El musical de Stefan Zweig con Silvia Marsó… gana con el tiempo
Por Horacio Otheguy Riveira
Cuando acierta en el orden de propósitos y resultados, cada función teatral es un milagro de armonía de mucha gente, de diversas técnicas y estados de ánimo sumados a los estados de ánimo de los espectadores y de los cronistas de espectáculos. Y en esas que esta joya intimista, encantadoramente romántica, poéticamente trágica, estrenada en el otoño de 2017 expande su talento en larga gira con nueva parada y fonda en Madrid hasta el 3 de junio en el Infanta Isabel. Sin duda, 24 horas en la vida de una mujer, el musical francés protagonizado y producido en castellano por Silvia Marsó se repone con el impacto de un estreno rutilante, tocado por la gracia del talento bien entrenado, aunando la pura energía de ciertos jóvenes con la noble fuerza de los expertos.
Hay una frescura que sólo los grandes pueden aportar en el teatro: esa obcecada pasión que les lleva a estar una y otra tarde y otra más, a lo largo de meses, a veces de años, representando lo que parece siempre igual y que, sin embargo, es cada jornada diferente, pendiente de muchos factores internos y externos a la escena. Y tanto que el propio silencio o incomodidad del público, desde el primer momento, una vez iniciada la acción, puede marcar la carga y sobrecarga emocional de los intérpretes. Todo ello, constante en las artes escénicas, se multiplica cuando se trata de un musical, y mucho más en un espectáculo intenso en pequeño formato: sólo tres músicos, dos actores y una actriz protagonista. Cada uno modelando como un escultor su participación. Nada puede fallar, están al descubierto, balanceándose de una partitura compleja, que oscila entre la ópera contemporánea y un estilo ecléctico que se permite gozosas libertades, ya que, con un personalísimo método rememora ya legendarias fórmulos entre tangos, clasicismo y jazz, cincelando su propia razón de ser, su propia voz.
Crónica ensoñada y desesperada que reúne con preciosa síntesis los extremos emocionales de una relación clave entre una mujer rica que procura distraerse de una fuerte depresión al morir su marido, y un joven atribulado: una relación formal que la protegerá del aburrimiento, la desolación existencial. El deslumbramiento ante un jugador joven, muy joven, en el hipnótico despliegue de las fuerzas del azar y su capacidad destructiva… alientan en la Señora C unas emociones desconocidas… que la llevan a ejercer de madre, hermana, amiga, y sobre todo apasionada amante de un muchacho adicto a la autodestrucción de manera vertiginosa. Una pasión romántica muy destacada en la narrativa de Stefan Zweig (1881-1942), un hiperactivo escritor judío en la era dorada del imperio austrohúngaro que creó una indagación muy interesante sobre el cuerpo y la mente de unos personajes en los que podría identificarse él mismo: suicida en Brasil con su joven esposa, exiliados del nazismo.
La novela 24 horas en la vida de una mujer, publicada en 1929, llevada al cine en 1944 y en 2002, fue convertida recientemente en teatro musical por un trío de vigoroso talento; dos franceses de orígenes diversos: Christine Khandjian y Stéphane Ly-Cuong, en libreto y canciones, con música del moscovita Sergei Dreznin. Una unión imperecedera de fuerza multicultural, ahora en castellano en traducción y versión de Ignacio García.
SEÑORA C: Cuando cumplí los cuarenta, perdí a mi marido, fulminado por una enfermedad tropical. De repente, me encontré sola. Mis hijos ya habían abandonado el hogar. Y yo, yo me quede inerte en una casa desierta, donde todo me recordaba el pasado. Nada me interesaba, no tenía ningún anhelo, solo deseaba morir, Entonces decidí partir, viajar intensamente para tener ocupada la mente, y dejar atrás mi estado de
profundo abatimiento.
EL HOMBRE ¿Y después?
SEÑORA C: (cantando) Le quiero ahora contar
un día de mi vida,
que consiguió cambiar el resto de mis días
Fue un día de pasión, una noche febril
En mi desolación, sin darme cuenta hui…
SEÑORA C: En principio fue París, su luz, sus museos, sus calles…pero en medio de tanta animación me sentía ociosa como una vagabunda. Una extraña en medio de la vida… fui entonces a Montecarlo; a mi marido le gustaba frecuentar los casinos. Cuando se está vacía, la diversión de los otros puede ser estimulante, como el teatro, la música…
(Cantando) Le quiero confiar
un día de mi vida
que consiguió cambiar el resto de mis días
Una reposición de extraordinario valor tanto para el que repite, como es el caso de este entusiasta cronista, como para quien asiste por vez primera. Y llama mucho la atención que la promoción del mismo alcance a un público muy variado, que incluye a espectadores que rara vez van al teatro, atraídos por el tema y sobre todo el carisma de la actriz, lo cual resulta especialmente interesante, ya que en los últimos años se ha ocupado de obras muy diferentes, la mayoría dramas del repertorio del teatro universal como Casa de muñecas, de Henrik Ibsen, El zoo de cristal, de Tennessee Williams, versión de Eduardo Galán, y Yerma, de Federico García Lorca. Luego, una sola comedia de humor contemporáneo, La puerta de al lado, del francés Roger-Lacan en todas ellas con trabajos admirables con variados y sorprendentes recursos. Alterna con series de televisión, de allí la popularidad, pero “su gente” no hace distingos, la sigue y llega embelesada a esta gran representación poseedora de un dulce y amargo romanticismo.
Una calidad exquisita muy alejada de los musicales de primera hornada. Hay aquí una profundidad sutil y una creación coral de gran rigor para resolver las complejidades de una trama literaria llevada al teatro con la sabiduría de un director experimentado también en el mundo de la ópera, Ignacio García, y actores-cantantes de impecable trayectoria: el joven Felipe Ansola (también inolvidable en su reciente lobo poco feroz de Caperucita roja, el musical de la Sala Sanpol, y en la misma sala, en la actualidad en horario familiar, el legendario Billy Bones de La isla del tesoro) y Gonzalo Trujillo —alternando con Germán Torres, en estas semanas como el implacable policía Latouche de El concierto de San Ovidio en el María Guerrero—.
Lo dicho, sin duda 24 horas en la vida de una mujer se repone con el impacto de un estreno rutilante, tocado por la gracia del talento bien entrenado, aunando la pura energía de ciertos jóvenes con la noble fuerza de los expertos.
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24 HORAS EN LA VIDA DE UNA MUJER
Novela de Stefan Zweig
Dramaturgia: Christine Khandjian y Stéphane Ly-Cuong
Música: Sergei Dreznin
Traducción del francés, adaptación al castellano y dirección: Ignacio García
Ayudante de dirección: Amparo Pascual
Intérpretes: Silvia Marsó, Felipe Ansola, Gonzalo Trujillo/Germán Torres
Músicos en escena: Josep Ferré/Carlos Calvo Tapia, piano; Gala Pérez Iñesta/Silvia Carbajal, violín; Irene Celestino Chico/Álvaro Llorente, violonchelo.
Dirección musical: Josep Ferré
Escenografía: Arturo Martín Burgos
Iluminación: Juanjo Llorens
Coreografía: Helena Martín
Vestuario: Ana Garay
Coach vocal: Maribel Per
Diseño de sonido: Albert Ballbé
Fotografías: Eduardo Marco/Nacho Sweet y Luz Sol
Comunicación: Toni Flix
Una producción de Lamarsó Produce
Teatro Infanta Isabel, hasta el 3 de junio 2018