Clash (2016), de Mohamed Diab
Por Jaime Fa de Lucas.
Clash es el segundo largometraje de Mohamed Diab. Sigue una línea similar a la de su anterior trabajo, El Cairo 678, desplegando una serie de cuestiones sociales de Egipto. Estamos en el año 2013, exactamente después de que el ejército se imponga a los Hermanos Musulmanes que estaban en el poder. Un grupo de ciudadanos egipcios es encerrado en un furgón del ejército, casi a ciegas, independientemente de su ideología, de tal manera que se juntan personas con ideas neutras, defensores de los Hermanos Musulmanes, gente que está en contra de los Hermanos, etc. El furgón se convierte en un microcosmos de ese choque –“clash” en inglés– que sufre todo Egipto. Aunque esta premisa es bastante buena y su desarrollo inicial es potente, la película va perdiendo fuerza según se acerca al tramo final.
La película transcurre en su totalidad dentro de un furgón, pero en ningún momento resulta aburrida. En este sentido, hay que aplaudir al director de fotografía, pues consigue exprimir al máximo las posibilidades que ofrece un espacio tan reducido, explotando todos los recovecos posibles para colocar la cámara y utilizando con ingenio diferentes fuentes de luz. También hay que destacar la espontaneidad de los actores y de los diálogos, algo que fortalece el realismo del conjunto y lo hace más verosímil. Estos dos aspectos, la fotografía y la naturalidad, proporcionan una base sólida a la película y quizás sean, junto a la idea central, lo más destacable de Clash.
Sin embargo, una película de estas características, que pretende lanzar un grito al cielo, no puede ser tan débil en el apartado intelectual. No hay suficiente reflexión. Se genera una situación idónea para establecer un debate ideológico entre diferentes partes, pero éste nunca llega. Mohamed Diab se conforma con acumular minutos dentro del furgón para llegar a una resolución bastante simplista. Clash termina con un grupo de manifestantes atacando indiscriminadamente a los del furgón. Es decir, el dualismo ideológico que envenena a la sociedad egipcia –y que es un tema candente en toda la zona– no se resuelve con diálogo, reflexión y comprensión –no digamos ya espiritualidad–, sino arguyendo que todo es lo mismo, que al final el caos se apodera de todo y que la ideología es lo de menos. Me gustaría saber si esto es una crítica a la irracionalidad del pueblo egipcio, como si golpeara antes de preguntar, o una observación más general sobre las ideologías, pero claro, no hay ningún tipo de discurso en la película que clarifique esto.
Tampoco ayuda mucho que el tono de la película se incline más hacia lo humorístico que hacia lo dramático. Siempre es positivo tomarse las cosas con humor, pero aquí falta seriedad para que el impacto sea más contundente. Intuyo que Diab tiene más dificultades para presentar un tono sobrio que para acercarse a la situación a través de lo cómico. Además, el tramo final se hace algo reiterativo, con situaciones que se repiten y con cierto estancamiento argumental que por momentos deja a la película en la cuerda floja. Es una película interesante, que con un poco más de sobriedad y un desarrollo algo más elaborado, hubiera rozado la excelencia.