieran las estrellas
asomarse a mi ventana
y abrirse lentos los pasos
por la calle solitaria.
¡Con qué trabajo tan grande
deja la luz a Granada!
Se enreda entre los cipreses
o se esconde bajo el agua.
¡Y esta noche que no llega!
¡Noche temida y soñada;
que me hieres ya de lejos
con larguísimas espadas!
Mariana Pineda es una mujer que se rebela contra todo lo establecido en su sociedad, y lo hace no con el ánimo de pasar a la historia o de ser una gran heroína del pueblo, tampoco por conseguir unos ideales intelectuales y políticos, ni tan siquiera lo hace por amor. Mariana Pineda se mueve al compás de su propio corazón, un corazón libre que no entiende de normas, de géneros y que sobre todo, no entiende de miedo. Lorca, a través de esta mujer, nos hace ver que tan sólo existen dos tipos de personas en el mundo, aquellas dispuestas a seguir sus certezas hasta el final y aquellas que a la hora de la verdad, cuando todo comienza a complicarse, prefieren esconderse.
Y hemos de preguntarnos como espectadores de esta carta de amor que nos escribe Federico, qué tipo de persona somos nosotros, si un torrente como Mariana o por el contrario somos islas, eternamente quietas y rocosas, como el resto de los personajes de la trama. Y no importa si hablamos de ideales, de sueños…o simplemente de amor…. Hay certezas que se tienen tan sólo una vez en la vida… Mariana y Federico lo sabían…y por eso las defendieron…hasta el último aliento.
Javier Hernández-Simón, versión y dirección
Todo este torbellino de pasiones reaparece en cuerpo y alma de Laia Marull, tras una carrera apasionada entre personajes que construyen su propio destino, a menudo entre tinieblas. Unifica la ternura del personaje con su coraje y su dolor de una manera que la identifica con los más ricos estilos interpretativos, aquellos que huyen naturalmente de los lugares comunes del recitativo.
Brotan las palabras del poeta en un teatro vigoroso donde Marull se siente plena, libre, y sobre todo cómplice de una Mariana compañera de ruta ante la necesidad de romper ataduras y volar con alas propias. La tragedia de su muerte por garrote-vil con solo 26 años, ilumina la esperanza de mujeres que se resisten a toda sumisión. En escena reaparece como un fantasma muy real, cargada de razones, preñada de ilusiones, ya consciente de que la palabra esperanza implica mucho esfuerzo, algunos sacrificios, innumerables satisfacciones en el acto de ser coherente con ideas y sentimientos frente a un mundo bárbaro capitaneado por hombres. La obra de Lorca hace moderada justicia al gran personaje, ya que lo sentimentaliza en exceso, algo que esta puesta en escena potencia en un marco simbolista. Tal y como se plantea, parece que Marianita (así la llaman varios personajes) es pura pasión, también sexual, por encima de ideales liberales que defendió con mucho coraje en la llamada vida real. Laia Marull aporta grandeza a esta exacerbada emotividad y a través de ella aflora el brío de una joven que padece y goza en una nube de ensueño que la protege incluso en el momento de la muerte, confiando en un mundo paradisiaco del otro lado de una existencia rodeada de prejuicios, mezquindad y autoritarismo.
¡No se podrá comprar el corazón de nadie!
Ahora sé lo que dicen el ruiseñor y el árbol.
El hombre es un cautivo y no puede librarse.
¡Libertad de lo alto! Libertad verdadera,
enciende para mí tus estrellas distantes.
¡Adiós! ¡Secad el llanto!
Contad mi triste historia a los niños que pasen.
¡Yo soy la Libertad porque el amor lo quiso!
¡Yo soy la Libertad, herida por los hombres!
TEATRO ESPAÑOL. SALA PRINCIPAL. DEL 27 DE ENERO AL 7 DE FEBRERO 2021
Excelente representación, vista desde la televisión.
¡Ay Madrid que todo lo lleva!
La nueva libertad ahoga nuestras cabezas.
De norte a sur de este
A oeste todo lo nieva
Con su triángulo derruido
Arena grande que seca
De su alrededor lo vivido
Y deja una rota muñeca
A este cuadrado ya olvido
Sin sus altas alas no vuela.