Olisqueadores en el Premio Planeta
Por Anna María Iglesia
@AnnaMIglesia
“Emily Rosebud se acercó sigilosamente, olisqueó y se puso a mover la cola muy contento”. Rosebud era el Olisqueador de manuscritos y ante su felicidad, mostrada con el balanceo de su cola, Gabardino no tardó en exclamar “¡Best seller!” A la vez que Chacal, el agente literario, sonreía complacido. El mundo editorial espera repetir la exclamación de Gabardino, mientras como aquel Olisqueador creado por Eduardo Lago para su novela Siempre supe que volvería a verte, Aurora Lee, rebusca con preciso olfato entre los más de doscientos manuscritos presentados. Mientras, a pocas horas de la entrega del premio, periodismo cultural hace cábalas acerca del próximo Premio Planeta. Parece ser, dicen los habitués a esta ceremonia, que este año el secretismo es particularmente intenso, “en años anteriores a esta hora de la tarde ya sabíamos el nombre del ganador”, comenta un periodista a la salida de la comida de prensa. Se barajan nombres, algunos indudablemente provocan la más indiscreta de las risas por su inverosimilitud, otros, en cambio parecen responder a la “política del premio”, una política que todo el mundo identifica pero que nadie explicita, pues no es el caso de poner de manifiesto las evidentes y consabidas discordancias entre mercado y literatura.
“Emily Rosebud se aceró al manuscrito, lo olisqueó y permaneció indiferente” y ante tal indiferencia Gabardino, fiel ayudante de Chacal, no duda en concluir: “debe ser una novela intelectual o puede que un ensayo erudito”, es decir, un libro “sin posibilidades de venta”. El libro es desterrado al “carro de los muermos”, mientras que Rosebud prosigue su olisqueo en busca del best seller de amplias ventas. Rosebud solo existe, en una clave paródica, en la ficción narrativa de Lago, en la realidad empírica de un mercado literario anémico por falta de lectores y en busca continua de flotadores que lo sujeten ante la virulencia de un oleaje que desde hace años no cesa de embestir, nadie puede prever a ciencia cierta el éxito de una obra. Y, sin embargo, en vísperas del Premio Planeta todos parecemos olisqueadores, Rosebus en potencia, en busca del autor que, por trayectoria y nombre, represente aquel éxito de ventas que se le presupone a dicho premio. “Hay que buscar un autor que venda”, comenta un periodista entre cábalas de nombres al cuan menos literario; imitando inconscientemente el gesto de Rosebud, se descartan nombres, “demasiado local”, comenta una periodista con respecto a uno de los posibles candidatos; “nunca se presentaría al Planeta”, comenta otro. Aparecen candidatos en continuación, algunos son descartados al instante, otros, sin embargo, resisten en la quiniela improvisada entre corrillos. La capacidad de ventas, este es el criterio del descarte, ¿cuántos lectores puede tener un autor como él?, comenta una periodista con respecto a otro posible candidato, “demasiadas pocas ventas para ser el ganador”, concluye. Hay mucho en juego sobre la mesa y si bien este año es distintos por la ausencia de José Manuel Lara, nadie parece esperar un giro en la política de premios. Durante la rueda de prensa Crehueles, el nuevo director de Planeta, recuerda que según la proporción de ventas en cada casa de los españoles hay dos libros galardonados como el homónimo premio, “habrá gente que tenga todos los Premios y gente que no tenga ninguno, pero la proporción es esta”, matiza Crehueles consciente, como todos los ahí presentes, que el premio Planeta es mucho más que el premio con mayor dotación de España: es, sobre todo, el premio con más eco mediático y de mayor reconocimiento popular. Una vez al año, el Premio Planeta convierte a los libros en protagonistas de las noticias, libros que, según marca la tradición serán de los más vendidos, compra casi obligada para el lector medio. El olfato, por tanto, no puede fallar: nada de intelectualismos, la novela ganadora y la novela finalista, a veces, como el año pasado, con más éxito de ventas que la ganadora, deben ser apuestas seguras: apuestas dirigidas al mercado más masificado, a asegurar las ventas que, dicho sea de paso, también se aseguran con una cobertura mediática inaudita en un país donde la cultura es un apartado casi inexistente en la televisión, la gran divulgadora de productos en cuestiones de mercado.
