Las ladies de Downton Abbey
Por Ana León y Alicia Louzao
La sexta y última temporada de “Dowton Abbey” se estrenó hace unas tres semanas en la cadena inglesa ITV, repasamos con este artículo la evolución que las hermanas Crawley han tenido hasta ahora a la espera de ver el cierre final en el especial navideño.
Contiene spoilers
Muchos años han pasado desde que todos nos uníamos a la señora Burns cantando aquella revolución de “Hoy las cadenas/he de rom-per” por el voto femenino. Unos más pequeños no entendíamos muy bien tanta falda y tanta banda cruzada y anhelábamos que acabara deprisa ese cántico y comenzara el del poquito de azúcar, o temíamos el momento de llorar ante la señora de las palomas; otros comprenderían bien el mensaje, algo que ahora se contempla (o yo, al menos, ya con más edad) como toda una brillante exposición de aquella idea de la mujer sumisa con las zapatillas del marido en la mano que celebraba reuniones clandestinas con mucho bombo para conspirar a favor del voto femenino.
Con la vuelta de Downton Abbey a las pantallas inglesas, no aún a las nuestras, en esta sexta y última temporada, observamos la figura de Lady Mary a la que, no siendo quizás la favorita de muchos, sí que hay que agradecerle ese corte de pelo bob, esa manera de montar a caballo con las piernas abiertas a pesar de que a su padre no le parezca nada femenino (“But it is less dangerous” responde ella, con sus mohines de grandeza) y esa frase “I’d rather be alone than with the wrong man”.
Lady Mary, que vives en el 1925, no damos crédito a estas idas y venidas en hoteles para encontrarte furtivamente con tu amante temporal o ese primer encuentro (en la primera temporada) con el apasionado y exótico turco que fue de visita a Downton. Y ahora en la sexta temporada, en el primer episodio, Lady Mary proclama que se decanta por la soledad antes que aguantar a un petardo propietario de un gato gordo y unos dientes muy picados rogando por una visita al odontólogo (al menos ese es más o menos el estilo de marido en St Albans, UK) y cabalga a horcajadas.
Qué maravilla.
Poco a poco hemos observado en Downton Abbey que las mujeres no eran lo que esperábamos: esas inglesas medio arpías medio ricachonas medio enjoyadas de Gosford Park, cuyo guion también está escrito por Julian Fellowes en un primer boceto de lo que luego sería Downton Abbey (ojo: aparece también Maggie Smith con exactamente los mismos gestos que posee siendo la condesa viuda, como detalle para el ojo observador, en ambas susurra “goodie, goodie, goodie” frotándose las manos cuando juega a las cartas). Pongamos por ejemplo algunas coincidencias. Tenemos en ambas historias a la criada de marcado acento escocés (en la película es la trainspotting Kelly Macdonald, en la serie es Phyllis Logan), al misterioso chico (en uno es Mr Bates que toma el molde de Brendan Coyle, en otro es el atractivísimo –tragamos saliva- Clive Owen actuando como Robert Parks) y al fumador de pitillos empedernido, el concitador Thomas (Rob James-Collier) frente a Richard E. Grant como George. Además de personajes cruzados, pues el mayordomo de Dame Maggie Smith en Downton Abbey aparece como un criado más en Gosford Park así como Richard E. Grant tiene un breve papel de invitado en el capítulo en donde persigue la virtud de la americana Laura Carmichael, Lady Graham.
Sin embargo, ante todo esto, Downton Abbey es un salto hacia el poder y gobierno de la mujer, pero una mujer terrenal que no renuncia a su feminidad; una mujer que encaja mejor en las posiciones del llamado feminismo equitativo que en las del feminismo del género. Ambos modos de reclamar poder son muy distintos, mientras que a uno –el del género- le repudia todo lo que forma parte de los roles tradicionales y la emprende a gritos con el patriarcado, para el equitativo solo hay una batalla que importa: la equidad, la convicción de que social y jurídicamente hombres y mujeres valen lo mismo, merecen lo mismo, son igual de imperfectos y de valerosos, sin resentimientos ni batallas entre los sexos (Sommers, 1994). Todo ello, sin querer ser iguales ni reivindicar la diferencia. Feministas de la equidad son nuestras mujeres de Abbey. Desde la enfermera Lady Sybill que se casa con un chófer y monta un hospital en su magnífico castillo, pasando por Edith y su embarazo fuera del matrimonio y llegando a Lady Mary, cabalgando sola por el monte y embadurnándose de barro. Volvemos a recordar que la serie se inicia en 1912 con el hundimiento del Titanic (no iba DiCaprio en la versión original) y que nos acaba mostrando a unas ladies adelantadas a su tiempo.
