Reseña de “Poemas esenciales”, de Etheridge Knight
Por Jorge de Arco.
“Morí en Corea de una herida de metralla y los estupefacientes me resucitaron. Morí en 1960 cuando me mandaron a la cárcel y la poesía me devolvió a la vida”, escribió Etheridge Knight (Mississippi, 1931) al hilo de Poems from Prison (1968). Fue aquella la primera entrega del autor norteamericano, a la que seguirían otras más, entre las que destacan: Belly Song & Other Poems (1973), Born of a woman, New and selected Poems (1980) y The Essential Etheridge Knight (1986), merecedor del “American Book Award”.
Tras servir en el ejército de los Estados Unidos en Corea de 1947 a 1951, en 1960 fue arrestado por robo a mano armada y condenado a una pena de ocho años en una prisión de Indiana. Y allí, precisamente, fue donde descubrió el valor de la palabra, la fuerza del verso, el poder de la literatura. Aquel bálsamo contra el dolor y la reclusión se convirtió, al cabo, en un medio de vida, pues la docencia le permitió impartir clases en varias Universidades (Pittsburgh, Hartford y Lincoln). En 1991, murió a causa de un cáncer de pulmón dejando tras de sí una personalísima estela lírica y humana.
La aparición de Poemas esenciales (Valparaíso, Granada, 2020) acerca la voz de un autor que halló en el vigor de su verdad vital la temática más recurrente para su decir. Con un tono de acentuada narratividad, sus poemas fluyen vigorosos, cristalizados en una rebelde consciencia. Desnudada de tangenciales accesorios, su mirada estremece en tanto retrata, en muchas ocasiones, un ayer fulgurante, turbio, doliente:
El carcelero me dijo el otro día
(ingenuamente, creo): `Dime, Etheridge
por qué es que los muchachos negros no os escapáis
como hacen los blancos?´
Dejé la mandíbula floja, me rasqué la cabeza
y dije (ingenuamente, creo): `Bueno, señor,
no estoy seguro, pero supongo que porque
no tenemos lugar adonde escaparnos´.
Por vez primera se traduce en España la poesía de Etheridge Knight. Juan José Vélez Otero ha vertido al castellano, con sapiencia y rigor, esta jugosa antología, y en su revelador prefacio apunta: “Una vida dedicada a la poesía, a la creación, al refugio en las drogas, al ansia de libertad, a la desesperación, al conflicto contra el miedo, la injusticia, la pobreza, la enfermedad y la opresión; a la agonía y a la resurrección, a la digestión de las míseras experiencias de su infancia; en definitiva, a los problemáticos testimonios de la existencia humana”. Y, en efecto, al hilo de estas páginas, el lector hallará un testamento sincero y turbador de supervivencia en un ambiente tan complejo e inaceptable como el de la segregación racial: “Nací negro en Misisipi, / anduve descalzo por el lodo”.
Knight, como tantos otros escritores y escritoras afroamericanos (Mari Evans, Tom Dent, Isabella Mª Brown, Ted Joans, Calvin Hernton, Jay Wright, Dudley Randall, Langston Hughes Claude Mc. Kay, Maya Angelou…) inclinó su verso hacia un cierto escapismo, hacia una ensoñación de ideales posibles, hacia una denuncia social y esperanzadora frente a la evidencia de una felicidad resignada:
Los Poetas Negros deben vivir, no saltar
desde los puentes de acero (como hacen los chicos blancos).
Los Poetas Negros deben vivir y no poner
sus cuellos en los raíles del tren (como hacen los chicos blancos) …
… Dejad que Todos los Poetas Negros mueran como Trompetas
y que sean enterrados en el polvo que levantan los pies al desfilar.
En suma, una sugestiva y enriquecedora compilación, donde también cabe lo mítico, lo religioso, lo erótico, lo sensible y lo amatorio, en una suerte de poesía expresiva y estimuladora:
De noche,
en la cálida oscuridad,
el olor a mujer colmaba la habitación
y fluían juntos nuestros ríos…