Aliento de luz, María Jesús Mingot
ALIENTO DE LUZ
María Jesús Mingot
(Ediciones Vitruvio, 2016)
Por Rafael Talavera
ALIENTO DE LUZ es una lucha prehistórica, territorial: la de la enfermedad y la poesía disputándose el cuerpo -y, como efecto colateral, el espíritu- de María Jesús Mingot.
También es otra resurrección de Lázaro, como en el poema que abre el libro, “Amanecida”, donde la luz entra de puntillas y envuelve el cuerpo de la vida durmiente, acorralada por la noche, y lo resucita. Y la necesidad, desde el primer instante, de que todo suceda como va a suceder, pues ha sido escrupulosamente tramado, una resurrección estructurada: porque se trata de sobrevivir al desastre, y sólo existe una jugada, un modo de hacerlo: el poema, el libro talismán. El aliento resucitador de la luz. Levántate y anda, María Jesús Mingot, pues la vida te espera; y el libro es un sueño donde debes demostrarlo, debes demostrar tu inocencia ante tu cuerpo como lo tuvo que hacer Kafka ante el demente tribunal del mundo.
“Tocado por la nevada piel adolescente,
todo cuanto hay allí se despereza,
y a su blancura se rinde finalmente
de promesa de amor intransitada.”
El poemario se desliza como el agua buscando su horizontal de reposo: es decir, es un trayecto entre piedras y precipitándose por rápidos en busca de sentido, de sosiego, de la belleza de vivir, de calma llena, de certidumbre. La apropiación debe ser leve, sigilosa, cuasi imperceptible, o se despertará el hado que extingue la vitalidad: se lleva a cabo ese renacimiento con el aliento de la luz, con el susurro, con la palabra dicha en tonos bajos pero con claridad siempre diamantina, ante un decorado dramático amortiguado por la neblina del fondo. Así en el poema “La tarea pendiente”:
“Devolver a la fugacidad su relevancia hurtada.
Por una vez, que el verbo galope en su montura
y, agradecido, advierta la belleza
de cabalgar a solas este día.”
Pero estén avisados; pues en este libro, como lectores, se las tendrán que ver con un espíritu especulativo. No en vano Mingot imparte enseñanza universitaria de Filosofía, y no es, por tanto, su pensamiento mera adherencia al lirismo. De ahí el sigilo, la impecable vigilancia del devenir textual, la mirada atenta entre bastidores, la ardua levedad que es fuerza y no se deja doblegar, el ansia de vida de la, en apariencia, débil, frágil autora. Uno recorre las páginas de este libro por un hilo de delicada y férrea sensibilidad; el lector, si quiere atravesar el paisaje que se divisa desde las nubes, ha de convertirse en funámbulo y arriesgarse a compartirlo: pues este libro, o se comparte en el riesgo, o no existe. Así debiera ser toda la poesía: riesgo, salto al vacío sin red, sorpresa de salvarse o de estrellarse contra el suelo. Y para el lector: encaramarse a la perspectiva del poeta. Y es que es así: el lector debe trabajar, la emoción es un trabajo, todo lector es autor de lo que lee: en eso Mingot es implacable: sólo será modificado por el texto aquél cuyo esfuerzo lector lo merezca. Lean esto del poema “Lluvia”:
“Indivisible centro de vida temblorosa,
dime,
cuántos mares habitan en tu seno,
y cuántos resucitan cuando tú desfalleces.”
La contemplación sucede siempre, aquí, desde la fragilidad. Pero es todo un ejercicio de meditación, de construcción de un vacío capaz de contenerlo todo, donde fugacidad y eternidad son la misma cosa, el ouroboros recreando el círculo de la inmortalidad, de la repetición inacabable y que Mingot expresa, valiéndose de la metáfora de la nieve, en el poema “El más bello anticipo”:
“Tan desnuda como llegas al mundo, lo abandonas.
(…)
Nieve,
el más bello anticipo de la nada late en ti,
y lo muestras al mundo:
una nada me tiene,
dices a tu manera;
mas en ese intervalo
-vestirla y desvestirla-
cabe toda una vida.”
Y así, siempre bajo estos parámetros, discurre el libro por el tiempo detenido de la infancia, o el cuasi infinito de la exaltación amorosa, o el tiempo quemante del dolor, o por el intemporal y de oro puro del poema, de la poesía como vida o de la vida como liviandad que sólo las palabras del poema logran soplar cual pluma en el aire. Todo se halla inmerso en una reconstrucción de muros que son el aire tibio de las palabras, de los cuidadísimos ritmos que actúan de invisible plomada.
“Infancia, he de soñarte al menos para tener un sitio al que volver.”
