'Bienvenidos a Occidente', de Mohsin Hamid
Por Ricardo Martínez Llorca
@rimlorca
Bienvenidos a Occidente
Mohsin Hamid
Traducción de Luis Morillo Fort
Reservoir Books
Barcelona, 2017
171 páginas
Ahora, cuando la distopía se ha convertido en un género narrativo, descubrimos que esa manera de avanzar el futuro no es otra cosa que la realidad, que la tenemos encima y que todo consiste en no mirar para otro lado para darnos cuenta de que la ciencia ficción que nos remite a un futuro desastroso, es algo que viven los desheredados, los desposeídos, la gente a la que se le ha robado el amor, las raíces y hasta la cortesía. Con una entereza que da envidia, Moshin Hamid narra sin dolor. Pero la idea de que la supervivencia basta para derrotar al amor, o que puede bastar para romper el lazo de cariño más humano, sobrevuela la historia y no se resuelve hasta el final. Es un cara a cara entre la humanidad y los peligros del espejo, que solo devuelve la figura de la humanidad. Como Alicia, que cruza a otro mundo a través de un espejo, una pareja que huyen del conflicto bélico que sucede en su país, cuyo nombre no aparece, cruza a distintos lugares de occidente atravesando puertas. La diferencia es que Alicia se sirve de un espejo, que multiplica la luz, mientras a ellos algún alma caritativa les abre una puerta oscura, es decir, para salvar la vida se dirigen hacia donde se ve peor o no se ve.
La novela comienza presentándonos un país árabe, en el que la gente padece o disfruta de las mismas necesidades que en occidente. La ropa que lleva la protagonista, o la que utiliza él para subir al apartamento de ella, es un disfraz con una utilidad camaleónica. Pero allí la gente ve caer bombas copulando, haciendo gimnasia, mientras se forman tormentas. Allí o utilizas el disfraz o puedes acabar decapitado con un cuchillo de sierra a fin de incrementar el sufrimiento, y luego colgar el cuerpo de un cable de alta tensión. Las reglas de lo cotidiano las tienes que aceptar sí o sí, a la fuerza. De tal manera que llega un momento en que o te conviertes en combatiente o piensas en salir. Como sucede a la joven pareja protagonista, que imitan la vida occidental en la medida de lo posible. Pero la guerra degrada todo, hasta los principios religiosos o el deseo carnal. Cabe una tercera opción, que es la de volverse loco, irse con la mollera a vivir a otro lugar, como sucede con el padre del protagonista.
Pero ellos deciden emigrar, que es tanto como eliminar de tu vida a la gente que te recuerda los buenos sentimientos, como la ternura. Y es entonces cuando comienzan sus saltos, desde un campo de refugiados en Mikonos, un detalle que tal vez sea un guiño a La Odisea, porque el viaje de los refugiados es el único que existe para el que se requiere un valor comparable al de Ulises. Desde que dan con sus huesos en el campo de refugiados, hasta que llegan a un lugar de la costa de California, con escalas intermedias, se van dejando rastros de humanidad por el camino. De hecho, en algún momento rezar y fumar porros es lo único que les identifica como personas. Y así es como la supervivencia cambia los lazos de amor. De hecho, esta novela trata en buena medida sobre eso: o sobrevives o amas. Una disyuntiva propia de las distopías, algo que millones de personas están ya viviendo.