'Sobre la felicidad', de Alain
Por Ricardo Martínez.
La palabra bien elegida constituye una de las compañías más discretas, elegantes y felices de cuantas se puedan desear. A mayor abundamiento, la cortesía, la razón como atributo de comprensión, ayuda a conformar no solo un carácter más distendido sino, sobre todo, una forma de conciliación de los contrarios. Una forma de educación.
Este libro, que podría pensarse tiene bastante de lo que equivaldría en otras circunstancias intelectuales a un código de comportamiento o instrucciones de uso para el buen desarrollo de la vida cotidiana, no es tal sin embargo, pues lo que encierra –dentro de esa fórmula casi de diario, por razón de las fechas que va anotando detrás de cada consideración teórica- es una fórmula de ensayo donde se repara con elegancia, con profundidad y precisión, incluso con su aquel de sentido del humor, en las más diversas circunstancias cotidianas que muchas veces enturbian el ánimo o dificultan la comprensión, y ello por no tener presentes algunas recomendaciones que Alain sí quiere señalar aquí como discreto código de conducta, recurriendo para ello a los ejemplos más dispares. Así, por ejemplo, este párrafo con su vis escatológico que titula ‘El arte de bostezar’ donde podemos leer: “Un perro que bosteza junto al hogar indica a los cazadores la conveniencia de dejarlo todo para el día siguiente. Esa fuerza de vida que se estira sin miramientos y contra toda ceremonia es digna de verse e irresistible en su ejemplo. Todos los presentes se ven compulsados a estirarse y a bostezar, preludio de irse a la cama. No es que el bostezo represente un signo de fatiga, sino más bien una vacación dada al espíritu de toda la atención y disputa mediante esa profunda ventilación de la bolsa visceral. La naturaleza anuncia, a través de esta enérgica reforma, que se contenta con vivir y está cansada de pensar”
Es sólo un ejemplo gráfico, claro está, pero conmina a su consideración como recomendación de adaptar, si acaso, la voluntad a una forma de necesidad. Lo cierto es que, por su estilo llano y directo acompañado por un lenguaje muy cuidado, a veces pudiera confundir en su intencionalidad didáctica. He aquí, no obstante, que en otros momentos podemos leer alusiones más elevadas como una expresión no ya de actitud conveniente, sino de reflexión o planteamiento: “El moralista –creo que fue La Rochefoucauld- que escribió, ‘Siempre somos lo bastante fuertes para soportar los males de los demás’ dijo, indudablemente, algo que es verdad. Pero sólo una verdad a medias. Habría sido mejor decir que siempre somos lo bastante fuertes para soportar nuestros propios males” Y añade, a modo de invitación constructiva: “Y bueno es que así sea. Cuando la necesidad nos pone la mano en el hombro, nos agarra bien. No hay más que morir o vivir como se pueda; y la mayoría de la gente toma este último partido. La fuerza de la vida es admirable”
Se dice que André Maurois dijo de este libro que era uno de los más bellos del mundo. Bien, si no tanto, cuando menos propicia, creo, instructiva, grata y razonable compañía que una inteligencia constructiva no debe desdeñar.