‘Cosas que he roto’, de Samir Abu-Tahoun Recio
Por David Alfaro.
Hace unos meses anduve cotilleando por una charla que daba Andrés Barba. Estuvo sembrado, como siempre, y le dedicó al público ávido de consejos para lograr ser un autor respetado la mejor recomendación posible: «No escribáis relatos, escribid una novela de verdad. Todo el mundo escribe los mismos relatos. Arriesgad». Más o menos esas fueron sus palabras. Por si me está leyendo, apostillaré que vaya usted a saber, que la memoria es plástica. Pero ese fue el regusto que me dejó, con el que llegué a casa y con el que, tiempo después, abrí enarcando una ceja este Cosas que he roto de Samir Abu-Tahoun, esperando que ya me lo hubieran contado todo. Que todo está contando es una evidencia. Que sigue habiendo formas maravillosas de contarlo es un axioma.
Son relatos y textos, poéticos o gamberros, de aquí y de allá, peripecias que suceden en muchos lugares pero que viven en Aluche y protagonistas diferentes que siempre te llevan a ser el mismo, el propio autor disfrazado de literatura. Si has crecido en un barrio, si te abrumó la adolescencia, si el paso del tiempo te obliga a echar un vistazo atrás de vez en cuando para saber de dónde vienes, prepara la boca de tu estómago porque te la va a devorar la nostalgia.
Tiene saudade -que dicen los portugueses- estos cuentos de vida en la calle. Tienen sorpresa y atrevimiento, y arrojo, y valor. Y pelotas. Muchas. Arriesga en cada texto y se juega el tipo, llevándote a contarte las verdades que molestan, esas en las que en realidad te ves representado. Sabe jugar Samir a las mil maravillas con la identidad y con la identificación, haciendo que cuando su protagonista es adorable, seas tú, pero cuando se vuelve desafiante, absurdo, cabezón y gilipollas, sigas viéndote en él, incómodo, sorprendido y auténtico.
Este chico grande de origen Palestino y apellido para apuntarse porque es imposible de memorizar, Abu-Tahoun, va a mentirte constantemente, sabiendo a cada instante que es incapaz de engañarte. Porque sus mentiras concuerdan con la vida que fue y que no volverá a ser. Con los niños golpeándose las tibias en los parques, con las familias de padres silenciosos y madres pesadas que seguirán dándote consejos hasta el día en que te mueras, con la droga a lo bruto, en vena, que nunca logró ser socialmente aceptable, con los deseos que se quedan de camino y llegan a la orilla ahogados y transformados en simples momentos felices a rescatar en una existencia rutinaria. Y, sin embargo, cuando se te presenta la pena en forma de recuerdo, te das cuenta que, comparado con tu presente aséptico, de chavales cazando Pokemon, madres con Facebook y drogas diseñadas para matarte sin llegar a molestar demasiado, la melancolía puede llegar a ser una delicia. Y es ahí cuando te das cuenta de que sólo la pena del pasado puede llegar a merecer la pena.
A destacar el excepcional poema en prosa Dejadme en paz. Como en esos museos magníficos en los que todo es maravilloso hasta que llegas a ese cuadro especial que te quedas mirando una hora y piensas: Hasta este momento también, pero ahora, ahora sí, de verdad, ahora todo se ha vuelto único, legendario.
Hay muchas culturas en Samir Abu-Tahoun, hay muchos mundos, hay muchas morales y muchos pasados, y todo está en unos pocos relatos. No vamos a contradecir a estas alturas a un grande como Andrés Barba, así que sólo puedo decir que no escribáis relatos, que leáis los que vienen en Cosas que he roto, que es una apuesta segura y el riesgo, bueno, el riesgo mejor dejadlo para vuestras novelas.
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