No existe belleza exquisita… si no hay rareza en sus proporciones.
Edgar Allan Poe
El Renacimiento europeo vio en muchos de sus más importantes artistas un gusto especial por la caricatura, un arte celebrado entonces con acepciones muy distintas a las que tiene hoy. Uno de sus más inesperados exponentes fue Leonardo da Vinci, un minucioso observador de la fisionomía humana, cuyo amor por lo inusual y lo excéntrico (evidente en su encantadora lista de cosas por hacer) lo llevó a hacer dibujos grotescos y extraños que, en su tiempo, habrían de ser profundamente admirados —otro frecuente creador de este tipo de gráfica fue Miguel Ángel.
Algunos de los biógrafos más reconocidos de Da Vinci, incluido Giorgio Vasari, aseguran que el italiano tenía una fascinación por las cabezas con formas fuera de lo común y los rostros con facciones extrañas, a tal punto que era capaz de seguir durante todo un día a una persona para memorizar la forma de su cabeza y sus facciones y luego dibujarlas.
El profundo interés del genio renacentista por la fisionomía humana —que eventualmente habría de encontrar su máxima expresión en retratos tan famosos como La Mona Lisa o La dama del armiño— lo llevó a hacer una buena cantidad de dibujos de pequeñas cabezas que llamó visi monstruosi (caras monstruosas), catálogos gráficos con grupos de cabezas que permitían al artista contrastar las distintas formas y tamaños de cada personaje, una práctica que realizaron otro maestros del retrato como Durero, además de  Brueghel y El Bosco (que usaron estos dibujos para ilustrar, de manera alegórica, vicios humanos como la avaricia, el orgullo, la gula y la vanidad, por ejemplo).
Personajes deformes, graciosos, gárgolas humanas con facciones casi animales, resultan sorpresivos viniendo de la mano que alguna vez realizó el impresionante Hombre de Vitrubio, una representación de lo que debieran ser las proporciones perfectas de un ser humano. Esta particular faceta del trabajo de Leonardo da Vinci nos permite vislumbrar una mente cuya búsqueda estética no se limitó a los cánones de lo que hasta hoy consideramos bello o armonioso, un genio que supo encontrar la belleza en lo más extraño y extravagante.
 
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