Hay que subrayar que el sufragio femenino en Inglaterra se logró en 1917 aprobado por el Rey George the fifth. Coincide con la época de Virginia Woolf y el grupo de Bloomsbury, las mujeres comienzan a tener su propia voz. Pero, por supuesto, nuestras ladies pertenecían a una clase concreta, rodeadas de todo tipo de lujos y de un linaje a continuar, con lo cual resulta singular observar que no se convierten en un atajo de niñas de su Lord Graham, sino que se decantan por insistir en vestir sus guantes, sus abalorios, sus fascinantes vestidos y acompañar el atuendo con una mente que piensa por sí misma y se independizan de las ideas más conservadoras que atacaban a la figura femenina en aquellos tiempos. Aunque muy lejos de Frida Kahlo, Emilia Pardo Bazán, Elisabeth Staton, Mary Astell o la compatriota ya citada antes Virginia Woolf, dado que estas ladies no comparten ni clase social, ni historia ni condiciones familiares similares a las mencionadas, la persistencia de las tres hermanas (Sybill, Mary y Edith) en diferenciarse unas de otras y ser tratadas como un varón lord con bigote más, resulta sorprendente. Lady Mary reivindica su derecho a ocuparse de los terrenos que atañían a su marido, Mathew Crawley (fallecido, la causa de ello es que Dan Stevens quiso abandonar el proyecto y no fue debido a que le atropellara un coche en pleno culmen de la felicidad más insensata, pues no estaba prestando atención a la carretera) y mientras guarda luto, reniega de su hijo. No reniega, le es indiferente. La más absoluta indiferencia al cogerlo, al abrazarlo, al tenerlo delante. Ella quiere a su marido y ese sustituto (a quien de momento no conoce) no le llena tanto como él. Algunas se echarían las manos a la cabeza pensando que los hijos son lo que importa, pero no así Lady Mary, quien añora a su pareja sentimental y ningún instinto maternal va a hacerla abandonar el elegante y caro luto que se ha impuesto. Otro mini punto para Lady Mary, por centrar la figura en sus problemas personales y no presentarnos a una mujer de pechos grandes dispuesta a amamantar en cualquier momento al bebé cuando el cuerpo de su marido sigue caliente, pero bajo tierra. Creo que es ahí cuando ella cobra forma de mujer y le cosen las dificultades a su espalda. No solamente es una niña rica, sino que quiere formar parte de algo y ese algo, de momento, no es su hijo.
Todo esto rompería con el estereotipo femenino arraigado en la televisión. Como se recoge en el libro La representación de las mujeres en el cine y la televisión contemporáneos, “las mujeres y los hombres han sido tradicionalmente asociados a dos grupos de rasgos (…) se espera que los varones estén siempre prestos para actuar (…) líderes, competitivos, dominantes [mientras que las mujeres son] compasivas, comprensivas, complacientes, desenvueltas, con actitudes cariñosas” (p. 30). Apuntan que algo está cambiando en los últimos años:
Los relatos audiovisuales son capaces no sólo de presentar estereotipos de varones y mujeres, también modelos positivos de socialización, en definitiva, tramas y personajes más ricos y variados en los que las mujeres y hombres puedan reconocerse. Estas tendencias ofrecen nuevas opciones de identificación.
Esto es, mucho se ha recorrido desde las primeras chicas Bond. Cierto es que en Inglaterra otra serie que gozó de altos índices de audiencia y mantuvo al público femenino agarrado a una silla, fue la exitosa “Orgullo y Prejuicio” (basada en la novela homónima de la muy adelantada a su tiempo Jane Austen) en donde hay que agradecerle a la autora la historia. Aquí destaca el papel de Elizabeth Bennet, inteligente y no demasiado bella muchacha con un gran hábito lector que, en contra de lo que sucedía en la sociedad de su tiempo, camina libre y se embarra los zapatos, critica sarcástica y públicamente a sus propias congéneres al considerarlas demasiado superficiales y ridículas y es orgullosa. Tanto como Mr. Darcy.
