Tony Luz: El adiós y homenaje a un icono del rock español (parte 2)
Biografía de un guitarrista pionero
Por: Juan Manuel Moratinos
Antonio Luz Payer (Tony Luz) nace el 25 de mayo de 1943 en Madrid. Aún adolescente, oye por primera vez en Radio Intercontinental “Be-bop-a-lula” de Gene Vincent, lo que le cambia la vida. Por aquellos días (finales de la década de los ’50 del siglo pasado) el naciente rock’n’roll es una música aún inédita en España que aficionados del momento como Tony difícilmente pueden asimilar más a fondo si no es a través de canales tan restringidos como la emisora de radio de la base norteamericana de Torrejón, cerca de Madrid. Pero Tony está a la escucha.
Pronto aprende a tocar de forma autodidacta una guitarra clásica que hereda de su padre. Pero, al igual que tantos otros jóvenes de entonces, la música, y más aún esa cosa que llaman rocanrol, no es bien vista por los padres, así que, finalizada la escuela (fue, como yo, alumno del Colegio Calasancio) Tony opta por cursar Arquitectura.
Paralelamente a sus estudios universitarios, y junto al años más tarde célebre cantautor Luis Eduardo Aute y dos compañeros más, forma su primer grupo, Los Tigres, que ejecutan incipientes versiones de rockabilly y temas de Elvis, Chuck Berry, el mismo Gene Vincent… Dan algunos conciertos por colegios antes de disolverse apenas un año después.
Corre el año 1961 cuando unos primigenios músicos del Instituto Ramiro de Maeztu, con los hermanos Lucas (guitarra solista) y Alfonso Sáinz (saxo y trompeta), más el contrabajista y armónica Ignacio Martín Sequeros y el batería y vocalista Eddie Guzmán, buscan un guitarra para completar su formación. Tony se presenta y pasa la prueba de acceso. Acaba de ingresar en Los Pekenikes, ¡nada menos!
La inclusión de Tony en esa especie de conjunto-escuela que inadvertidamente empezaba a ser por entonces Pekenikes da un cierto giro al sonido de la banda, merced a la innovadora ejecución de Tony a la guitarra rítmica, llena de influencias de rockabilly y country norteamericano. Serán diez largos años de actividad con el grupo en el seno del sello Hispavox en los que, además de su inestimable aportación al dorado período instrumental del grupo (en especial entre 1966 y 1969), tendrá la fortuna de compartir escenario con los mismísimos Beatles aquel 2 de julio de 1965 cuando el cuarteto de Liverpool actuó en la madrileña plaza de toros de Las Ventas.
Paralelamente en esos años Tony entablará relación sentimental y profesional con Karina, otra de las artistas franquicia de Hispavox. En realidad todo le quedaba en casa, ya que supo sacar provecho de sus estudios de arquitectura para desarrollar igualmente una intensa labor dentro del sello en calidad de diseñador gráfico de carpetas de sus discos. Antes de culminar su largo noviazgo con Karina en matrimonio en 1973 (efímero, por otro lado), Tony Luz ya había labrado su más inspirada faceta como compositor para la afamada cantante. Quién no recuerda temas como “El baúl de los recuerdos”, “Regresarás“, “En un mundo nuevo” (2º en el festival de Eurovisión de 1971), “Mi diario”, o el espléndido aunque escasamente valorado álbum “Lady Elizabeth”…
Fuera ya de Los Pekenikes, aunque no de Hispavox, Tony se consolida como diseñador gráfico. No obstante, no tardará en volver a la música. Junto al futuro batería de Nacha Pop, Ñete, y dos músicos más, forma Zapatón en 1977. Aunque con bastante más empaque, esta banda sigue un poco la fórmula de Los Tigres, a través de versiones de clásicos del rock de los ’50, casi todos instrumentales, que se condensan en un único álbum. No obstante, y a pesar de ser el soporte instrumental en escena del musical “Elvis” en 1978, Zapatón no tiene más recorrido y se disuelve al año siguiente.
