Las aventuras del Capitán Torrezno. Una epopeya contemporánea.
Por Alicia Fuentes.
Siento una comunión absoluta con la serie de Las aventuras del Capitán Torrezno, de Santiago Valenzuela. Siento, además, la certeza de que es una de las mejores historietas que se han producido en España en los últimos tiempos. Y estas son las razones:
Es como el Señor de los Anillos – pero mucho mejor. Haciendo gala de una creatividad inaudita, Santiago Valenzuela despliega ante el lector un mundo alternativo en el que la tierra es plana, el orbe termina en cuatro Muros Cardinales, y está poblado por diversas culturas con sus respectivas religiones y ciudades, que guerrean entre sí. Un mundo alternativo en el que el malo es un Shogun inconoclasta que oculta su rostro con la máscara de Darth Vader, y que lucha contra los idólatras, adoradores de unas extrañas reliquias prehistóricas: el sagrado documento (el DNI de un tal José Hilario), y el sagrado papel moneda (un billete de cien cucas). “¡Creo en ti, José Hilario Viñeiredo, Hijo de Alfonso y Herminia, Dios del Universo! ¡Nacido el 30 de marzo de 1932 en Madrid! ¡De estado civil soltero, de profesión funcionario, y de sexo: UVE! ¡Y expedido en la comisaría de Chamberí!”
Como en El Señor de los Anillos, en Las aventuras del Capitán Torrezno conviven mundos paralelos, civilizaciones con mitología e historia propias, intrincadas ciudades con arquitecturas fabulosas, etc. Pero a la fantasía épica de Tolkien Santiago Valenzuela le quita toda la grandilocuencia y le añade humor, mucho humor. – ¿Qué significa “UVE”? – Le pregunta el sumo sacerdote a un desconcertado Capitán Torrezno, recién llegado del mundo real. –Ehhh… ¡Ah, si! ¿UVE no era esa serie en la que unos alienígenas que comían ratones invadían la tierra?
Es como la Biblia – pero pop. Empezando por el formato de edición (Edicions de Ponent ha agrupado los 6 álbumes publicados hasta ahora en un atractivo cofre con el título de “Deeneim. La historia más pequeña jamás contada”, que debe ser el primer tomo de la saga -¡¿el primero, de cuántos?!), y siguiendo por el estilo de la prosa y del propio dibujo, Las aventuras del Capitán Torrezno siguen el esquema de una clásica epopeya épica. Y no de cualquier epopeya, sino de la más épica de entre las épicas: la Biblia.
Valenzuela se divierte jugando con el Antiguo Testamento y reescribe a su modo el Génesis: tras crear el “Astro colgante” (en realidad, la bombilla de un húmedo sótano) “creó Dios el mundo, con Sus Manos Kilométricas, y tras Cinco Días de Trabajo se sentó a descansar… el Fin de Semana.” En cuanto al Hombre, Dios le dio “Alimentos, Calor, y… Agua Corriente”. Con una sensibilidad pop muy desarrollada, Valenzuela se apropia de elementos provenientes de la cultura popular contemporánea y los incorpora a su particular epopeya bíblica, tendiendo puentes directos con el lector medio español joven, aunque ya tirando a madurito: diseminados por la gran meseta hay ídolos prehistóricos con forma del osito de las Olimpiadas de Moscú de 1980, y los invasores utilizan un sacacorchos gigante como ariete para forzar las puertas de la ciudad. “… Es extraño” –comenta el Shogun-Darth Vader al ver pasar la avispa en la que escapa volando Torrezno– “Siento una rara energía en esa nave. Una presencia ajena… y a la vez familiar”. El borrachín Capitán, por su parte, siente una incontenible nostalgia por el Denver, el bar de la esquina donde cada día se leía el Marca, y, dicho sea de paso, por fumarse un buen trujas, pero que no sea del tamaño de un edificio de siete pisos, macho.
Es como Perdidos – pero surrealista. El argumento que más se utiliza para denostar la famosa serie de televisión es que los guionistas al final se hacen (con perdón) la picha un lío. En cada temporada aumentan los misterios y los fenómenos paranormales, y al final todo queda sin explicar o se trata de arreglar el desaguisado con un final poco satisfactorio. Pues bien; como los guionistas de Lost, Santiago Valenzuela complica cada vez más la trama de su serie, con nuevas figuras misteriosas en cada álbum, que apuntan a la existencia de nuevas capas de realidad subyacentes a ese mundo alternativo que ya de por sí es ficticio (capas de realidad, por cierto, que se evidencian con cambios en el estilo del dibujo, desde el realismo fotográfico hasta la caricaturización onírica). En el sótano de la realidad “objetiva” se desarrolla la civilización de Deeneim, y en el sótano de ésta a su vez viven “los técnicos”, unos misteriosos seres más avanzados que parecen ser quienes manejan los hilos en la sombra. Finalmente, entre medias de todos ellos hay personajes que sobrevuelan ambas dimensiones, como el Shogun o el propio Capitán Torrezno, aterrizados de repente en este mundo sin pasado, pero con futuro.
Sin embargo, el lector de Las aventuras… no se siente decepcionado ni irritado como le ocurre al telespectador de Perdidos, sino que acepta con mucha más indulgencia los delirios creativos del autor. Esto se debe a que Valenzuela plantea su obra desde la surrealidad y lo lúdico, sin dejar lugar a que el lector desee esa “explicación definitiva” que en la serie, mucho más realista y prosaica, sí se espera.
Es como la Historia – pero sin mentiras. Una de las facetas más fascinantes de Las aventuras… es la evidente preocupación del autor por la Historia, en el sentido académico del término. ¿Quién escribe la historia? ¿Cómo sabemos que las fuentes primarias, aquellos documentos o pruebas fidedignas en las que se basa el historiador, son verídicas? Tengo un amigo arqueólogo que me habla con pasión de su disciplina, pero yo, por más que lo intento, no puedo superar mi escepticismo hacia la historia antigua: ¿Cómo podemos creernos unos hechos que se narran en un poema escrito hace tropecientos siglos por un fulano con un grado probablemente considerable de imaginación? ¡Pero si las exageraciones desmesuradas de Heródoto, considerado padre de la historiografía, están ampliamente reconocidas!
Parece que a Valenzuela le ocurre lo mismo. En Las aventuras… se da una automática y demoledora puesta en duda de la historia. Esto queda personificado en la figura del escriba que acompaña al Shogun Hydeyoshi, señor de la guerra. Este escriba, sin lugar a dudas mi personaje favorito de la serie -¡lo siento Torrezno!- tiene el deber de narrar las conquistas del Shogun, lo cual hace sin escatimar exageraciones sobre su fuerza y su poder. El shogun le reprende por tales tergiversaciones: ¡Dije que tomaría la ciudad en diez semanas, no en diez días! El escriba justifica su modo de proceder y explica que en eso consiste, en resumidas cuentas, el proceso de escritura de la historia: “Esta crónica será enviada de inmediato a Babel para ser copiada mil veces. La posteridad la tomará por cierta, asociándola a tu nombre y tu fama inmortal, y el mito, como siempre sucede… acabará sustituyendo a los hechos.” Así sea. Pero, por lo menos, seamos conscientes de la mentira.
A Valenzuela le tengo ganas, así que Las aventuras del Capitán Torrezno será una buena oportunidad de sumergirme en su mundo.