Sobre la creatividad y el exilio
Por Inés Sánchez de la Viña.
Días atrás leí en alguna parte que todos los libros buenos se escriben en el extranjero. Digamos que estoy de acuerdo a medias. Desde mi punto de vista, la distancia per se no proporciona de forma automática el impulso creativo que un autor requiere para escribir libros mejores, pero sí es cierto que es la propia distancia la que los condiciona de una u otra forma. El escritor por antonomasia debe encontrar la soledad consigo mismo y con su mundo para escribir, es por tanto lógico que para ejercer su oficio, aparte de destreza y talento, precise de un retiro. Me explico: un autor expatriado no es más que un híbrido cultural de los dos mundos que lo dividen: uno real, otro imaginario. La norteamericana expatriada Gertrude Stein lo expone de forma muy clara en su libro de memorias ‘‘Paris France’’:
‘‘(…) los escritores deben tener dos países, aquel al que pertenecen y aquel en el que viven realmente. El segundo es romántico, está separado de ellos mismos, no es real pero está ahí afuera. Los ingleses victorianos tenían así a Italia, los estadunidenses del principios del siglo diecinueve tenían así a España, los de mediados de siglo diecinueve tenían así a Inglaterra, mi generación la generación del fin del siglo diecinueve tuvo así a Francia…’’
No le falta razón a Ms. Stein, quien actúo como la mayor mecenas de los movimientos de vanguardia en los inicios del siglo XX. Stein alude a la necesidad de los autores de encontrar una segunda residencia, un mundo paralelo en el que la predisposición del escritor a un confinamiento avive el proceso de creación. La creatividad es un proceso complejo de variación y selección, y es ciertamente ésta la razón por la que en incontables ocasiones los artistas se ven forzados a abandonar su lugar de origen; para liberarse, no tanto a ellos mismos sino como a su arte.
Pero el (auto-)exilio no solo favorece la orientación creativa de un escritor, sino que también lo estimula enormemente. Este es un hecho irrefutable: la alienación de un artista, ya sea escritor, músico o pintor; actúa en definitiva como potenciador de lo que llamamos proceso de creación artístico. La cuestión de por qué exactamente este fenómeno funciona como un detonador de la creatividad está ligada a la dinámica de cambio y distanciamiento al que una persona se enfrenta en calidad de emigrante; puesto que esta es una experiencia que evoca sentimientos y pensamientos muy específicos. Tras vivir fuera de su país, cualquier de ustedes coincidirá conmigo en que en algún momento la melancolía, añoranza, tristeza, satisfacción o esperanza han estado presentes en la vida de cada uno. Es precisamente la capacidad de convertir esos sentimientos universales en material creativo lo que eleva a un ser humano a la categoría de artista. Y es esencialmente por esto mismo que todo artífice, en cualquiera de sus circunstancias, debe estar abierto a radicar o establecerse en otro lugar, fuera del país al que pertenece, como bien apuntaba Ms. Stein. La migración o más en concreto el (auto-)exilio de artistas e intelectuales se reivindica así como un medio vital para la renovación en la esfera creativa. Los más virtuosos se sirven de las emociones y relaciones alternativas que experimentan en su reclusión como fuente de inspiración. Por ello la producción artística brota como el resultado y no la causa de las emociones y relaciones alternativas que el expatriado obtiene en el extranjero.
Si ahondáramos en las grandes generaciones de escritores en la historia de la literatura veríamos que los autores y trabajos más significativos son fruto de la alineación de estos intelectuales. Estoy refiriéndome aquí a grandes escritores españoles como Luis Cernuda, Rafael Alberti o Antonio Machado, o a los ingleses Lord Byron, John Keats o William Thackeray, a los americanos Henry James, Ernest Hemingway o Ezra Pound, a los alemanes Johann Wolfgang von Goethe, Thomas Mann o Joseph Roth… La lista es interminable.
Pero vuelvo al tema de la creatividad. Ya hemos hablado de que la lejanía se convierte en un componente fundamental en la búsqueda de nuevas formas de expresión. Ambas nociones –el exilio y la libertad creativa– se complementan la una a la otra. La libertad creativa reside en la obligación de retirarse, a veces tan sólo momentáneamente, de su mundo ‘‘real’’. Pero el expatriado se apoya además en la arriba mencionada dinámica del cambio para potenciar su libertad creativa. Este cambio o fragmentación viene dado por el confinamiento del escritor de las normas de su sociedad y/o cultura. La fórmula es básica: ausentarse del mundo cotidiano, para convertirlo en escritura.
El distanciamiento, aunque el escritor no haya abandonado nunca su lugar de origen, puede ser también una imperativa exigencia; pues son muchos los autores que han declarado que nunca habrían podido desarrollar su vida intelectual sin haber sufrido este sentimiento de desarraigo. Este alejamiento o desapego fue formulado en primer lugar por los formalistas rusos, más en concreto por el escritor y teórico Viktor Shklovsky. Los formalistas definieron este extrañamiento como técnica para crear nuevas perspectivas al enfoque habitual de la realidad.
Los autores expatriados parecen dominar esta capacidad de representar sus diversas realidades en contextos desconocidos, que nada tienen que ver con los tradicionales. Es precisamente esta desfamiliarización la que permite romper con las convenciones más cotidianas, ayudando además a concebir nuevas formas de observar el mundo y, por lo tanto; de crear y escribir.
Muy buena reflexión. Pocas veces nos paramos a pensar que por algo admiramos más los escritos de estos autores exiliados o expatriados. En el artículo expones claramente cuál es esa razón. Pienso precisamente en la Generación Perdida, ya que mencionas a Stein o Hemingway.