Yo no soy nadie: Librero de verano o de por qué a las librerías les sobran los clientes
Por @oscar_mora_.
– Disculpa, ¿tenéis libros en versión original?
– Perdona, no te entiendo.
– Sí, hombre. Libros en inglés.
– …
– ¿Tenéis, o no?
– Sí, en aquella esquina.
No es la anécdota más divertida, pero sí una de las más ilustrativas de lo que ha supuesto ser librero de verano en 2015. Después de tres años como vendedor en dos librerías concebidas no sólo como puntos de venta, sino como espacios de lectura, encuentro y buena literatura, he llegado a la misma conclusión: las librerías estarían mejor sin los clientes. Manosean, estropean, cambian de sitio los libros, hacen preguntas impertinentes, traen a sus desordenados y desordenantes hijos consigo y, por si fuera poco, se llevan los libros con total impunidad, a cambio de algo tan banal como el dinero. Los clientes son el mal menor de las librerías, el parásito que les hace falta para que sigan vivas. Ya conoceréis la (falsa) estadística que dice que cierran varias librerías al día en España, siendo el caso más sonado en los últimos tiempos el de Negra y Criminal. Es curioso que en este y otros casos el nivel de autocrítica sea tan bajo, y la principal culpa recaiga en los lectores (en los clientes, debe leerse entre líneas). El negocio editorial es un organismo complejo y esructuralmente desfasado, en el que intervienen distribuidores, editoriales, libreros, comerciales y, como extremos de la cadena y elementos más apartados del proceso, lectores y escritores. En un espacio digital donde resulta tan fácil hacer llegar inmediatamente un texto al lector, la cantidad de intermediarios que hay en el proceso resulta grotesca. Su manera de trabajar no es ya del siglo pasado, sino casi del anterior. Ya conoceréis la predicción de Kawabata, según la cual la literatura acabaría sustituyendo a la religión. Quizá entonces no nos pondríamos de acuerdo en cuáles serían los textos sagrados, pero sí en los lugares de culto: las librerías de fondo que logran salir adelante gracias a la recomendar bien, tener buenos libros y conocer a sus clientes.
Pero volvamos al verano, que es el tiempo de las aventuras, de dejarse ir al goce y la molicie y de encontrar en muchos casos las lecturas del año. Como digo, he trabajado en una pequeña librería junto a la playa, cuya supervivencia está basada (tachán, tachán) en la prescripción. El principal motivo que hace volver a los clientes a esta librería es que al entrar por la puerta llaman al librero por su nombre, y muchas veces el librero les devuelve el saludo con nombre y apellidos. Les conoce, sabe qué libros han leído durante el invierno, han mantenido (¿no era la tecnología el enemigo?) contacto mediante las redes sociales y saben que saldrán de allí con uno, dos, cinco o diez libros en los que podrán confiar. El tiempo es poco y los libros muchos: nada produce más frustración a un lector que encontrarse en la página 100 de una mala novela. Hablemos de las novelas de este verano, de las lecturas de este verano que se pueden recomendar, no de manera exhaustiva. Junio acabó con Oso, de la editorial Impedimenta. El retrato delicado de un personaje incómodo entre humanos que vuelve a la naturaleza, una novela cuyos polémicos pasajes de bestialismo no empañan la gran belleza con que está escrita. Joaquín Berges publicó una comedia disparatada donde se mezcla porno y ambiente victoriano, Nadie es perfecto. Encontrar libros de humor que se dejen leer, como este, es a veces difícil, como se vio con El efecto matrimonio, de Salamandra, claramente inferior a la primera parte, El proyecto esposa. El “libro del verano”, La chica del tren, fue un bluff bien planteado y mal resuelto: no lo leáis, porque le siguieron tres novelas que salvaron el verano: No está solo, un thriller cinematográfico que sí ha sabido copiar el estilo de Larsson, La abuela civil española, un libro que sigue la estela de la autoficción y a aprovecha para contar con delicadeza y lenguaje directo la emigración a América tras la guerra civil, y Los perales tienen la flor blanca, una desasosegante historia sobre el amor –paternal, filial- y los límites del ser humano, que nos llega gracias a Rayo Verde, una editorial empeñada en publicar solamente libros buenos. Pero los dos libros que más he disfrutado este verano han sido, sin duda, El bar de las grandes esperanzas y Neverhome (Ella era más fuerte). El primero es una autobiografía sentimental de la que ya hablé aquí, y Neverhome es una joya, uno de esos libros raros y preciosos que deben leerse, y que suelen cazar editoriales como Blackie Books.
Me voy de la librería para volver a casa, con el recuerdo de Tony, un jubilado inglés expiloto de la RAF que necesitaba aprender español urgentemente, “because I’ in love with an upper-class spanish lady. I met her in the church”, con las historias dipsómanas de algunos repartidores, comerciales que pese a todo aman el oficio y la mil veces maldita campaña de libros de texto. No falten a la liturgia, háganlo por Kawabata, y abran de vez en cuando un libro comprado en una librería, esos templos cada vez más extravagantes.