Transformers: El último caballero (2017), de Michael Bay
Por Irene Zoe Alameda.
Llega a las pantallas españolas la última entrega (la quinta) de Transformers, la simpática y surrealista saga de Michael Bay en la que nunca falta John Turturro, y que sin duda ha ganado atractivo desde la incorporación del siempre solvente Mark Wahlberg a su universo.
Esta vez la historia presenta una pequeña variante: el bonachón autobot Optimus Prime es ahora el malo: habiéndose encontrado en Cybertron con la hechicera Quintessa, cae bajo su hipnosis y regresa a la Tierra con la misión de destruir nuestro planeta, y de recuperar un artefacto alienígena escondido aquí desde tiempos inmemoriales.
Así es como la extravagancia del argumento nos retrotrae a la Baja Edad Media, cuando el mago Merlín forjó una alianza entre los caballeros del rey Arturo y ¡doce transformers!, lo que permitió a los británicos usar el susodicho artefacto y así lograr su victoria contra los sajones.
El delirio narrativo de la cinta salta por tanto de Cybertron a un Hong Kong y un Chicago distópicos, pasando por Stonehenge y la mansión en la que lleva décadas esperando su momento el guardián del secreto de Excalibur, interpretado por Anthony Hopkins (cuanto más disparatadas estas producciones, mayor su despilfarro en el casting), pasando por un viaje submarino en el que el director intenta hacernos creer en la castidad del viudo Cade Yeager (Mark Wahlberg), impertérrito ante los irresistibles encantos de una Laura Haddock en celo.
No es de extrañar que sea imposible seguir los ridículos meandros de la historia: hasta cuatro guionistas (Art Marcum, Matt Holloway, Ken Nolan, Akiva Goldsman) fueron necesarios para cerrarla… y verdaderamente da la impresión de que el resultado es la mera suma de las partes, y de que quizá ni siquiera los escritores se reunieron para ponerlas en común antes de pasarle el guion al director.
Por lo general, lo único sobresaliente de estos productos tan rentables es la fotografía junto con los efectos especiales, que los convierten en una sucesión de planos vibrantes y llenos de volumen, en un esfuerzo cinematográfico sin parangón. La edición de sonido es igualmente extraordinaria (se emplean Dolby Atmos, Dolby Surround 7.1, Datasat y Dolby Digital), algo que desde luego solo podrá apreciar quien decida ir a un buen cine para echarse unas risas y amenizarse una de estas noches de agosto.
(Spoiler: es digno de ver el fallo de raccord en medio de la batalla final entre los autobots y los decepticons, en el que la melena leonina de Wahlberg aparece de pronto más voluminosa y más cargada de laca que de costumbre. En el pase en el que esta crítica vio la película, los más de cien espectadores de la sala estallamos en carcajadas al unísono.)