‘Breviario de la estupidez’, de Alain Roger

RICARDO MARTÍNEZ.
A sabiendas de que el discurso de los hombres puede llegar a ser infinito (y que éste no siempre se preocupa de elaborar su discurso de acuerdo a una lógica estricta, un razonamiento sereno o una voluntad pulcramente constructiva) parece lógico pensar que alguno de estos resultados, alguno de estos discursos, puedan entrar dentro de lo que el título de este libro incisivo, inteligente y perspicaz sugiere (A título anecdótico, y haciendo relación a una prosa supuestamente amistosa y cotidiana, en una ocasión prosaica, uno de los paisanos asomado a la barandilla del muelle, en un hueco que juzgó propicio dentro de la charla, le dijo al otro: ‘desde luego, si hubiese que pagar por lo que se habla, tal como ocurre con el teléfono, creo que tú ya hablarías bastante menos’. De lo que parece poder deducirse que el monotema de uno de los contertulios no debía ser un ejemplo de prosa brillante y necesaria; tal vez lo contrario)

Si nos atenemos a que el tema que nos ocupa alude, o quiere aludir, al discurso literario, el riesgo de palabras innecesarias resulta amplio y variopinto a juzgar por los ejemplos que la propia literatura ha recogido –y recoge cada día- ya se refiera a comentarios autorales y refrendados, ya a diálogos más o menos trascendentes. Alain Roger, el autor de este sustancioso breviario, cita como una obra de referencia, por su interés, el Diccionario de la estupidez y de los errores de juicio (París, 1991) En su contenido, a buen seguro, no se atiende a lo que Nietzsche quiso que fuese la función de la filosofía, “hacer daño a la estupidez” Al contrario, pues, señala Deleuze, se ha empeñado en apartarla de su ámbito de reflexión sustituyéndola por otros objetivos, sin duda más asequibles, como el error, la ilusión, etc.

Digamos, pues, así, que el hombre, el objeto de deseo para el pensamiento, sigue sin gozar de una reputación intachable en lo que hace al uso verbal.

Escribe el propio Roger en un apartado concreto (p.127) “La cábala de los devotos –sociedad de nobles y poderosos que se opuso en su día a la representación del Tartufo(ou ‘l’imposteur’ que llevaba por subtítulo) de Moliere- es sobre todo una cábala de tontos, unos fanáticos convencidos de su poder. El contexto histórico, por muy interesante que sea, tanto para Tartufo y Don Juan como para El barbero de Sevilla y Las bodas de Fígaro solo tiene un valor documental y lo esencial, en adelante, es que estas comedias, al margen de cuáles sean los vicios vituperados, se nos presentan tal y como eran: una puesta en escena de la estupidez universal”

Como alusión a la didáctica más universalizadora, habría que convenir aquí que siempre, siempre, de la obra de los otros cabe la posibilidad de aprender: bien lo que se debe hacer, bien lo que no se debe hacer. Y la historia del hombre (afortunadamente) aún no ha concluido. Queda por recoger todavía la historia textual de los twits más ‘relevantes’, incluyendo entre los insignes autores a distintos presidentes ejercientes en ese arte simulado que llaman Política.

¿Por qué habrá pensado así Camus, hombre sabio a propósito del hombre, cuando escribió: La estupidez insiste siempre.

¿Será, al fin, que no existe el remedio?

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