6 famosos fantasmas de la literatura
Llenos de magia y melancolía, estos arquetípicos seres habitan nuestra literatura como metáforas esenciales de la interioridad humana.
Se presentan como un misterio y eso nos encanta. “Lo importante es invisible para los ojos”, aseguró alguna vez El Principito. Pero hay que recordar que por lo menos la mitad del mundo no es visible, de ahí el poder de los fantasmas, o mejor dicho, esas presencias que sabemos están ahí pero que no podemos tocar o ver. Además, no sólo existen seres con esta cualidad, sino también objetos y espacios: puertas fantasma, pozos encantados, talismanes cargados de fuerzas mágicas, geografías y cartografías fantasmas, ciudades o lugares que existen y que no podemos visitar: Xanadú, El Dorado, Shangrilá… el Paraíso, por citar algunas. Nuestro amor por todo aquello que es fantasma, incluso, nos ha llevado desarrollar paradójicas máquinas para detectarlos.
La literatura universal toda, oral o escrita, está llena de historias donde los fantasmas interactúan con los seres humanos o, como se suele decir, con “los vivos”. A veces se manifiestan y a veces son simples pero poderosas presencias (provenientes de lugares remotos, del pasado o de la otredad, esa palabra que nos parece tan moderna). Son, además, necesarias y precisas herramientas para la literatura: encarnan metáforas que nos refieren a la interioridad, al pasado, que llaman al misterio que nos obliga a pasar página tras página para alcanzar la revelación, la epifanía, y se quedan con nosotros para el resto de nuestras vidas.
Estos son algunos de ellos…
El Rey Hamlet
El ultra famoso fantasma, padre del príncipe danés, desata la trama de la que algunos consideran una de las obras maestras de Occidente. Shakespeare trata un tema presente en innumerables obras donde aparecen fantasmas: la restauración del orden en el mundo a través de la venganza (que algunos podrían llamar justicia).
Los Muertos
En este cuento corto de James Joyce, el desenlace se desencadena cuando Gabriel Conroy se da cuenta de que su esposa está poseída por la memoria de Michael Furey, un chico que la amó años antes. La novela trasciende los localismos irlandeses del autor y se vuelve universal al tratar un tema que ha tocado a cualquiera que haya perdido un amor o que vanamente lo haya dado por hecho.
Pedro Páramo
En esta novela de Juan Rulfo, obra cumbre de la literatura mexicana, vuelve a aparecer el fantasma de un padre, pero esta vez es una símbolo no sólo del abandono personal y familiar, sino del abandono que genera un despiadado cacique en toda la región del ahora mítico Comala. Juan Preciado, su hijo, se entera de esta desolación a través de los murmullos de los muertos, mientras el siempre presente espectro de Pedro Páramo permea la totalidad de ese universo que algunos llaman México.
Rebecca
La popular obra de Daphne du Maurier alcanza los niveles del mito cuando Hitchcock la convierte en una de sus obras maestras. Rebecca no arrastra cadenas ni emite amargos aullidos; ni siquiera debe venir al mundo para erizar los pelos del siempre amable e inocente espectador. Es la mera mención del fantasma por parte de la señora Danvers, la criada de la casa, lo que electriza las escenas con el poder de la maldad de la difunta. Ya un clásico, este fantasma sutil y perverso nos llena de ansiedad, nos deja pegados al asiento y, al mismo tiempo, desesperadamente nos pide buscar una salida próxima.
El demonio de la perversión
En definitiva el maestro del horror moderno, Edgar Allan Poe —que murió poseído por un fantasma que lo seguía por las calles de Baltimore cuando fue encontrado delirante y al borde de la muerte— redescubre que la locura está poblada de fantasmas personales y ajenos (como lo insinúa más de una vez Shakespeare): se trata, nada menos, que de la ruptura del balance entre el mundo exterior y el interior. Paradójicamente, en El demonio de la perversión, es la conciencia, en forma casi fantasmal, la que lleva al protagonista a confesar un crimen que él supuso perfecto.
El caballo asesinado
Esta obra, por sus circunstancias e historia, resulta en sí misma fantasmal. Un autor, prácticamente un fantasma, que firma con el seudónimo Francisco Tario (su verdadero nombre era Francisco Peláez) olvida una obra de teatro en un cajón; años después es descubierta: la crítica califica el hallazgo de “extraño, asombroso, inverosímil”. Tarda años en montarse y estrenarse. La trama propone, en el primer acto, situaciones reales con irrupciones persistentes de un mundo fantasmal. Sorpresivamente, en el segundo acto, lo fantasmal se ha vuelto protagónico y las irrupciones vienen de la realidad común cotidiana. Al final es el espectador (palabra que comparte la raíz etimológica de espectro), quien tiene que decidir cuál es lo verdaderamente importante: el mundo “real”, externo, concreto y material, o el “otro”, interno, fantasmal y etéreo.
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