Volviendo a Downton Abbey, las mujeres toman partido de lo que sucede a su alrededor, las tres ladies, con sus respectivas historias, vendrían a ejemplificar esta reflexión: Edith, con una hija fuera del matrimonio que acaba cohabitando con ella para luego cogerse un pisito en London y ponerse a escribir en un periódico; Sybill, construyendo un hospital imperial entre ricas alfombras y mayordomos indignados para luego acariciar la lucha de clases con su amante y chófer; y Lady Mary. Esta última, negándose primero a casarse por heredar el dinero y las propiedades de su padre, luego enviudando, siéndole la maternidad indiferente para al final querer integrarse en los negocios del difunto marido y cortarse el pelo a lo garçon, marcando con el peinado precisamente las nuevas características que está adquiriendo: toma el papel del varón y se viste con él. Monta a caballo de manera masculina (por la seguridad, como mencionamos antes, esto es, lógica antes que estética) e incluso salva unos cuantos cerdos de morirse sedientos acarreando cubos de agua y manchando de lodo los abalorios de su blusa. No pierde un ápice de belleza y sexualidad en esta adopción de actitudes masculinas y este mismo hecho -la transformación de la masculinidad en algo “hot” como diría Paglia- le confiere a lady Mary el derecho de estar entre esas mujeres paganas que se salen del guión oficial del feminismo políticamente correcto.
No en balde, una de las dimensiones que otorga mayor fuerza a las ladies (y también lores) de Downton es que sufren muy visiblemente los vaivenes de la tensión entre lo apolíneo y lo dionisiaco que describiera Nietzsche en El nacimiento de la Tragedia (1872) y recogiera Paglia en Sexual Personae (1994), la obra magna del feminismo disidente. La búsqueda del orden, la claridad, la racionalidad, la perfección y el autocontrol de Apolo chocan con la inevitable pesadez del caos, las emociones turbias, pulsiones e intuiciones de Dionisio. El primer dios griego, asociado a la masculinidad, está condenado a no entenderse y fascinarse por el segundo, que encarna el principio femenino. Del mismo modo, en el seno de cada individuo vive esta atracción-repulsión y, por ende, alimenta cada revolución social, cada construcción y renovación de las sociedades modernas. También vive en las relaciones entre hombres y mujeres. La gran batalla no sucede solo entre los géneros sino que es palpable a nivel micro, persona a persona. Y por ello coletea en Mary, Sybill y Edith. Incluso en Cora y en la condesa de Grantham, quien tuvo sus escarceos con la libertad a modo de apasionado romance ruso juvenil. Pero es quizás en Mary donde esta tensión enriquece más al personaje. Su frialdad se tambalea cuando los suyos, ya sean nobles o criados, atraviesan dificultades, y sus maneras calculadoras son sacrificadas si de lealtad se trata. La corrección, el saber estar, hablar y vestir no son incompatibles con desafiar los cánones morales para dar la bienvenida a la exploración de lo sensual. Ella ha decido “vivir en el presente y no pasar su vida arrepintiéndose del pasado o vagando por un futuro”, de corte incierto. Tiene, además, la mala costumbre de reconocer cuándo se equivoca y de querer lo que es suyo ambiciosamente. No se casó con un chofer ni se lió con un periodista a hurtadillas pero para ella no hay nada mejor que un verano inglés donde las cuatro estaciones pueden hacer acto de presencia en tan solo cuestión de horas. Bueno sí, un invierno inglés. Y una buena sombrilla.
Austen, Jane, Pride and Prejudice, Penguin (2003)
Paglia, Sexual Personae, Yale University Press (1994)
Nietzsche, El nacimiento de la Tragedia, Alianza Editorial (2012)
Pedro Sangro y Juan F. Plaza (editores), La representación de las mujeres en el cine y la televisión contemporáneos, Laertes (2010)
Qué seriaca, y qué bien hecha. El artículo hace honor a lo que se ve en pantalla.