‘Kuessipan’, de Naomi Fontaine
Kuessipan
Naomi Fontaine
Traducción de Luisa Lucuix
Pepitas
Logroño,
99 páginas
Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca
Si tu entorno está colmado de abortos y de alcoholismo, sobre un lecho de frío bastante indigesto, si se impone la desidia por culpa de causas sociopolíticas, si se trata de un lugar y una gente con la extraña conciencia de existir por inercia, la posibilidad de que exista poesía es tan escasa como la de que nazca una amapola en un estercolero. Pero a poco que una parte del alma se empañe con algo de sensibilidad, deseará que exista esa poesía y pondrá a trabajar sobre ese deseo lo mejor de uno mismo: una capacidad de observación que se significa por la certeza de saber que uno va aprendiendo y que aprender no siempre es grato. El malestar es un maestro, como lo es la ternura.
A pesar del malestar que muestra Naomi Fontaine en estos textos, se trasluce una ternura que se va sobreponiendo a la dureza de la vida en la reserva innu de Uashat, en Quebec. El retrato que nos ofrece Fontaine tiene una poesía propia de los malditos, y viene en un formato fragmentado. ¿Cuándo se recurre a la fragmentación? Generalmente, cuando se proyecta en negro sobre blanco un territorio y una gente que también están fragmentadas. Si lo vemos así, sin construir, incompleto, no es debido a que todo se haya venido abajo, sino a reconocer nuestra capacidad -en este caso la de Fontaine- de no entender nada.
Hombres perdidos, como si fueran homúnculos, truncados por las circunstancias, desnortados, que habitan un mundo disociado, en el que el buen salvaje se combate con la denuncia de la inexistencia del mito del buen salvaje. Así, se nos ofrece un retrato de lo que da vida y de lo que va quitando vida, un retrato de la supervivencia con un romanticismo que es, a su vez, pura denuncia. Porque la contaminación va acaparando el ambiente, en todas sus acepciones; porque se odia al nido y se cuestiona hasta qué punto uno debería dejarse llevar por el peso de un pasado atribuido, ese que, a falta de otra palabra, llamaremos étnico.
Y, sin embargo, a pesar de la poca luz, a pesar de las horas de frío, a pesar del suelo de barro, a pesar de las adversidades humanas, no se trata de un libro pesimista. En Kuessipan existe optimismo, pues la belleza sigue siendo un atributo del observador, y el observador inteligente es capaz de hallarla hasta en ese estercolero que está a la espera del tiempo de las amapolas.