Mantén la calma y sigue adelante
“Keep Calm and Carry On”, decía el icónico poster que el gobierno británico mandó imprimir en el albor de la segunda guerra mundial para mantener la calma y la moral de los ciudadanos. Los mismos con los que estoy considerando empapelar el pasillo de mi casa para recordármelo cada mañana antes de conectar internet o salir a la calle: “Mantén la calma y sigue adelante”.
“La desgracia del hombre se debe a que no sabe permanecer tranquilo en su habitación”, me recordaba esta semana un escritor y amigo colombiano (grande en ambos aspectos) que decía Pascal. Así es. Aunque en el siglo XVII en el que vivió el genio francés no existía la híper-conectividad ni las grietas de las redes sociales por las que hoy se puede filtrar el mundo entero hasta los pliegues de las sábanas a no ser que uno haga el esfuerzo firme y decidido por desconectarse y graduar o evitar la avalancha de ruido y (des)información.
Toda sociedad tiene momentos en la historia en los que le toca medirse a sí misma, ponerse a prueba y demostrar si puede dar la talla. Ocurre, sobre todo, cuando el contexto y las situaciones de la vida la ponen al límite. Nos ocurre lo mismo a las personas. Es fácil ser un honrado ciudadano en Oslo en el transcurso ordenado de una semana cualquiera, pero es mucho más difícil comportarse correctamente en una guerra o en una situación de emergencia. El ser humano muestra su verdadera naturaleza y la integridad de su alma cuando tiene que demostrar sus principios poniéndolos en práctica. No cuando los tiene reposando, adormilando cómodamente, en un entorno acolchado.
En este sistema social que hemos creado en el que el individualismo va marcando la pauta y se reivindican constantemente los derechos, resulta muy difícil dar un cambio de timón en la consciencia colectiva y actuar sólo a base de deberes cívicos. Y parece que hay que llegar al límite para recordar la función y el valor de los servicios públicos y para que la responsabilidad que todos tenemos como ciudadanos se ponga al servicio del bien común.
Todos nos creemos capaces de hacer grandes cosas. Y fantaseando con el momento idealizado de cruzar la meta o clavar la bandera en la cumbre (ese momento instagrameable del aplauso) se nos olvida que toda heroicidad es el resultado de una larga secuencia de pequeños gestos y esfuerzo diario. Que para entenderla no basta con contemplarla un segundo a vista de pájaro.
Afortunadamente, hay mucha gente que saca lo mejor de sí misma en medio de las emergencias y las tragedias. Que no solo cumple con su labor sino que demuestra su compromiso, fortaleza y vocación de servicio. Ahí están, sin ir más lejos, quienes están trabajando sin descanso para compensar las deficiencias de los sistemas de salud pública recortados y empobrecidos a lo largo de los últimos años. (¿Nos acordaremos de ellos cuando todo esto pase? ¿Se les concederá el debido reconocimiento social a través de premios y homenajes solamente o también se sacarán lecciones y tomarán medidas para revitalizar la importancia, los medios y el papel de la sanidad pública?)
También hay muchos otros que guiados por el deber cívico se comprometen con la situación y colaboran con responsabilidad siguiendo las instrucciones, tomando en cuenta los intereses de los más vulnerables y ayudándoles en lo que puedan.
Y también los hay que no. Repartidos por las diversas esferas políticas, mediáticas y sociales abundan también quienes siguen manteniendo inalterable su “modo de vida”, exacerbando el consumismo mediante aprovisionamientos sin sentido, insistiendo en circular libremente, contribuyendo a la alarma social, el miedo y la desinformación delante de las cámaras o a golpe de tweet o o haciendo cálculos para sacar el mayor rédito político o económico posible.
Toda sociedad tiene momentos en la historia en los que tiene que medirse a sí misma. En estos tiempos tan intensos en los que vivimos, llenos de cambios vertiginosos e incertidumbre, esta no es la primera vez ni será la última. Y, como ocurre con tantas pruebas en la vida, cada examen es diferente. Unos se aprueban y otros no.
Amanecerá y veremos. Lo que ocurra será, simplemente, el verdadero resultado de nosotros mismos.
De momento, como decía Pascal, en mi entorno inmediato y consciente de mis privilegios, buscaré mi deber y la tranquilidad entre las paredes de mi habitación —esmerando el perfil de los ladrillos, vigas y renglones que dan forma a mi cuarto propio— en el que se puede vivir sin mascarilla, dosificar los aluviones de noticias y opiniones y mantener el contacto personalizado a través de mensajes, videollamadas, correos electrónicos y cartas de papel, con sobre y sello, como las que aún me envían, inasequibles al desaliento y fieles a la tradición, dos personas de mi entorno.
Seguimos hasta el infinito y más allá. Un abrazo afectuoso.
Espero q aprobemos muchos…, cuídate y cuídalos. un fuerte abrazo.