“Como hablar del dolor sin que se transforme en una queja,
y acoger el placer, sin que a la piel aflore el acuciante anhelo de algo más.”
“Tu soledad recibe la precaria limosna de los sábados.
Y tu sed, aún más sed.”
“Tiempo,
eres un topo ciego cavando y sepultando la misma galería.”
“Pensar en otra vida es el peor remedio para esta enfermedad que te consume:
el tiempo de esta vida te ha bastado para no ambicionar otra siguiente.”
“¿Será patria del hombre este intervalo
en blanco?”
La medida de un poeta es la medida del alcance de su lenguaje: el poema llega hasta donde el artificio de las palabras lo impulsa. Muchos y complejos son los recursos y los trabajos de la inspiración y la experiencia y la precisión alcanzadas como poeta. Y están ustedes ante un libro lleno de exquisita precisión, sólida experiencia y cuidada elegancia, y en el que inspiración y trabajo se confunden hasta ser indistinguibles. Pero, ante todo, están ustedes en presencia de un alma desnuda, leve y sensitiva en el para ella archiconocido dolor, aunque triunfante en el inspirado poema, irrompible de tan dúctil: un complejo laberinto de reflejos, y sin embargo tan diamantino y sencillo de atravesar si saben ustedes volverse luz, aliento de luz…
He pensado muchas veces en la poesía de María Jesús Mingot, que puedo decir que conozco en profundidad. Y he contemplado la justeza con que se prolonga en un carácter esencialista y lleno del orgulloso sentimiento de ser poeta que todo el que lo sea de verdad posee. Y lo demuestra apartándose del ruido del mundo de afuera, donde prefiere no aparecer ni en nombre de la gloria y el conocimiento de su poesía. Ella sabe que poesía y poeta pertenecen a un mundo de intimidad con lo desconocido, con la plenitud del vacío. Ése y no otro es el líquido nutricio, vital, del poeta. El poeta extiende su poema como paisaje y desaparece en la invisibilidad del aire. Y un poco así María Jesús: un ser invisible por pudor, por levedad, por amor y devoción a la diosa Poesía, por el disfrute de contemplar el drama desde las bambalinas.
No quiero dejarles sin hacerles una recomendación: lean “Aliento de luz” al menos dos veces, y despacio, como exige y tiene que ser leída la poesía. Pierdan un poco de su tiempo en la conquista de la emoción, de la levedad, del misterio. Tienen en este libro la oportunidad de darle a la poesía lo que es de la Poesía, lo que ustedes le deben: la emoción de contemplar la vida construyéndose a sí misma idealmente allí donde ideal y realidad son la misma cosa: en el espacio de la creación poética pura. Un libro, en resumen, muy valioso, maravillosamente escrito, lleno de profundidad y de una rara belleza y economía, con una muy sólida arquitectura de pensamiento y ejecutado con palabras cristalinas, fiables, que saben cantar el aire puro de lo original y bien hecho. Y para terminar, dado que detesto robarle al poeta su derecho a cerrar con un buen final, prefiero y considero justo y más aseado que lo hagan los versos plenos de profundidad metafórica y de precisión, elegantes y desnudos de vanidad, de Mingot.
Ahí va, junto con mi despedida, una muestra de ellos.
“Árbol, tu silenciosa entrega me conmueve.”
“Las olas se demoran donde la flor se abre.”
“Un horizonte claro te trae a la memoria la inane vastedad de la existencia.”
“Escucha cómo susurra el agua en ese cuerpo.
(…)
Ni una queja,
ni una leve tintura de reproche.
Todo el agua confluye en esta gota,
que ahora se evapora y vuelve a tierra.”
“El silencio es una respuesta que se destila eternamente.”
“No te tiene la nada ni la vida.”
“El silencio está dentro.
No vendrá si lo invocas.”
***
PRESENTACIÓN DEL LIBRO:
Viernes, 13 de mayo de 2016 a las 19.30h.
BIBLIOTECA MUNICIPAL “EUGENIO TRÍAS”
ANTIGUA CASA DE FIERAS DEL RETIRO.
Pº DE FERNÁN NÚÑEZ, 24-MADRID. (METRO-IBIZA)
María Jesús Mingot. Poeta. Doctora en Filosofía. Profesora Titular de Filosofía en la UAM. Ha publicado anteriormente una novela, ‘El vértigo de las cuatro y media’ (dos ediciones), y dos libros de poemas, ‘Cenizas’ y ‘Hasta mudar en nada’. Ha escrito además numerosos artículos de Filosofía. Fue finalista en el premio de relatos ‘Emilio Hurtado’.