Pero llegados a este punto, finales de los años ’70, conviene hacer una observación con vista atrás: pues si a finales de los ’50 Tony Luz era ya un pionero del rock en España, veinte años después, y a punto de irrumpir la famosa movida ochentera, Tony es consciente de que lo que se empieza a cocer de fondo no es sino la vuelta a las raíces del rock (ya la irrupción del punk en 1976 frenando en seco los excesos barrocos del rock sinfónico y progresivo de principios de la década dejó muy claro que las próximas tendencias volvían a ser mucho más simples), así que su anterior apuesta revival con Zapatón curiosamente resultaba ser (de nuevo) pionera de lo que estaba a punto de llegar. Pocos artistas tienen el acierto de reciclarse y evolucionar sin dejar de ser fieles a su estilo; y Tony no duda en embarcarse en un nuevo proyecto para navegar a través de las frenéticas aguas de la movida de los ’80. Nace así Bulldog.
Partiendo de una maqueta que cae en sus manos de un grupo base llamado Cocodrilo, con el guitarrista y cantante Josele Marín al frente, Tony aúna esfuerzos, también en la producción, y durante los próximos seis años (hasta su disolución en 1986), Bulldog dará multitud de directos en las salas más de moda de toda España, editando un par de álbumes con éxitos como “Manolita Gómez” o “El ingeniero rockero” (acaso con referencias autobiográficas); sin dejar de lado, por supuesto, versiones de eternos clásicos (Gene Vincent, Eddie Cochram, Johnny Burnette…). Para Tony su etapa con Bulldog será -y más de una vez me lo confesó- la más feliz musicalmente de su carrera.
Tras la aventura de Bulldog, Tony se centra en tareas de producción discográfica para otros artistas (Loquillo, Los Rebeldes, Los Hurones, General Lee… -durante esta última tuve ocasión de conocerle en persona por primera vez, en 1991). Sus apariciones en directo se reducen a colaboraciones mucho más esporádicas con otros grupos (El Purgatorio, Perro Viejo…) Su trabajo como diseñador no decrece, pero acaba como free lance tras el declive definitivo de Hispavox.
Hasta que el gusanillo rockero lo acaba devorando de nuevo. Y vuelta la burra al trigo… y al clásico y viejo rock’n’roll. Esta vez el proyecto se llama Silvertones (en honor a su primera guitarra eléctrica), y entre sus miembros, todos bastante más jóvenes que él, destaca el guitarrista finés Ile Hämäläinen. Con ellos graba en 2010 “Amigo Chet”, un álbum donde rinde homenaje a su admirado guitarrista Chet Atkins. Estamos ya en el siglo XXI, y los Silvertones será la última banda de Tony Luz; lo que no le impide periódicas reuniones con sus viejos camaradas de Bulldog, o incluso con Pekenikes, como cuando tocó de nuevo con ellos en Las Ventas el 2 de julio de 2015 para conmemorar el cincuentenario de su actuación como teloneros de los Beatles.
Todos recordamos su última aparición en escena en la memorable gala de PMP (Pioneros Madrileños del Pop) en el madrileño Teatro Rialto, el 20 de noviembre de 2016. A la salida tuve el acierto de hacerme mi última foto con él… Quién nos iba a decir que apenas un año más tarde un ruin cáncer nos lo iba a arrebatar casi de golpe. Nos queda, no obstante, su valioso legado a través de su inconfundible estilo de rock clásico, su particular querencia por los instrumentales y las guitarras eléctricas limpias -huía de los efectos de distorsión- con intenso sabor country y rockabilly; y su faceta romántica como compositor de baladas eternas, para Karina principalmente… Y nos queda también su doble CD póstumo, por cuya publicación mucho tiempo estuvo suspirando: una colección de piezas instrumentales, casi todas de su autoría, donde se palpa con nitidez su personal estilo de siempre.
Epílogo
Como se advertirá tras la lectura de estos párrafos, mi relación con Tony Luz fue estrecha durante sus últimos años. Y como no pretendo ocultarla quiero destacar algo esencial que se me estaba olvidando: que Tony fue para mí tan gran músico como persona. Grande en lo musical por ser una de mis referencias desde niño cuando yo literalmente alucinaba con los instrumentales de Pekenikes y las canciones de Karina; y grande en lo humano, cuando en muchas reuniones con él, casi todas en el bar La Terraza próximo a su madrileña casa de Arturo Soria a cuenta del diseño de mi álbum “Entre sueño y realidad” (que generosamente me hizo), disfruté de su carácter amable, cortés y altruista a través de las jugosas conversaciones que tuvimos (y no sólo musicales). Qué inmenso placer haberlo conocido, a lo que uno mi eterno agradecimiento hacia él y mi orgullo de llevar su nombre impreso en la carpeta de mi disco. Siempre estará en mi recuerdo.