Madrid, la ciudad que no descansa
Por Anna María Iglesia
@AnnaMIglesia
“Madrid no es el rollo de una noche sino el chico no-guapo-pero-atractivo, con el que, quién sabe, podría surgir algo más. Con otras ciudades puedes echar un polvo y si te he visto no me acuerdo”, afirma el editor y escritor Alberto Marcos, “con Madrid, te quedarías sin pensarlo dos veces todo el fin de semana, sus días y sus noches, disfrutando, a gusto, hablando de cualquier cosa, comiendo, bebiendo, bailando, vagueando, follando y riendo”. En Colgado en plena pausa, relato recogido en El cielo en movimiento publicado por la joven editorial Dos Bigotes, Alberto Marcos rinde homenaje a Ivan Zulueta, director de Arrebato, película por muchos considerada punto de partida y a la vez icono de la Movida Madrileña. En su relato Marcos hace gravitar la biografía de Zulueta en torno al Edificio España, símbolo de aquel Arrebato de los años ’80 y, a la vez, metáfora de Madrid, de la biografía social y política de una ciudad que, como el propio relato de Marcos, parece no sólo haber sobrevivido a los años de la “Malvada Cruella de Aguirre”, tal y como la define Luisgé Martín en el cómic, también recogido en El cielo en movimiento, realizado juntamente con Axier Uzkudun, sino también resurgir en este último año. Madrid es una ciudad que, como señalan los editores de Dos Bigotes, Alberto Rodríguez y Gonzalo Izquierdo, está por reconstruir: “el Madrid presente en El cielo en movimiento pertenece al Madrid de Tierno Galván”, a ese Madrid al cual el entonces alcalde dedicaba palabras como estas: “Hemos de estar en extremo contentos porque Madrid se haya convertido en la fábula de Europa. Voces extranjeras la llaman capital de la alegría y del contento de Europa. Nada puede producirnos mayor gozo, siempre ajeno a cualquier soberbia o vanidad, porque titular así a nuestra ciudad significa que es acogedora, cordial, libre, apacible y universal”.
Era 1985 cuando Tierno Galván pronunciaba estás palabras, años de efervescencia, una Madrid que, como señala Oscar Esquivias, autor del relato Chueca, se definía por su “alegría por vivir y crear, por hacer canciones, películas, fotos o poemas es envidiable, y también la confianza que había entonces por romper ataduras y destruir prejuicios”. Esto fueron los frutos de la Movida Madrileña, apunta Esquivias, este era el aire que se respiraba en aquella ciudad que despertaba el orgullo de Tierno Galván y de sus ciudadanos, pero ¿qué fue de esa Madrid? ¿Desapareció, se silenció o su espíritu sigue batiendo a pesar de las constricciones impuestas? “Es cierto que el Madrid actual es, en ciertos aspectos, menos libre, apacible y universal, pero como buena superviviente, confiamos en que sea capaz de recuperar parte de las cosas que hemos perdido en los últimos años”, apuntan Rodríguez e Izquierdo, para quienes la elaboración de El cielo en movimiento era la manera de “tomar la temperatura al ambiente cultural de Madrid, estableciendo un diálogo entre la actualidad y la explosión creativa que se vivió en la década de los ochenta”.
