Eduardo Cano y La máquina enfurecida
Eduardo Cano y La máquina enfurecida.
Por: Sonia Aldama
“Me interesa la libertad, el deseo, lo vivo y la vida. Las cosas que me mueven a escribir, normalmente, tienen que ver con el sufrimiento que produce en mí y en el resto de los cuerpos la Mercancía. El Deseo, y la muerte desarrollada al milímetro en consejos de administración.”
Eduardo Cano está a punto de celebrar el primer aniversario del nacimiento de “La máquina enfuerecida” (Talentura Libros), 22 relatos escritos durante diez años y que guardó paciente para asombrarnos con su escritura delirante, perturbadora y cargada de extrañamiento. Cano nos recuerda que la ficción es la necesidad de mirar lo que acontece desde un lugar distinto, una mirada poética, surrealista y enfurecida, la de un artista que hace que su voz envuelva cada relato y nos duelan sus certezas. El delicioso prólogo de Jacinto Muñoz Rengel nos acerca al libro con ganas y desasosiego, por ejemplo cuando dice: “En La máquina enfurecida el mundo es un decorado, un simulacro, un trampantojo, una trampa. Algo que no es exactamente lo que parece. La cárcel de una maquinaria creada, detalle a detalle, para nosotros, y en la que permanecemos encerrados como ratones en un laberinto”. Eduardo Cano dibuja, escribe y dirige un estudio de fotografía, no sé si es una trampa, pero he quedado con Eduardo Cano en su Ático 26 con la excusa de hacerme unas fotos, y antes de que saque la cámara, mi grabadora comienza a registrar sus palabras, aquí está el retrato de un artista dibujado con sus propias palabras y con alguna de sus creaciones:
- Sonia Aldama: Eduardo, tienes el estudio lleno de libros ansiosos por ser robados, fotografías que nos miran con deseo y algunos papeles en el escritorio. ¿Guardas los primeros borradores de alguno de tus 22 relatos?
Eduardo Cano: Sí guardo algunos. Unos contienen correcciones del que fue mi maestro durante años, Ángel Zapata, y otros no los he tirado porque contienen dibujos que hice de manera más o menos automática en sus páginas, esos los guardo casi todos, al menos las páginas que contienen esos garabatos.
- S.A: ¿Recuerdas cuál fue el primero que escribiste y dónde estabas?
Creo que el primero de los que incluí en el libro es el que lleva por título “Zarabanda”. Trata de un hombre sin trabajo en una oficia, que debe fichar y pasar el día lo más desapercibido posible. Lo escribí a escondidas durante meses, durante mi jornada laboral, en un trabajo detestable en el que a algunos no nos quedaba más remedio que ganarnos el salario fingiendo actividad. Empecé dibujando para pasar el tiempo, porque es lo que siempre he hecho, pero eso despertaba la curiosidad de mis compañeros. Luego me di cuenta de que crear historias frente al ordenador me hacía parecer atareado y me permitía aguantar estupendamente las casi doce horas de jornada que debíamos pasar allí sin nada que hacer. La otra opción para sobrevivir allí era reír las gracias o hacer la pelota, pero eso no me salía. Los ambiciosos sobrevivían bien, e incluso ascendían, pero para hacerlo debían comer la polla a los jefes, etc.. Hoy algunos de ellos dirigen empresas y tienen sueldos obscenos, acordes a su responsabilidad, como es lógico.
Escribir, y la literatura en general, fue la forma que encontré para escapar de aquél horror en el que me sentía atrapado, y a la postre, de sobrevivir moralmente.
- Empiezas el libro con “Atardecer en Jellifish”, me ha parecido un relato sobre la soledad de amarse, ¿por qué el primero? ¿cómo trabajaste la estructura del libro?
No me interesan demasiado las estructuras, como no me intereso mucho por los géneros ni por los envases. Me limité a colocar ese el primero porque me parece que tiene algo que ver con el resto de los que van después. También coloque “La máquina enfurecida” el último. El resto los coloqué lanzándolos al aire. Soy de la opinión de que la consistencia de los cuentos que escribí nace de mi propia consistencia en el tiempo de vida en el que los hice. En cualquier caso eso no me importa mucho. Cuando vi publicado el libro, vi que el azar había funcionado. Me pareció que a pesar de ser muy diferentes los cuentos, unos y otros se entrelazaban, se entendían, como las plantas de un jardín abandonado. Eso me basta, e incluso me encanta. Suelo dejar un sitio para el azar en casi todo lo que hago, también tiene derecho a pronunciarse, ¿no?.
- ¿Dirías que tu libro es deliberadamente surrealista o no piensas en los géneros mientras escribes?
