Los escritores, los reyes de la procrastinación
La procrastinación es una de las palabras que más han acumulado fuerza en las últimas décadas. Se utiliza todo el tiempo en redes sociales para denotar que el que la escribe la está practicando. Porque la era digital nos ofrece suficientes opciones para hacer de ello una metodología: de checar el correo a revisar Facebook, a discutir en Twitter, a buscar una receta de cocina, a investigar los beneficios de alguna verdura… Muchísima gente procrastina y además escribe sobre ello como una suerte de autocomplacencia culposa; pero al parecer para los escritores es un gaje del oficio.
La escritora Megan Mcardle publicó un artículo interesante en The Atlantic que analiza esta práctica desde el punto de vista del escritor. En él propone que los escritores son tan buenos perdedores de tiempo porque son demasiado buenos en clase de literatura.
“La mayoría de los escritores fueron niños que fácilmente, y casi automáticamente, sacaron 10 en literatura. A una edad muy temprana, cuando los maestros de gramática estaban luchando por inculcar la lección de que el esfuerzo era la llave principal para ser exitoso, estos futuros escribanos proveían la mentira obvia a la aseveración. Mientras otros leían acaloradamente, ellos estaban dos grados arriba en sus libros de trabajo. […] Sus talentos naturales los mantenían al tope de su clase”, apunta Mcardle.
De acuerdo a Mcardle, el problema con esto es que cuando te conviertes en un escritor profesional estás compitiendo con todos aquellos que estuvieron al tope de su clase de literatura. Si has pasado la mayoría de tu vida navegando armónicamente gracias a tu talento natural, cada palabra que escribes se vuelve una prueba de qué tanta habilidad tienes, cada artículo se vuelve un referente de qué tan buen escritor eres. “Mientras no hayas escrito ese artículo, esa ponencia, esa novela, aún podría ser bastante bueno”, apunta. “Antes de que te pongas a trabajar, eres Proust y Oscar Wilde y George Orwell envueltos en un delicioso paquete”.
La procrastinación en el escritor, de acuerdo a esta teoría, radica en entregar algo terrible. El prospecto de escribir algo que no es muy bueno parece paralizar al escritor promedio, y lo único que lo salva es que –la mayoría de las veces–, mientras se acerca la fecha de entrega, su miedo a no entregar nada sobrepasa su miedo a entregar algo mediocre.
La psicóloga de Stanford Carol Dweck, quien ha pasado su carrera estudiando el fracaso y cómo reaccionamos a él, respalda esta teoría sobre la parálisis. “El miedo a ser desenmascarado como el incompetente que ‘realmente’ eres”, dice, “es tan común que incluso tiene un nombre clínico: el síndrome del impostor. Un gran número de personas exitosas (particularmente mujeres), creen que no han ganado realmente sus puestos y están en riesgo de ser desenmascaradas como fraudes en cualquier momento”.
En otras palabras, muchas personas que trabajan en ámbitos que requieren no sólo dedicación, sino también talento, se “autoincapacitan” por miedo a no llenar las expectativas que tienen (y que creen que los otros tienen) de sí. La procrastinación, el dejar para el último momento el trabajo es la perfecta excusa para no triunfar. Los escritores que no producen copias se refugian en la hipótesis de que pudieron haber escrito una obra de arte pero no pudieron organizar su tiempo. La única esperanza entonces, de acuerdo a Mcardle, es que el miedo a no entregar nada sea más apabullante que el miedo a entregar algo mediano. Entender que todos los escritores son impostores, y que no por ello son malos o buenos, podría ser la clave principal de la productividad.