Asombrosa versión de Romeo y Julieta con Jorge Padín
Por Horacio Otheguy Riveira
Un solo actor para dar vida a la romántica tragedia de dos adolescentes tan apasionados como condenados a ser víctimas de un odio irracional y del azar embozado en un destino propio de grandes melodramas. Y haciendo honor a este género, aquí la música es esencial, como la escenografía y la iluminación que arropan a Jorge Padín, el único actor que empieza muy arriba y no para de subir envolviéndonos en la historia con gran poder de síntesis por parte del autor de la versión, Juan Berzal, también director: un texto fantástico que nos quita de la acción y nos vuelve a poner, salpicando de humor irónico, pero regresando de inmediato al fervoroso amor de estos chicos en un contexto de teatro inmensamente popular en el que se entrecruzan los deberes sociales y religiosos (se casan con un sacerdote cómplice para disfrutar del placer sexual ) con una amalgama de aventuras, sesión de luchas incluidas, personajes odiosos y otros comprensivos. Y el azar que se cruza en el camino de los más bellos e inocentes.
El destino: una presencia ineluctable que se introduce en vertiginosas peripecias con la misma fuerza hoy que ayer. Una obra que puede disfrutarse montada al completo, con unas tres horas de duración, en ballet, en chanza de comediantes con mucho desparpajo o en esta fabulosa experiencia en que logramos sumergirnos como en un plácido lago en la encantadora armonía de un amor a primera vista que no entiende de persecuciones ni odios acérrimos. La violencia se interpone. El gozo del amor carnal llega a disfrutarse una sola noche, que quedará sellada en la historia como la pasión de Los amantes de Verona, en la preciosa ciudad italiana de la región de Veneto.
La voz del actor conduce narrativamente y despliega virtuosismo al contar la historia y asumir los personajes principales, e incluso con algún momento de secundarios importantes. Le bastan detalles de ropa para aventurar una expresión corporal que sorprende, pues resulta clave para que no perdamos hilo ni emoción.
La gran calidad actoral hace posible que nunca abandonemos el clímax central de trágico romanticismo. Cualidad propia de las obras maestras, que por mucho que conozcamos el final siempre nos atrapa su desarrollo y avanzamos a ciegas, felices de ser abducidos por una buena historia.
Banda sonora, luces, escenografía y vestuario protegen a Jorde Padín de su extrema soledad y le permiten agradecer los aplausos sin salir de escena, una característica de esta Compañía que cuando callan las ovaciones siempre tienen algo que decir. Otro espectáculo resulta ver al actor, ya desprovisto de personajes con su expresión alelada, los ojos flotando en lágrimas, solo en escena, aplaudido con entusiasmo, las caras satisfechas, sonrientes de los espectadores. Una unión muy sólida que remata felizmente una representación admirable.