‘La ascensión al Mont Ventoux’, de Petrarca
La ascensión al Mont Ventoux
Francesco Petrarca
Traducción de Íñigo Ruiz Arzalluz
La línea del horizonte
Madrid, 2019
77 páginas
Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca
Se recupera este hermoso texto de Petrarca, esta carta a su padre en la que el clásico italiano vuelve a desnudarse, a mostrar cuál es el color del alma o, al menos, a mostrarnos quién es la persona que desearía ser. Petrarca decide emprender la ruta hasta la cima del Mont Ventoux, al sur de Francia, con ánimo de contemplar el mundo desde la cima. Este espíritu de contemplación es idéntico al de los sabios católicos de la época, al de las meditaciones de Santa Teresa o San Juan de la Cruz, y se corresponde, como dice Eduardo Martínez de Pisón en un prólogo completísimo, a “un modo de declaración de lo que podía sentir y pensar una persona excepcional subiendo a una montaña en su propio siglo, con sus contradicciones”. Petrarca, recordemos, era geógrafo, pero era, por encima de todo, un hombre que identificaba lo espiritual con lo religioso, la sensibilidad con la inteligencia, unos principios de los cuales solo cabe decantar una cosa: la poesía.
Petrarca asciende en busca de la resonancia de su alma, un objetivo que empequeñece a la visión desde la cima, pues no hay mayor cima que conocerse a uno mismo, que encontrarse con uno mismo y con su dios. Al principio, como todo alpinista, se debate a la hora de cómo emprender la ascensión: la soledad es muy atractiva y la mayoría de los compañeros posibles cojean de algún pie que la enturbiaría. Emprende la ruta acompañado de su hermano menor, ese al que uno admira y desea parecerse, y lo narra en unas líneas que constituyen una declaración literaria, la de la condición humana. Cuando, a mitad de camino y coincidiendo con el encuentro con un pastor, optan por reducir el equipaje, nos enfrentamos a un principio del montañismo y, al mismo tiempo, a un principio de la vida espiritual. Ese vivir con lo justo, con lo apenas necesario, refleja la conciencia de este texto, que es epistolar y que es parábola. Martínez de Pisón reconstruye las etapas de la ascensión -la decisión, el esfuerzo, la culminación, la renuncia, el relato-, que Petrarca desgrana en continuidad, con ese talento para la belleza que le ha hecho ser partícipe activo de la historia. Estamos frente a un texto delicioso, un texto sobre cómo deberíamos estar haciendo y compartiendo alma.