Qué vemos cuando leemos: una fenomenología de la lectura
Por Anna María Iglesia
@AnnaMIglesia
“El objeto literario es un trompo extraño que sólo existe en movimiento. Para que surja, hace falta un acto concreto que se denomina la lectura”, escribía Jean-Paul Sartre en 1962 en su ensayo ¿Qué es la literatura? El objeto literario, decía el filósofo existencialista, sólo existe en y durante el acto de la lectura, pero ¿qué entendemos por lectura? Leer, parece decirnos Sartre, es convertir las palabras y el texto en algo más que signos impresos, porque, concluye el autor de La náusea, fuera de la lectura “no hay más que trazos negros sobre el papel”. Podría, por tanto, decirse que leer es dar forma y contenido a esos trazos negros, pero ¿cuál es la forma y el contenido? O mejor dicho, ¿a qué lógica responde, si es que hay alguna lógica, la dotación se forma y contenido a esos trazos negros, convertidos, de repente en mundos desplegables? “El acto de percepción es en arte un fin en sí y debe ser prolongado”, indicaba en la primera década del siglo XX Shklovski, quien en su artículo El arte como artificio, uno de los textos fundacionales del formalismo ruso, definía el arte como un “medio de experimentar el devenir del objeto”, un devenir que escapa de toda concreción. Y, precisamente, a esta ausencia de concreción, a la dificultad de definir la percepción en sí misma, se enfrenta Peter Mendelsund en Qué vemos cuando leemos, un ensayo que, escapando del formato académico, y apoyándose, formal y discursivamente, en el libro de artista, plantea la pregunta en torno a la lectura a partir de la pregunta acerca de la percepción. ¿Qué vemos en el acto de leer? Es la pregunta que rige el libro de Mendelsund publicado por Seix Barral, ¿qué vemos cuando percibimos aquellos trazos negros a los que aludía Sartre? Con la lección del “querer-decir” de Husserl bien aprendida. Mendelsund propone una fenomenología de la lectura que, a su vez, se define por ser una fenomenología de la mirada: no hay una mirada objetiva, ni tan siquiera el objeto observado existe de por sí, pues existe solamente en tanto que exteriorización del inconsciente de quien observa. De esta manera, la lectura se configura para Mendelsund como una construcción del lector, una construcción individual: no vemos el mundo que se aparece ante nosotros, sino que vemos el mundo que creamos. Siguiendo esta lógica, y como ya teorizaba la Escuela de la Recepción a finales de los años sesenta, la lectura es una construcción por parte del lector, convertido involuntariamente en autor de una ficción que, inerte entre las páginas del libro, adquiere sentido y volumen solamente en el acto lector. Un libro sin lector, decía Maurice Blanchot es “algo que no está escrito”, algo inexistente. “Los personajes son una hoja en blanco”, escribe Mendelsund en su ensayo, una hoja en blanco que se rellena en el acto de la lectura. El lector, señalaba Iser, rellena, a lo largo de la lectura, los momentos de indeterminación, los vacíos que todo texto tiene: “las narraciones se enriquecen a base de omisiones”, indica al respecto Mendelsund, unas omisiones que, sin embargo, desaparecen a través de la recreación de lector, a través de ese acto fenomenológico de la lectura que hace aparecer en el texto aquello que está ausente.
“Dibujar el ‘bicho de Kafka’”, este era la absurda tarea que imponía una profesora de literatura en el primer curso de universidad. Los estudiantes se desesperaban buscando en el texto de Kafka los detalles necesarios que les permitieran hacer el más fiel de los retratos. “Es un escarabajo”, decían todos los alumnos, mostrando sus dibujos, pero ¿quién dice que es un escarabajo? Kafka no lo dice, el texto no lo dice, ¿por qué decimos qué es un escarabajo? Alguien, con vergüenza, confesaba que cuando leyó La Transformación no había visibilizado un escarabajo, pero “todos dicen que lo es”. Nadie lo dice o, mejor dicho, nadie debería decirlo: Gregor Samsa se transforma y su aspecto, nunca definido en una categoría animal, es el reflejo de la crisis interior del personaje y, a la vez, reflejo de un mundo que se abyectiza en un peligroso sinsentido. ¿Vemos un escarabajo o nos dicen que tenemos que ver un escarabajo? La clase sobre Doctor Jekyll y Mister Hyde de Jordi Llovet, siempre empezaba con la misma pregunta retórica: ¿os habéis fijado que en ningún momento Stevenson nos dice el aspecto de Mister Hyde? Stevenson, como Mary Shelly, omiten la descripción física de sus personajes y, sin embargo, nadie parece dudar que el ser creado por el doctor Frankestein es un monstruo de espantosa imagen. ¿Lo es? ¿Es el cine el que nos ha impuesto esta imagen o es el lector que ha rellenado las omisiones descriptivas de Shelley?
El autor de Qué vemos cuando leemos se adentra en estas cuestiones: Ojos, visión ocular y medios audiovisuales, Memoria y fantasía, Sinestesia y Creencia son los capítulos en los que Mendelsund trata de responder a estas cuestiones a la vez que se postulan como las páginas más brillante y más interesantes de este ensayo: Mendelsund propone una fenomenología pragmática en tanto que, a partir de la herencia husserliana, toma en consideración el acto subjetivo de enunciación y creación lectora mostrándolo, sin embargo, no en su autonomía y aislamiento, sino influenciado y contaminado por el contexto, por las imágenes ya vistas, por el proceso sinestésico que reúne en una misma imagen varias imágenes dispares y disonantes y por la memoria, es decir, por el recuerdo, personal y colectivo, de lo leído. En su fenomenología de la lectura, Mendelsund no busca respuestas, y esta es seguramente el mayor mérito de libro: Qué vemos cuando leemos escapa del dogmatismo en el que, fácilmente, habría podido caer y obliga al lector a adentrarse en el proceso lector, un proceso que se define por su carácter imprevisible, por la ausencia de determinismos y concreciones, por ser un proceso marcado por la contante interrogación del lector al texto. “Imaginar una historia es hacer una reducción de la realidad”, señala Mendelsund en las últimas páginas de su ensayo; los autores, al escribir, reducen la realidad, afirma el ensayista, oponiéndose así a toda teoría, hoy en día ya imposible de suscribir, acerca del mimetismo narrativo. El autor reduce la realidad, pero es precisamente mediante la reducción a través del cual se genera sentido: reducida la realidad a nivel de redacción, es complimentada y enriquecida a través de la lectura. La lectura es dilucidación, iluminación de lo oscuro y creación de la ausente. “Estaba borroso”, concluye Mendelsund, “estaba borroso”, pero la lectura lo ha redefinido, pues el lector es aquel que dibuja sobre aquel lienzo en blanco sobre el cual Lily Briscoe pinta aquello que nosotros, lectores, queremos que pinte.