Veinte años de historia están resumidos en El cielo en movimiento, veinte años de historia viva, de historia social y cultural, historia contada, ilustrada y fotografiada por voces distintas, generaciones que se entremezclan, del joven poeta Oscar Espiríta –autor de Niño Marica– a Pedro Almodóvar, del consagrado narrador Luisgé Martín al artista de performance Abel Azcona, del cantautor Luis Eduardo Aute al periodista y escritor –reciente todavía su primera novela, Los lugares pequeños– Paco Tomás o al narrador y dramaturgo Fernando J. López. Voces que se entremezclan en un libro que es testimonio vivo de la historia reciente de Madrid y, a la vez, alegato para reconstruir una ciudad y recuperar un espíritu: “El cielo en movimiento es un libro comprometido —política, social y culturalmente— con su tiempo, un libro que no pretende mirar al pasado con añoranza y que plantea una serie de referentes sobre los que construir un presente lleno de posibilidades”, señalan los dos editores, remarcando la ausencia de añoranza, porque no se trata de echar de menos tiempos pasados sino de construir a partir de ellos y, en todo caso, de recuperar ese espíritu de la Movida, un espíritu que lo abarcaba todo, como bien señala Alberto Marcos: “la Movida entronca con el clima de euforia post Transición que vivió España. De repente, todo o casi todo estaba permitido. Esa libertad y ese libertinaje (dicho sea con toda la carga positiva de esa palabra), tuvo en Madrid una efervescencia propia, precisamente por su característico cosmopolitismo. Alguien descorchó una botella de champán y el chorro de burbujas, alcohol y espuma fue la Movida”. Sin embargo, añade Marcos de inmediato, ese espíritu “No podía durar, claro. Y en cuanto la democracia fue asentándose, la sociedad se volvió más conservadora. Quizá ahora somos menos libres, menos libertinos, que en los 80, quizá Madrid sea ahora más ‘capital europea’, más formal, más ordenada que entonces, pero, gracias a sus habitantes, los de toda la vida y los que están de paso, mantiene su espíritu rebelde, su inconformismo y cierta ingobernabilidad de antaño”.
Al carácter rebelde e inconformista que parece definir a Madrid, se suma el carácter acogedor que recuerda Esquivias: “conmigo, que llegué de fuera, ha sido acogedora y cordial, y aquí me he sentido más libre que en ningún otro lugar”, sin embargo el escritor no duda en reconocer que “en general, en los últimos lustros la ciudad ha estado bastante deprimida”. Y es precisamente contra este tono deprimido, contra ese orden más que conquistado, impuesto, por esta reordenación urbana, que tan bien explica y denuncia Luis Cremades en su espléndido ensayo aquí reunido La ciudad y los gatos, contra aquello que se alzan las voces de los autores de El cielo en movimiento: “Si Madrid se mira en el espejo, se habla y se escucha, se verá quebrada: los distritos del norte frente a los del sur”, escribe Cremades quien denuncia la usurpación de los espacios, la gentrificación y la venta del centro ciudad al turismo. Porque en Madrid, como en tantas otras ciudades, la habitabilidad “es el arte perdido”, porque se ha perdido “el arte de los espacios compartidos, abiertos o cerrados, funcionales o simbólicos (…) el arte de los rincones y las plazas, del ritmo lento, de la pausa y del barbecho”. Se trata, como diría Henri Lefebvre, de reclamar y recuperar el derecho a la ciudad y el derecho a sus espacios, recuperar el espíritu reivindicativo y, a la vez, el espíritu creativo, un espíritu que convertía a los ciudadanos en dueños de sus propias ciudades, espacios en los que, como señalaba Oscar Esquivias, uno se sentía plenamente libre. Y precisamente esta reivindicación de la libertad y de la ciudad como escenario principal entronca con la historia del movimiento LGTBI y sus reivindicaciones: Chueca se convierte no sólo en el símbolo de la conquista de unos valores y de una igualdad durante tantos siglos anhelada, sino como espacio ejemplar de libertad, como espacio que se levanta contra las prohibiciones y contra la moral más reaccionaria, como un espacio donde el ciudadano encuentra la libertad de expresión más íntima, aquella relacionada con el sentimiento y la atracción, pero también con la libertad de creación.
“Ya no es como entonces. La ciudad ha cambiado mucho” se lamenta uno de los personajes del relato de Paco Tomás, “pero el cielo sigue siendo el mismo”, le responde el interlocutor, abriendo aquellas puertas hacia un futuro que no está perdido, que no puede ni debe estar perdido. No sólo el cielo sigue siendo el mismo, sino que el cielo está en movimiento: lejos de todo inmovilismo, el cielo se mueve porque la ciudadanía, como se mostró en las últimas elecciones, se mueve, porque la ciudad despierta de un letargo, puede que demasiado largo, pero al fin de cuentas temporal. Historia cultural, historia política y urbana, esto es El cielo en movimiento y, sobre todo, es reunión de voces que hacen de la expresión artística la más potente herramienta en favor del empoderamiento ciudadano, en favor de ese derecho a la ciudad que nadie puede negar y en favor de la libertad entendida, no como mero libertinaje, no como caótica anarquía, sino expresión íntima y colectiva del individuo que piensa, siente y ama sin cadenas.