Me gustaría que no fuera deliberadamente nada. Diría que mi inclinación hacia el surrealismo es natural. De niño pinté El árbol de mejillón, un tronco gordo sin hojas del que brotaban los mejillones como flores. Cuando descubrí a Magritte vi que se parecía mucho a lo que yo pintaba y dibujaba. Luego me di cuenta de que mi forma de estar en el mundo, de buscar piedras en la playa, tiene que ver con la forma en que estuvieron algunos surrealista.
En general no pienso en los géneros, ni cuando escribo, ni cuando dibujo, ni cuando hago fotografías, ni cuando busco objetos en los mercadillos (una de mis aficiones más recurrentes). Yo creo que los géneros son la manera que tiene el sistema capitalista de colocar las cosas en los estantes para hacerlos aptos para la venta. En el fondo eso a mi me la repampinfla.
- El libro me ha conmovido, hay relatos que no voy a poder olvidar nunca, pero especialmente hay uno que me sobrecoge: “Y te preguntas cosas”, un relato que estoy segura de que será ejemplo en muchos talleres de escritura. Es un relato corto a base de metáforas melancólicas, de canibalismo de miedos y maldad, de pájaros que devoran discrecionalmente al ser humano. Hay un trabajo detrás de tu escritura que va más allá del oficio de escritor, ¿lo definiría como un trance de pensamiento filosófico?
Me alegro de que te haya conmovido. Escribo en una especie de trance. Más que filosófico, yo lo calificaría de musical. Javier Tomeo, a quien tuve la fortuna de conocer, pasaba por un proceso similar cuando escribía. Me ocurre algo parecido a lo que le pasaba él: me invade una especie de música, miro por la ventana y me limito a contar, a darle voz a esa música.
En el caso de ese cuento, la música la produjo una frase de mi hermana “Si vais a Brighton veréis que allí las gaviotas son enormes” dijo. Esa frase, dicha con un énfasis especial y misterioso, me produjo una especie de música en la cabeza que hizo que escribiera el cuento de un tirón. Cuando lo releo, es como si escuchara de nuevo esa música extraña, esa voz exaltada y llena de desasosiego con la que mi hermana pronunció la frase.
La música tiene que ver, en mí, con el proceso creativo. Cuando dibujo, y cuando hago una sesión de fotos, a veces empiezo a tararear sin darme cuenta. Cuando eso ocurre, suele gustarme el resultado.
- En el prólogo, el escritor Jacinto Muñoz Rengel, habla de surrealismo de ciencia- ficción o la ciencia-ficción surrealista en el cuento “Medusianos”. ¿Has inventado un nuevo género literario? Yo también veo un nuevo género: el surrealismo sucio ¿Qué lecturas creen que han influenciado tus cuentos?
Jajaja, es un buen nombre. No creo haber inventado nada, y menos nada que lleve el apellido surrealista. El surrealismo sinónimo de libertad, y por tanto todo está por inventar. La libertad es precisamente ese lugar en el que empieza todo lo nuevo. Lo que antes “No podía haber” y ahora sí. Eso es lo que me interesa.
- ¿Hay algún relato que te costara más escribir o publicar en este libro?
No, algunos se quedaron en la cuneta, muchos me los cargué a base de afinarlos tanto, pero los que publiqué me gustó verlos todos allí juntitos, puestos de largo por Talentura, con sus tapas rojas y sus musiquitas raras.
- El tema social está presente en tus relatos. ¿Crees que el escritor debe posicionarse para que su literatura tenga un poso que trascienda?
Cada uno que escriba lo que quiera. Me importa poco la trascendencia. Me interesa la libertad, el deseo, lo vivo y la vida. Las cosas que me mueven a escribir, normalmente, tienen que ver con el sufrimiento que produce en mí y en el resto de los cuerpos la Mercancía. El Deseo, y la muerte desarrollada al milímetro en consejos de administración. Escribo para colarme por una rendija que toque los cojones a “La Realidad” esa cosa tan falsa y aburrida que nos dan, ya precocinada, en platos de plástico. Puede que un día lo consiga. (risas)
La máquina enfurecida se llamó durante años Pantomima, título que también le habría valido, como acertadamente advirtió Juan Jacinto Muñoz Rengel en el prólogo. La realidad es la [farsa] pantomima que nos afanamos en sacar adelante entre todos, diría parafraseando a Rimbaud. ¿Por qué no intentar sacar adelante, entre todos, otra realidad que nos haga más felices, que nos deje estar vivos? No preguntes a los jefes, ni a los poderosos, ni a los amos del cotarro. No preguntes a los “padres de familia” al uso.
- Por eso me interesaba tanto entrevistarte, Eduardo. (Risas)
- ¿Qué libro estás leyendo ahora?
“Para entender la fotografía” de John Berguer, y “Heliogábalo” de Antonin Artaud.
- Háblanos de tus parientes literarios, ¿qué autores destacarías?
