Snowden (2016), de Oliver Stone

Snowden, de Oliver Stone.
Portada de la película Snowden, de Oliver Stone.

Por Irene Zoe Alameda.

Aunque Oliver Stone ha rebajado el tono de sus intervenciones en contra de lo que él considera la tiranía del gobierno norteamericano, su activismo sigue intacto en su obra. Con Snowden ha logrado comprimir y presentar la vasta y enmarañada información que rodea el asunto de la vigilancia y el allanamiento de la intimidad por parte de las autoridades.

Para gran decepción de muchos, a la gran mayoría de los estadounidenses les pasaron desapercibidas las revelaciones de Edward Snowden y sus formidables consecuencias en la política de defensa norteamericana. Los hechos -que la sección 215 del Patriot Act otorgaba a la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) poderes absolutos para recopilar emails, llamadas telefónicas y datos acerca de las comunicaciones de los estadounidenses y de algunos ciudadanos y gobiernos extranjeros-, cayeron en la desafección pública en virtud de la propaganda gubernamental lanzada por Obama. Al frente de esa estrategia estuvo la Secretaria de Estado Hillary Clinton, que jugó con acierto a confundir al joven contratista con un traidor, con un hacker que vendía secretos de Estado, e incluso con el líder de Wikileaks.

El resultado de los actos de Snowden es no obstante palpable y heroico: no solo no filtró ni vendió ningún secreto, sino que en 2015, dos años después de demostrar que la NSA estaba jugando a ser el Gran Hermano, logró que el Senado sustituyera el siniestro Patriot Act de Bush por el Freedom Act, que precisamente limita el margen de maniobra de la NSA.

El mismo Snowden, convertido hoy en icono pop sobre todo fuera de las fronteras del país que lo aguarda para llevarlo a juicio por alta traición, admitía en abril del año pasado ante John Oliver que es un reto expresar en pocas palabras un conocimiento sobre la red que requiere años de entrenamiento técnico. Y ahí reside la clave para entender que en los EE UU no haya tenido lugar aún el necesario debate público sobre el dilema “privacidad vs. seguridad”.

Ahora, el director norteamericano estrena Snowden, una película desprovista de artificio protagonizada por Joseph Gordon-Lewitt y Shailene Woodley. A partir de un solvente trabajo de síntesis en el guión, que reúne únicamente los datos esenciales sobre el asunto, Stone consigue una cinta de estilo directo y digerible por el gran público, supeditada al servicio de un mensaje: delegar ciegamente nuestra protección en los políticos conllevará al recorte de nuestras libertades fundamentales.

Ahí donde el oscarizado documental Citizenfour de Laura Poitras caía en la complejidad, la ficción de Stone reúne una selección de motivos escueta y eficaz, como en el pasaje en el que, en virtud de la Library Records Provision, un directivo de la NSA logra reunir secretos clave para la extorsión y su lucro personal. En otra secuencia, un compañero de Snowden activa a distancia el ordenador de una atractiva mujer de Oriente Medio para espiar cómo se desnuda antes de acostarse. No cabe pensar en secuencias más certeras para despertar nuestras conciencias y demostrarnos que terceras personas se han introducido en nuestras vidas con el beneplácito del gobierno estadounidense.

En una sociedad en la que el 46% de la gente ha declarado no estar “nada preocupada” por las estrategias de privacidad en la era “post Snowden”, películas de consumo masivo como esta constituyen un despertador ciudadano que contribuye a la salud del sistema.

Una democracia sana nos exige que conozcamos las leyes y vigilemos a las autoridades. No hacerlo conduce indefectiblemente a la tiranía.

 

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