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El renacido (2015), de Alejandro González Iñárritu

 

Por Jordi Campeny.

revenant1Hacer cine más grande que la vida constituye un riesgo evidente, por aquello de la falta de humildad. Las enormes epopeyas físicas pueden quedarse en mero decorado si no hay ideas o temblores que las sustenten. Una película de aventuras puede ser sólo una película de aventuras por mucho que pretenda ser más que una aventura, o más que una película. El genio de un director puede tomarse un respiro, o naufragar directamente, por muchas nominaciones a los Oscar que acumule.

Uno pensaba en todas estas posibilidades antes de adentrarse en la proyección del último trabajo del director mexicano Alejandro González Iñárritu. Pero las reservas fueron desplomándose con insólita celeridad. Porque, aunque El renacido sea una película excesiva, extenuante, narrativamente discutible y ambiciosa hasta el delirio, es también, y por encima de todo, una obra visceral, apasionada, hipnótica, de inabarcable belleza y abrumadora plasticidad. Irrenunciable.

Conviene, a la hora de analizar un trabajo fílmico, echar la vista atrás en la carrera de su autor para entender cómo y por qué ha llegado hasta el momento actual. González Iñárritu ofreció un tríptico, con su apéndice, sobre la muerte y el estado del mundo, de incontestable fuerza, poética y vigor con la extraordinaria Amores perros (2000), 21 gramos (2003), Babel (2006) y la más discutible, por agotamiento de discurso, Biutiful (2010). Llegado a este punto tomó la muy inteligente decisión de dar un giro radical a su carrera y, en un alarde de virtuosismo formal, deslumbró al respetable con la maravillosa Birdman (2014), un fascinante tour de force que hablaba de la soledad y el vacío de los que alguna vez fueron héroes. Tanto o más asombroso resulta este último viraje de su carrera. De la soledad del hombre actual, perdido entre el ruido y la furia de la esquizofrénica contemporaneidad, pasamos a la esencial soledad del Hombre, en mayúsculas, luchando por su supervivencia, fundiéndose con la primigenia, vasta, cruda e implacable naturaleza; principio y fin de todo.

Basada en hechos reales, El renacido, furioso western, nos sitúa en el año 1823 en las profundidades de la América salvaje. El explorador Hugh Glass resulta gravemente herido por el ataque de un oso y es abandonado a su suerte por un traicionero miembro de su equipo. Con la fuerza de voluntad como única arma deberá enfrentarse a un territorio hostil, a un invierno brutal y a la guerra constante entre las tribus de nativos americanos.

revenant2El periplo, de marcado carácter panteísta y en continua búsqueda de la trascendencia, que emprende el personaje de Leonardo DiCaprio –quien, cabe suponer, se alzará finalmente con el tan ansiado Oscar–, secundado por el inmenso Tom Hardy, constituye un prodigio de dimensiones épicas en el que el arte humano y el digital se funden en una simbiosis perfecta que arrastra sin clemencia al espectador por el frío, la intemperie y el salvajismo más atroz; el corazón de las tinieblas.

La portentosa caligrafía de su autor, su suma de virtuosos planos secuencia –la apertura de la película bien podría considerarse un hito cinematográfico–, su pasmosa capacidad para aunar comercialidad y autoría, el soberbio trabajo del director de fotografía Emmanuel Lubezki y la partitura de Ryûichi Sakamoto y Carsten Nicolai se erigen como elementos esenciales de una película mayúscula que constituye una vibrante y extenuante experiencia para el atónito espectador, quien sólo consigue hallar breves instantes de sosiego en los discutibles flashbacks, de inconfundible sabor malickiano, de su protagonista.

Más física que intelectual, con tintes sacramentales y místicos (este segundo alumbramiento en las entrañas de un caballo), con evidentes vueltas al cine de Malick y guiños a Tarkovski y Herzog, El renacido estremece por la contundencia de sus imágenes, por sus gélidos e inabarcables paisajes naturales, por la inagotable belleza que envuelve lo peor del ser humano. Si se quiere, El renacido es volver los ojos a la luz y a las tinieblas; a lo esencial e inefable de este mundo.

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