Yo no soy nadie: Ser siempre otro
Por @oscar_mora_.
La utilidad práctica de los libros siempre está en cuestión, ¿para qué sirve un objeto lleno de palabras?, nada más barato que las palabras, las podemos encontrar colgadas de los carteles de publicidad, escapando a borbotones de la radio, comprimidas y mostrando su lado más soez en el prime time. ¿Qué sentido tiene encerrarlas en una cárcel de papel, asignarles un ISBN, acumularlas en estantes cumpliendo su destino de polvo? Una ventaja de la lectura como entretenimiento es la alta participación del receptor, usted deja caer una edición juvenil de Moby Dick en una clase de 4º de la ESO, y cinco alumnos leerán una novela de aventuras, quince se aburrirán porque no podrán identificarse con unos pescadores de ballenas, tres se sentirán cercanos a ese Ismael que sale a descubrir la parte acuática del mundo y el resto leerá el resumen en Wikipedia de cara al examen. Yo no soy nadie, y menos alguien cuando leo, porque en ese momento uno puede sentirse cercano a los avatares de los personajes, da igual que sea una novela de amor de Corín Tellado que La muerte de Virgilio. Toda literatura es cambio, la buena y la mala, por eso podemos empatizar con los malvados o darnos cuenta de que los secretos y horrores del fondo marino siempre habían estado en nuestra cabeza, y solamente necesitábamos un Verne que los sacase de ella.
En las novelas de iniciación observamos a un personaje enfrentarse a un hecho traumático que le hace comprender el mundo o una parte del mundo. Seguimos su evolución, y al final de la novela, cuando es buena, nos encontramos a alguien muy diferente del que conocimos en el primer capítulo. Pero además de cambio, la literatura es juego, y hay que remontarse a sus albores para encontrar uno de sus temas clásicos, la metamorfosis. El cambio físico, como mero divertimento del lector o como aspiración metafórica, está en la única novela latina que ha llegado íntegra a nuestros días: El asno de oro, de Apuleyo.
Uno de sus amantes forzó a otra mujer, y ella, con una sola palabra, le convirtió en castor. Como este animal salvaje, para no ser cogido, se libra de la persecución de los cazadores, cortándose él mismo los órganos genitales, hizo que le ocurriese este accidente a él, en castigo de haber cortejado a otra mujer.
Son diez divertidas aventuras de transformaciones animales con una coda final. No está claro si esa coda es una burla o una exaltación de la religión y en contra de los vicios de la carne. La metamorfosis se produce cuando nos damos cuenta de la alteridad, cuando ya hemos sobrepasado al otro y nos enfrentamos a la naturaleza nos asalta un nuevo otro en forma de animal, al que debemos comprender. Es el mito del hombre urbano volviendo a su estado animal que se puede leer en El año de la liebre, de Arto Paasilinna, donde solamente está la identificación sin metamorfosis.
La pequeña obra maestra del género de los últimos años es La vida y la muerte me están desgastando, de Mo Yan, un repaso a la revolución cultural china a través de la genealogía de una aldea y varias familias, en las que veremos al protagonista ser un cerdo, un perro, un buey y un burro. Al estilo de Apuleyo, hay mucho de fábula y de sátira, y una profusión de cuentos adyacentes a la narración. Lejos del aterrador relato de Kafka, la metamorfosis nos permite ser otros dentro del otro, escuchar cabalmente a los zorros chinos parlanchines o poder entrevistar a la tortuga que pugnaba con Aquiles.
Notros también somos uno al comienzo de un libro y otro totalmente diferente cuando lo terminamos.
Muy buen artículo.
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