Muchos de los escritores que más me gustan también pintaban o dibujaban, Dalí, Michaux, Schulz, Leonora Carrington, Tomeo, Blake, Lorca. Así, del tirón, me encanta Samuel Beckett, Balzac, Felisberto Herández, Virginia Woolf, Ford, Ray Bradbury, Flaubert, Anaïs Nin, Steibeck, Eloy Tizón, Belén Gopegui, Ana María Matute, Ángel Zapata, Felix Palma, Pamíes, Lorry Morre, Julio Jurado, Proust, Victor García Antón y por supuesto Poe, Maupassant, Henry Miller, Hipólito Navarro, Silvia Sánchez Rog, Isidoro Ducase y Gombrowicz.
- El lirismo aparece en tu libro, los símbolos, las imágenes, el extrañamiento. ¿La poesía es un género que te ha influido en tu forma de narrar?
Como dice el maestro Ángel Zapata “Lo que no es poesía es filfa”. No soporto los relatos que no son más que una pose. Se me caen de las manos (aunque intento recogerlos con cuidado). Una cosa ingeniosa, divertida, y que no pretende nada más, qué aporta. ¿Una “vida” literaria? Si un relato carece de poesía lo lanzo con toda la puntería que puedo a la basura, y escribirlo es un ejercicio de frivolidad que yo no me quiero permitir. Además, ¡qué falta de respeto!
No entiendo la literatura como divertimento de masas, ni como negocio. Para eso ya está todo lo demás.
- Cuéntanos si tienes algún proyecto literario.
Tengo dos, el primero es seguir escribiendo Medusianos. La música de este cuento no se agota en mi cabeza, y de vez en cuando me brota un nuevo medusiano. Lo que ocurre es que ese proceso es lento y yo no lo controlo. Cuando nacen, nacen, y yo los voy alumbrando y los recibo maternalmente y con alegría. Si un día forman un libro, trataré de publicarlo.
El otro es un libro que escribo cada día en el estudio. Se llamará algo así como “Confesiones y secretos de un fotógrafo”. Trata sobre la gente que se pone delante de mi ojo mecánico. Cada día veo personas únicas que me cuentan su historias, con palabras y con gestos. Durante las sesiones, que suelen durar alrededor de una hora, la gente hace un paréntesis en su vida. Paran el tiempo para que yo las mire, aprovechan y se miran ellas mismas, y hacen una especie de balance. Hago que me cuenten y me cuentan, de alguna forma, sus anhelos. Su lucha fundamental.
Esto es un privilegio que me da mi trabajo. La gente desea estar viva a toda costa, y cuando los tengo enfrente para retratarlos muchos me envían su mensaje, algunas veces desde las profundidades del pozo donde permanecen agazapados. Otras veces tras una mascara que les impone la vida y que tratan de resquebrajar con muecas, para decirme “¡Hola, estoy aquí, mira, estoy vivo! Trato de sacarlos de allí por un momento, con palabras y con luz.
Poner algunas de estas cosas en un libro quizá pueda a ayudar a otros.
- Para terminar me gustaría que nos dijeras si recuerdas algún fragmento del libro de memoria para terminar la entrevista con tu voz.
La situación bien podría resumirse así. Uno: no puedo moverme, dos: sé que estoy dentro de un saco.
Escucho la pala contra la tierra, ras. Alguien la empuja y pisa sobre el borde metálico para que penetre más a fondo, ras, y luego la eleva con esfuerzo. Hay un leve dolor que se oye justo entonces, ah, antes de que la tierra caiga sobre el montón, brrrromm. Así ocurre. Alguien vela, alguien se duele al levantar la azada. Y se oye todo el tiempo el resuello rítmico y el caer de la tierra sobre la tierra (:ras, ras, ah, brrrromm).
Esa es la situación.
Eduardo Cano es escritor y fotógrafo. Finalista del certamen Hucha de Oro, algunos de sus relatos han aparecido en las antologías Relatos 01 (editorial Tres Rosas Amarillas), Segunda parábola de los talentos y La carne despierta (editorial Gens), Un pájaro de invierno y otros cuentos (editorial Nostrum), Cuentos con estrella (Impresión punto y seguido) y en la revista Calle 20. Como director de comunicación de la Denominación de Origen Ribera del Duero desde 2005 a 2012, creó y puso en marcha el Premio Internacional de Narrativa Ribera del Duero, que dirigió en sus dos primeras ediciones. En 2013, junto al fotógrafo Ignacio Gutiérrez Bolívar, realizó el cortometraje La jovencita, que fue proyectado en la sala de arte Retiro, de Madrid. Ha formado parte del claustro de profesores de escritura de Itaca Escuela de Escritores. Actualmente reparte su tiempo entre la literatura y la fotografía, desde su estudio en Madrid Ático 26.
Con Talentura ha publicado:
La máquina enfurecida (diciembre, 2016)