La cizaña del Coronavirus
En las primeras semanas de este confinamiento mundial, el 26 de marzo, falleció en París el dibujante Albert Uderzo, creador, junto a René Goscinny, de las aventuras de Asterix, ese héroe entrañable, bajito, astuto y líder natural de esa pequeña aldea poblada por irreductibles galos que resiste todavía y siempre al invasor.
Muchos de los aficionados a la esotérica, las bolas de cristal y las predicciones (como los que se lanzan rápidamente a citar a Nostradamus ante cualquier calamidad; los numerólogos que analizaban el pasado diciembre el número 2020 buscando significado en la estética repetición de sus dígitos; o los Sherlock Holmes de las profecías que analizan libros, películas, series etc. escrutando vaticinios para, en definitiva, restar valor a la creatividad artística y asignársela a poderes sobrenaturales); muchos de esos, decía, mezclaron en los obituarios sobre el dibujante francés algunas viñetas de “Asterix en Italia” en la que Asterix y su inseparable Obelix se enfrentaban en una carrera de cuadrigas a un enigmático personaje enmascarado llamado “CORONAVIRUS” quien, al final, resulta ser el ambicioso Julio César que lucha incansablemente (como todo dictador) para dominar como sea a los rebeldes galos.
Sin embargo, si de establecer paralelismos se trata, de entre las decenas de álbumes de Asterix existe otro que sería mucho más apropiado para reflejar el momento que vivimos. Probablemente sin saber que lo hacía con vocación universal y eterna, Uderzo lo dibujó en 1970 y se titula “La cizaña”. En él, el imperio romano, desesperado por no ser capaz de dominar a la pequeña aldea gala por la fuerza de las armas, prepara un maquiavélico plan para hacerla desaparecer: sembrar la cizaña entre sus habitantes para que se destruyan entre ellos. Para ello encarga la misión a un antiguo prisionero de nombre maloliente, Perfectus Detritus, que siembra el odio, el enfrentamiento y la división allá por donde pasa, incluyendo en las propias huestes romanas y, al final, también en la pequeña aldea gala.
Los que no conozcan esta historia siempre la pueden encargar en su librería independiente, pero su relectura resulta reveladora para los tiempos que corren. Especialmente, en esta aldea ibérica en la que la gente anda revuelta, peleona y nostálgica por las cosas que ya no se pueden hacer en la “nueva normalidad” que ahora empieza. Por los planes interrumpidos, las vacaciones aplazadas, los encuentros limitados, las distancias, las restricciones… Sin embargo, creo que poco tardará en instalarse una nostalgia por las primeras semanas del confinamiento. Nostalgia por una sociedad con su vida diaria reducida a balcones y pantallas pero en la que, incluso navegando en el desconcierto y la dificultad, primaba la razón, la solidaridad y el entendimiento.
Pura ilusión. La del sueño de una noche de primavera.Fue bonito mientras duro.
Ahora hay que bajar a la realidad y basta salir a la calle para darse cuenta de que la nueva normalidad solo es una nueva versión de lo que ya éramos: los restos de un naufragio, el de una sociedad dividida, polarizada y aún envenenada por el legado de un pasado oscuro que está sin resolver e impide concebir la realidad de otro modo que no sea la confrontación, los bandos y la lógica excluyente de “conmigo o contra mí”, “o totalmente conmigo o también contra mí” y el “ellos o nosotros”.
Toda sociedad tiene momentos claves en la historia en los que le toca medirse a sí misma, ponerse a prueba y demostrar si puede dar la talla. Pues bien, esta ha sido la prueba que confirma nuestra talla. Esto es lo que somos.
Enrólate, dicen.
Me ha encantado! Tienes razón, pero creo que nos ha faltado la pócima secreta que preparaba el druida panoramix, así hubiésemos sido más fuertes y no nos hubiésemos sentido enfermos, invadidos y engañados por los romanos.
Como siempre impecable Fernando Travesi…excelente columna.
Fabuloso artículo…. Seremos capaces de dar la talla? Ojalá….