'Nada es más asombroso que la verdad', de Egon Erwin Kisch
Por Ricardo Martínez Llorca
@rimllorca
Nada es más asombroso que la verdad.
Reportajes y artículos
Egon Erwin Kisch
Traducción de Francisco Uzcanga Meinecke
Minúscula
Barcelona, 2017
180 páginas
“Nosotros somos la gente”
La frase, es fácil de reconocer, la pronuncia la madre de la familia Joad al final de Las uvas de la ira. Ese sentido de gente, exiliados, buscavidas, perseguidos, luchadores, atraviesa el océano y llega hasta el alma de Egon Erwin Kisch (1885-1948) quien en lugar de elegir la ficción, se decantó por el reportaje. Nacido en Praga, esta recopilación nos muestra dos cosas sobre él: la primera su versatilidad a la hora de entrar en cualquier lugar para recoger cualquier tema, desde un partido de fútbol a un bombardeo, sin dejar de prestar atención a lo que más importa. La segunda, que lo que más importa, siempre y por siempre, lo que hace del reportaje un género literario y el sustituto del teatro del siglo de oro a la hora de reflejar la condición humana, es que se presta atención a la dignidad, a un gesto, a un detalle a una muestra de cariño, a un afecto sobreentendido, a una filia por un tipo u otro de actividad, a ser, por encima de todo, persona.
Escritos en un tiempo en que las reglas de la crónica periodística no existían, Egon Erwin Kisch se atiene al reflejo de lo que ve. En lugar de contundencia, en la selección de lo que describe hay verdad. No se trata de impactar, sino de reflejar la realidad. Ahora, acostumbrados como estamos a pensar que lo que ocurre en el mundo es lo que atraviesa los telediarios, un autor como Kisch viene a recordarnos que no, que hemos hecho de lo excepcional el hábito. Porque para él, para la realidad, lo que sucede en el mundo es que una madre cambia el pañal del bebé, un tipo con prisa se lava los dientes, un coche se salta un semáforo en rojo, un perro hace caca en la calle, llueve y hoy hemos tenido un mal encuentro con un compañero de trabajo, un disgusto que mañana habremos superado. Por ejemplo. Eso es la realidad que reflejan sus reportajes. Eso es la verdad a la que se refiere el título de esta obra. Frente a la contundencia, Kisch decide explorar a la gente. Sin alardes, pero con una curiosidad que le van haciendo crecer sin presunción. Es algo así como si la noticia estuviera sucediendo siempre y parece que seguirá sucediendo.
Hasta que llegamos a episodios de la Primera Guerra Mundial, donde da testimonio de su experiencia como soldado en primera línea del frente. Nada de mapas de batallas. Allí uno apenas puede atender a aquello que sucede más allá de los diez centímetros de aire que suponen el aura de su piel. Los periódicos y los libros de texto son una broma, una estafa, comparado con su cuaderno de notas. Es aquí cuando se produce un punto de inflexión en sus intereses. Es aquí cuando decide que el reportaje debe orientarse hacia la gente marginal, lo excepcional que sucede a diario. Da voz a un verdugo, a un tipo tatuado hasta las cejas, al oxímoron que es el delicioso perfeccionismo de Charles Chaplin. O se sabe visitante en los viajes, como a la estúpida cadena de producción de la Ford o al fastuoso entierro de un mafioso chino.
Y, por supuesto, no pueden faltar en sus días y en sus noches la Guerra Civil española o el nazismo. Da cuenta de su prisión en Berlín, y su deportación sin justicia, por el uso de la fuerza, acompañado de otros tantos a los que se maltrata por parte de gente con el cerebro ametrallado de carcoma nazi. Nos habla de un campesino que conoce, un austriaco, que vendió sus tres vacas para escapar de su familia y largarse a España, con intenciones de combatir en las Brigadas Internacionales. O del bombardeo del Museo del Prado, anticipando el concepto de memoricidio. También se encariña con los leprosos mexicanos, porque la lepra es la enfermedad de los pobres, de la gente, y encuentra detalles de humanidad entre los convalecientes en una leprosería. Todo esto, y mucho más, con el fin de mostrar la verdad, que no es la contundencia del cronista, sino la realidad de la que no podemos sino sesgar una parte, lo más humano, para volcarlo en negro sobre blanco.
Me ha interesado leer el libro por este excelente comentario suyo.
Siendo una fiel devoradora de la obra de Steinbeck, reconozco que lo primero que me atrajo fue la cita de Las Uvas de la Ira, y continué leyendo atraída por lo que comentaba su artículo.
Trataré de encontrar el libro de Kisch aquí en mi país, y si no, esperaré lo que sea necesario.
Gracias.
Saludos.