Lecciones de dibujo de uno de los más grandes artistas de la historia: Hokusai
El nombre de Katsushika Hokusai es bien conocido y algunas de sus obras, incluso, han pasado a formar parte del imaginario colectivo, al lado de La Gioconda o El nacimiento de Venus de Boticelli. En el caso de Hokusai, su sello distintivo en nuestra memoria compartida es La gran ola de Kanagawa, una estampa del estilo ukiyo-e que muchos de nosotros identificamos de inmediato y caemos de lleno en su seducción: ese balance inesperado de las formas, el equilibrio que se creería imposible entre la perfección y la grandiosidad, una forma natural potencialmente destructiva captada en una expresión artística admirable. Ese fue, en cierta manera, el genio gráfico de Hokusai.
Pero por si esto no fuera suficiente razón para elogiarlo, existe otro rasgo que hace destacar a Hokusai: su generosidad. En general, su trayectoria se mantuvo siempre abierta, conectada con su entorno inmediato (artístico, pero también de otros campos), y al revisar su biografía es posible encontrar una inquietud vital que lo hizo mantenerse activo y entregado a su actividad en todas las épocas de su vida. De ahí la generosidad, pues fue como si ese buscara naturalmente salir, esparcirse, encontrar comunión con otros, acaso para hacer ver que la esencia de las disciplinas creativas no es otra más que el diálogo y el acercamiento con el mundo del cual han surgido, al cual vuelven para transformarlo.
En ese espíritu, hubo un momento en que Hokusai se dio a la tarea de escribir manuales de arte (conocidos como etehon). El artista tenía entonces 51 años y de 1811 a 1820 se dedicaría a elaborar estos libros en los que enseñaba principios del dibujo.
En suma, se trata de un verdadero curso de dibujo por parte de un artista cuya obra impresionó a pintores como Gauguin, Van Gogh y Claude Monet, entre otros, misma que a cualquiera de nosotros se nos ofrece también como una gran fuente de inspiración.
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