'El clan de los herbívoros', de Mo Yan
El clan de los herbívoros
Mo Yan
Traducción de Blas Piñero Martínez
Kailas
Barcelona, 2018
616 páginas
Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca / Fuente: Tan alto el silencio
Una obra excepcional, dentro de la literatura de Mo Yan, este clan de los herbívoros, donde la realidad aparece de manera onírica, en forma de confesión de obsesiones. El propio autor confiesa que se trata de una obra sobre la lucha entre la razón y la locura, aunque en este caso se permite a la locura campar a sus anchas, casi de forma automática, como si no hubiera un plan preconcebido. Aunque Mo Yan no puede dejar de ser él mismo y este desajuste de la cordura obedece a una intención manifiesta. Mo Yan menciona la historia espiritual del autor, pero la historia espiritual de cualquiera de nosotros se puede resumir en un soneto. ¿Por qué recurrir, pues, a lo largo de tantas páginas a la continuidad de un clan familiar y a un narrador que va creciendo a medida que transcurren los actos desencadenados? Sin duda porque pretende que el lector en algún momento se cuelgue en el libro y encuentre sus propias obsesiones ahí reflejadas. De hecho, abarca todo tipo de campo onírico.
Podemos hablar del sadismo, pero también del respeto a los insectos. Entre ambos extremos, transita una algarabía propia de alguien que deja que vayan y vengan sus distintos trastornos obsesivos. Las asociaciones parecen propias de un esquizofrénico, pero siempre mantiene la guardia en alto. No es casualidad la inclusión recurrente de animales como la langosta o el caballo, uno significativo por lo que atañe al mundo campesino chino, en el que Mo Yan entra para deslumbrarnos como en Sorgo Rojo, y el otro animal emblemático de la cultura, desde la astrología hasta el espectro militar. Junto a los animales, y los herbívoros o falsos herbívoros, transita el sexo o la parte diabólica de los seres humanos. Mo Yan es lineal en la escritura, y ensortijado en los rizomas semánticos. Solo el identificar una monomanía familiar, la de los herbívoros humanos, da cierta consistencia de novela a un libro puramente onírico. Pero con eso basta, porque los reflejos intransigentes de los sueños también son parte de lo que nos construye.
En este caso, indaga en la posibilidad de que exista una mente colectiva, la coherencia del clan, frente a plagas bíblicas o animales que dominan al hombre. Identificamos algún momento tipo fábula y al fuego como depurador. Pero retoma una y otra vez las obsesiones, que surgen como ave fénix, y nos lleva a cuestionarnos en qué momento pueden hacernos perder la dignidad, dado que buena parte del libro está protagonizada por campesinos asustados. Y es que vivir dentro del mundo de los sueños asusta. En ese sentido, Mo Yan hace un ejercicio literario de altura. Son muy pocos los escritores que han sabido reflejar cómo funcionan los sueños, sin rigor argumental. Y los que lo han hecho ha sido para mantener la tensión durante una o dos páginas. Pensamos, por ejemplo, en Peter Handke. Pero Mo Yan se plantea llevar ese supuesto disparate, en el que pasamos un tercio de nuestra vida, a seiscientas páginas. Y así en cada párrafo debemos descubrir que no podemos reprimir demasiadas cosas, demasiados aconteceres, demasiadas emociones. Y que reprimirlas nos haría, seguramente, peores personas. De ahí que la magia que desprende esta obra sobrepase a ninguna otra experiencia literaria, y nos deje más cerca de El Bosco que de ningún escritor.
Mo Yan escribe como si tuviera fiebre. La malaria aparece como la enfermedad que trasforma los sueños en pesadillas. Y tanto el narrador como los personajes, pasan por la transfiguración de la malaria. A todo esto, debemos añadir el dominio que mantiene, ese sí de forma consciente, de las relaciones familiares. Padres, hijos, tíos, sobrinos, abuelos, las categorías o estratos permanecen y con ellos la tradición china. Ni siquiera en sueños llegamos a ser ajenos a estos demonios, a lo reverente o a lo irreverente de la posición de uno en la familia, en el clan. Aunque Mo Yan se decanta, por norma general, por meterse dentro de aquel que esté pasando un mal rato a cuenta de la pérdida de la razón que implica los sueños. Ahí somos presa de nuestros miedos y nuestros deseos. Y entre unos y otros, poco a poco va enumerando el mundo, porque la obra, eso sí, es inmensa.