CRÍTICA/ Hechizo y sensibilidad en la obra de Robert Liddell
RICARDO MARTÍNEZ.
Autor: Robert Liddell.
Título: Los últimos hechizos.
Editorial: Lumen, Barcelona, 2005.
Tengo para mí que la buena literatura puede ser, muchas veces, la más aérea, la aparentemente menos argumentada. Por ejemplo, dos hermanos muy unidos –muy vinculados emocional y estéticamente- se ubican en una ciudad universitaria de Inglaterra. Allí nada es grande, sin embargo (y ello se va deduciendo con mayor veracidad a lo largo del transcurso de la novela) todo es significativo, humanamente relevante. Ya sea la orilla del río en alguna de las estaciones, ya sea la indumentario del viejo y solitario profesor, ya, lo que resultará más delator en el sentido ontológico, el oculto dolor de una buena mujer que lo ha entregado todo (desde luego también el valor de su vida) en favor de los suyos, y han de ser éstos (concretamente ésta, su hija) la que le habrá de traicionar de la manera más vil. Lo que pone en evidencia dos cosas: de una su torpe e interesada maldad, de otra el gesto solidario de aquellos más próximos que sí son sensibles a la soledad y la frustración emocional de una mujer luchadora.
Nunca es tarde para volver sobre los mismos presupuestos de la literatura; ésta es un ejercicio de artesanía que consiste, sencillamente, en juntar palabras. ¿Sencillamente? Ahí nace el genio, el escritor de brío que sabe, mediante la alusión, el matiz, el sentido del humor, los diálogos más o menos densos acerca de temas como la religión o el arte, desentrañar las interioridades de un reducido grupo de vecinos, distintos y sin embargo complementarios.
Se trata, en suma, de una lectura gratificante, constructiva, con una reiterada (poco inocente) alusión a lo estúpido de la guerra, de todas las guerras.
Por fin, al final lo que queda es casi una lección moral. En lo sencillo está la virtud, y habrás de recibir de los otros aquello que haya tenido, por tu parte, de gesto solidario, de receptividad ante las innumerables pequeñeces o debilidades de las que todos estamos hechos.
Patrick White, un excelente escritor un tanto olvidado, ha dicho del autor de ‘Los últimos hechizos’: “es uno de esos novelistas que se sientan tranquilamente a escribir clásicos durante toda una vida” y yo creo que, dentro de la magnanimidad de su expresión, no va del todo descaminado.