Entre copas de cava, los periodistas olisqueamos posibles ganadores con el mismo olfato con el que el imperio editorial busca entre los candidatos. Hay quienes todavía apelan al valor literario que todo premio que se precie debe reconocer, pero la mayoría ya han cruzado la frontera del descreimiento, apropiándose del olfato de Rosebud. Sin embargo, y a pesar de que algunos continúen llenando las librerías de manuales acerca de la fórmula idónea para el best seller, nadie tiene el olfato de Rosebud y el riesgo ante un inminente fracaso de ventas acecha como el más temible de los fantasmas. De ahí que las tramas se repitan, las ficciones –como bien se observó hoy en el resumen de las diez obras finalistas- se enmarquen todavía entre la posguerra y la transición o se inscriban, a veces con rocambolescas tramas, en el género de “moda”. Aparentemente la época de la novela histórica ha sido superada, pero sus ecos se siguen escuchando en tramas que excluyen, en la mayoría de los casos, el presente más inmediato. Lo negro –y no nos referimos a los autores fantasmas, siempre al acecho- impregna, de forma más o menos explícita, todas las novelas presentadas: en todas ellas hay un misterio por resolver, desde un marido asesinado hasta la identidad del autor del Lazarillo –sí, todavía seguimos ahí-. “Es lo que vende ahora” indica un periodista, “la época de Marsé queda ya lejos”, concluye. Las tramas, resumidas por el portavoz del jurado ante la impaciencia de los periodistas, cansados por una rueda de prensa que parece no llegar a su fin, se convierten de inmediato en el punto de partida para nuevas cavilaciones: autora de grandes ventas por novela negra con protagonista femenina, autor con problemas con hacienda –“necesita dinero”, comentan más de un periodista- cuyo éxito radicó en una novela histórica urbana con encuadre arquitectónico; periodista metida en política que, en sintonía con la casa por su abierto anti-independentismo, bien podría esconderse tras el seudónimo con el que se presenta una novela ambientada en la Inglaterra victoriana –la strana avis del grupo en cuanto al tema se refiere-; autores de la casa hábiles en llenar estanterías con novelas de género y de gran extensión y, evidentemente, algún televisivo, cuya presencia en las quinielas está siempre asegurada. “Cada año aparece el nombre de esta presentadora”, comenta un periodista, mientras otro apunta que lo mismo sucede con aquel publicista reconvertido en presentador y columnista, “su nombre se repite cada año, aunque nunca nadie le da fiabilidad”.
Entre cábalas, ausencia de concreciones y un olfato más bien despistado se inaugura el Premio Planeta 2015: con pocas o nulas expectativas literarias, con el foco puesto en el mercado y haciendo del libro el protagonista de un espectacular show mediático. Y entretenidos por espectáculo y las apuestas, un Rosebud desconocido olisquea entre bambalinas los manuscritos mientras los Gabardinos de turno cruzan los dedos para poder exclamar: ¡Un best-seller!
Llegará un día en que los 200 manuscritos presentados los pondrá también la propia Editorial 🙂 Casí sería mejor para todos. De esta forma habría menos ingenuos perdiendo el tiempo. Bueno, yo no me he presentado nunca, aunque alguno de mis amigos sí. Alguno, incluso, lo ha ganado. Eso sí, sin presentarse: lo presentaron los propios gestores de Planeta. Independientemente de la broma, en general, que suponen los Premios Literarios en España, hay que agradecer a Planeta y al mundo editorial que, al menos, se dediquen a una actividad empresarial de progreso, no solo de beneficio económico. Que también, claro, en algunos casos, aunque la mayoría de los editores solo tienen vocación de que la Literatura ayude a conformar una sociedad mejor y sus libros formen parte de esa sociedad.