'Hombres imprudentemente poéticos', de Víctor Hugo Mae
Hombres imprudentemente poéticos
Víctor Hugo Mae
Traducción de Martín López Vega
Rata Books
Barcelona, 2018
262 páginas
Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca
Si uno no supiera que esta novela, o esta especie de estampas emocionales que construyen algo parecido a una hermosa novela, sucede en Japón, fácilmente se remitiría a África. Es cierto, como confiesa el propio autor en una acotación final que no es necesaria, que el sentido del suicidio, sus vínculos con el honor, es lo que hace de la muerte un ente diferente en Japón. Pero todo lo que hace referencia al momento en que pasamos a la otra vida y se sale de lo materialista, participa de lo mágico. Seguramente en Angola, de donde es originario Víctor Hugo Mae (1971), no exista esa poesía que rodea a la muerte, característica de Japón. Aunque dicha lírica solo atañe al suicida, no a los allegados, que sufren con igual dolor la pérdida en cualquier lugar del mundo. El consuelo es relativo, pero está ahí para que se sirva de él quien lo precise. Esa forma de pasar al otro lado de la tumba, es legendaria en Japón. En ese aspecto, también se une el país con África. La obra habla de un lugar rural, donde se crean sus propias leyes, su propia forma de convivencia, sus costumbres, sus odios singulares, como en las leyendas. Y de nuevo aparecerán término que se refieren a la magia.
En buena medida, Hugo Mae es un autor que nos recuerda a Mia Couto, con quien comparte idioma y continente. Hugo Mae es menos barroco, al menos en esta obra, que requiere depurar pues en Japón se impone la vida sencilla. Y al mismo tiempo sus inquietudes las traslada a otra parte del planeta, aunque los temas que trata sean igualmente universales. Pero esa distancia le permite una actuación literaria muy libre, musical, en la que se da vida a los mitos a la vez que a los personajes. Su capacidad para hacer de lo abstracto algo concreto es sorprendentemente grata. Cada individuo y cada grupo de individuos, unidos por la familia o por el oficio, unidos incluso por la enemistad, representan a su vez una idea. Por ejemplo, los mendigos son la forma física de la desesperación. Esta forma de referirse al mundo la traslada a los personajes, gente que cree conocer el alma, pero que en realidad están equivocados a la hora de interpretar tanto la propia como la de los demás.
Hugo Mae tiene presente que inventar el mundo o cambiarlo son términos indistintos. Eso es lo que sucede de manera involuntaria en los sueños, mientras dormimos. Las asociaciones o interpretaciones pueden ser evidentes o catastróficas. Pero en la obra de Hugo Mae pueden ser, además, parte de los trances por los que pasan los personajes. Ahí está la escena en la que uno de los protagonistas cae en una trampa y convive en la oscuridad con una ilusión que llega a obsesionarle tanto, que finalmente tomará cuerpo. Es entonces cuando podrá reconocer que no entiende nada, y eso no deja de ser una forma de sabiduría. Como la dedicación a actividades artísticas o artesanales, que practican los odiadores, a través de las cuales buscan algo que uno se atrevería a llamar iluminación a falta de otro término. Porque hechizo es demasiado medieval y el cuidado con el que escribe Hugo Mae es propio de un espíritu budista. Aunque, eso sí, de alguna manera seguimos reconociendo a África como el sustrato del que aprendió literatura Hugo Mae. Todo por la magia que contiene la belleza, hasta en los instantes en que somos más animales que hombres.
¿Víctor Hugo Mae? Por lo menos podían poner bien el nombre…