‘Dado por muerto’, de Beck Weathers

Por Ricardo Martínez Llorca

Dado por muerto. Mi regreso a casa desde el Everest

Beck Weathers, con Stephen G. Michaud

Traducción de Pedro Chapa Huidobro

Kailas

Madrid, 2016

310 páginas

dado muerto

Si uno lee Mal de altura, el libro de John Krakauer sobre la masacre en la cima del Everest en 1996, tiembla tanto como si le hubieran echado un mal de ojo. Una cima de casi nueve mil metros no es una fiesta. Y Krakauer convierte el tapón en el escalón Hillary y los retrasos que acumularon varias expediciones comerciales en una batalla silenciosa un tanto maniquea. Es cierto que hubo decisiones fuera de sitio por parte de los guías, sí. También lo es que en la zona de la muerte nadie conserva la lucidez que se tiene tostándose en una playa del Caribe, si es que en ese estilo de vacaciones existe lucidez. Krakauer compuso un libro sin duda atractivo, de esos que empujan al lector dentro de las páginas, como buen periodista deportivo que es. Y la respuesta de Boukareev fue necesaria. El guía ruso protagonizó una hazaña rescatando a varias personas, que no se reconoce en el Mal de altura. Sea como sea, una película ha venido para poner las cosas en su sitio. Everest, estrenada hace poco más de un año trata con bastante fidelidad lo que pudieron ser aquellos días en el techo del mundo. Habla sobre personas y no sobre grupos. Por ejemplo, el grupo de sudafricanos, que según los testimonios de otros autores, pudo hacer más y hacerlo mejor, desaparece de las pantallas en cuanto abandonan la tienda del campo base donde se reunieron para organizar un ataque coordinado a la cumbre. Fuera polémicas. Aquí cada uno es mayorcito y sabe lo que hace. Y si no lo sabe, es que tal vez no esté cuerdo.

O sea un individuo con un egoísmo patológico. Y de eso trata este libro, de dónde está el listón en que el egoísmo, algo común, comienza a perjudicar a los demás. De qué color es el egoísmo puramente narcisista y cómo afecta a los que le quieren a uno. No importa las montañas, ni siquiera la más grande. Lo que tiene significado vital es la huella que dejamos en los demás. Si, escalar montañas por placer, por pasión, puede ser egoísta. Es egoísta. Aunque no todos los egoísmos son dañinos. Que alguien escale montañas ayuda a vivir a quienes amando esa actividad no pueden completarla por razones clínicas. Como le sucederá a Beck Weathers. Él es uno de los protagonistas de aquellos días. Para quien haya visto la película, su personaje lo interpreta Jos Brolin: un tipo dado por muerto que de repente, tras muchas horas inane, resucita. Ha perdido los guantes y ha estado demasiado expuesto a la tormenta. La primera parte de este libro narra, con estremecimiento, con garra, el episodio desde su punto de vista.

Luego se da voz a los que le quieren y aguardan su regreso. Se les permite hablar de sus miedos, de sus sentimientos, de su forma de matar el tiempo para no caer en preocupaciones, de las termitas que les roen por dentro cuando Beck no está en casa. Pero Beck, como bien queda reflejado en esta segunda parte, hubiera sido un hombre enterrado en vida de no haber seguido ese impulso. Se hubiera visto reducido a la monotonía del trabajo como patólogo, cenar con la familia, hacer alguna barbacoa con los amigos, tener un par de animales domésticos. Y eso no basta. Hay que romper las membranas de la vida gris con cualquier herramienta. Dada la posición social de la familia, ni siquiera la supervivencia, que tenían garantizada, les aseguraba que la lucha por el pan fuera garantía de vida. Debía combatir el mal burgués con o sin psicoanálisis.

Su terapia, queda claro en la tercera parte, fue la montaña. Aquí es donde se narra su iniciación tardía, en paralelo a un proceso de depresión. Cómo desde una aproximación muy inocua gracias al senderismo, va proponiéndose un reto mayor en cada viaje. Su forma de automedicarse es centrarse en una actividad que no te permite estar atento a los problemas que dejaste atrás. Esa forma de quedar absorto en la escalada y en la belleza se asemeja en buena medida a la meditación: el equilibrio de te mantiene en el mundo, tu cuerpo es un recipiente vacío. Pero el demoledor episodio del Everest, que acabará por privarle de las manos y de parte del hígado a causa de un hepatoma, es el que nos devuelve, una y otra vez, al carácter del montañero como un ser que no es único. Lo que a él le suceda, le sucederá, con mayor drama, a la gente que le quiere. A lo largo del relato de sus incursiones en el monte y sus expediciones en busca de subir a las siete cumbres, las más altas de cada uno de los continentes, la voz de su mujer ofrece un contrapunto. Aunque se incide en la faceta egoísta del alpinismo, cabe señalar también la de la mujer que espera, pues pedirle que renuncie a la montaña sería tanto como pedirle que perdiera la vida.

De repente uno se da cuenta de por qué este libro es necesario: por colocarnos a cada uno en nuestro sitio. Por cogernos de la solapa y decirnos que somos egoístas. Que nuestro admirado hombre del Himalaya es un egoísta, y que la persona que le intenta poner plomo en las alas también. Así pues, solo nos queda un refugio, lo más valioso que podemos abonar, mimar, librarlo de los parásitos, que es eso que se conoce como el respeto.

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