Mánver-Muraday: mágico encuentro del melodrama, la danza y la literatura
Por Horacio Otheguy Riveira
Las cartas donde vuelco mi alma y mi desesperación… «Adorada mitad de mí misma». Es un alivio pensar que cada minuto que pasa me acerca al momento en que la leerás. Pero, ¿qué diablos tiene esa señora Turner? Sí, es más joven que yo. ¿Cuánto? ¿Cinco? ¿Diez? ¿Treinta años? ¿Y? ¿Acaso su alma entera podría ofrecerte un solo destello del fuego que devora la mía? ¡Ni lo sueñes! Pero es mujer. Y hermosa. Y coqueta. Y tú, hombre. Hermoso. Y coqueto. Muy coqueto. Y solos en un coche las ropas se rozan, las manos se rozan, los deseos se rozan…
Primero una novela francesa del XIX, recuperada con éxito recientemente, después una versión teatral de Juan Carlos Rubio (adaptada a Nueva York, 1959) protagonizada por Kiti Mánver en una impresionante creación sobre una base próxima a La voz humana, de Cocteau, y a su lado el cuerpo de un bailarín como Chevi Muraday, tornando cotidianos los movimientos más elaborados. Pero alrededor de ellos, un equipo de extraordinario alcance: vestuario, escenografía, música original, luces… para consagrar la magia de una sucesión de momentos escénicamente intensos.
Monólogo femenino que expande su tersura magistral en una fantasía sobre la que cabalga el demonio de los celos, arrastrando consigo todas las penurias posibles e imposibles. El espectáculo tiene una conmovedora musicalidad instrumental que se traslada al texto; el tiempo teatral se desliza sobre las palabras con gran carga literaria o síntesis dramática, según convenga, de manera equilibrada por la fuerza irresistible de los creadores que acompañan toda la producción.
La pasión es un torbellino violento que se adueña de nuestras facultades. Y todo lo que es ajeno a ese foco ardiente, no nos interesa. Tan solo existimos a través de esa parte, que aniquila a las demás… La pasión nos recuerda que estamos vivos pero nos conduce irremediablemente a la más amarga de las agonías. ¿Lo pones en duda? Antes de conocerte, mi vida era un río tranquilo y navegable.
Los múltiples detalles lumínicos de Juanjo Llorens forman una sinfonía que aúna lo espectacular con cuidadas sutilezas en rincones, ventanales imaginarios, cuerpos en acción que se enamoran de sí mismos con las manos vacías, los ojos ciegos, sobre una escenografía de Curt Allen Wilmer que vuelve a trabajar los espejos como si lo hiciera por primera vez, componiendo una hermosa sucesión de puertas que se abren, de espejos que se convierten en vestidores y que de pronto se suman a otros espejos para reflejar la belleza de la mortandad, lo mismo que la sublime soledad de los supervivientes.
La ropa de Constance/Mánver, diseñada por María Luisa Engel, va y viene, la cubre de diversas maneras, dejando a veces sus piernas desnudas, bellas y ágiles, al tiempo que circulan por sus labios los verbos desbocados del doliente personaje, de la extraordinaria actriz que le da alcance. Actriz y personaje conforman apasionante armonía con el vestuario en su terrible diálogo consigo misma temiendo lo peor de su gran amor por alguien a quien duplica en años. El miedo al paso del tiempo, el pánico de envejecer mientras la briosa juventud pasa de largo, inapresable, aunque por momentos ha estado recorriendo su cuerpo, ese cuerpo que se resiste al deterioro, aún muy atractivo pero que clama al cielo, desesperado, ante la seductora juventud de otra mujer.
La música de Julio Awad consolida el carácter fascinante de esta aventura teatral en la que se fusiona con gran riqueza de elementos lo intelectual con la emotividad. Mientras Kiti Mánver hace un fantástico recorrido de tonalidades físicas y vocales, Chevi Muraday interpreta al hombre ajeno: mientras Constance padece el temido desamor de su amante, Alfred es el enamorado incondicional que sufre su indiferencia. Los opuestos se temen y desencuentran en un escenario donde las luces y las sombras nos entregan un inolvidable marco de referencia que invita a leer la novela epistolar de Constance de Salm, en tanto las palabras de Juan Carlos Rubio nos regalan secuencias de entrañable desafío poético:
CONSTANCE OFF.- He dormido una hora, una hora sin pensar en ti, mi amor. Una hora sin que esa sombra negra y profunda que roe mi corazón apareciese. Bendita hora sin ti.
CONSTANCE.- Ojalá pudiera dormir el resto de mi vida y despertar sin tu ausencia. (Pausa) Ojalá pudiera borrar tu recuerdo, como tú has hecho con el mío.
ALFRED.- Un nuevo amor es un ácido que penetra hasta la médula, hasta ese lugar recóndito en el que se alojan los recuerdos que juramos imborrables y los elimina de un solo golpe, sin compasión, dejando hueco para esos nuevos recuerdos imborrables que volverán a ser borrados cuando todo suceda otra vez. Una y otra vez.
CONSTANCE.- El amor… ¿Qué es el amor? ¿Una casualidad? ¿Una sorpresa del corazón, de los sentidos? Una pócima mágica que se derrama sobre los ojos, embrujándolos. Y desde ese momento quedas atrapado, como una mosca en la miel…
Sensible es una obra maestra que escapa a cualquier intento de ser etiquetada; una experiencia sensorial en la que todas las artes se dan cita conformando una producción de rara originalidad, capaz de superar todos sus antecedentes en los que la historia del teatro se prodiga: el amor como un abismo hacia el que avanzamos con la firme voluntad de las pasiones desmedidas.
Basada en una novela de CONSTANCE DE SALM (Francia, 1767-1845)
Versión y dirección JUAN CARLOS RUBIO
Teatros del Canal. Sala Verde. Hasta el 22 de octubre de 2017
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