Cosmotheoros, Cristiaan Huygens
Por Francisco Estévez.
Cristiaan Huygens, Cosmotheoros, Conjeturas relativas a los mundos planetarios, sus habitantes y producciones. Dedicadas al hermano del autor, Constantijn Huyhgens, Secretario de Su Majestad Británica Guillermo III, Traducido por Rubén Martín Giráldez e ilustrado con 20 láminas y un desplegable de Alejandra Acosta, Jekyll & Jill, 2015.
Esto no es una reseña ni tampoco una crítica. Participa más del elogio, bien merecido, que de cualquier otro género. Pocas son las veces en que un crítico como el que aquí se presume puede descolgarse con afirmaciones precedentes sin embadurnarse de aquel incienso del halago improcedente. En efecto, la petición de distanciamiento brechtiano en aras de la independencia crítica debiera ser profesada a pies juntillas por el crítico sincero. Mas en este tiempo, el comercio embadurna con sucio chapapote hasta las aguas literarias más cristalinas. Pero dar al justo su benditio es también parte obligada de cumplimiento en ésta denostada profesión mía. Así pues sea, y no de otra manera cae en manos éste, tan curioso como bello, Cosmotheoros. Vale decir, un tratado de conjeturas científicas sobre el universo, pero entre líneas también sobre el alma y la concepción del mundo entera, redactado por Christiaan Huygens, astrónomo neerlandés, pero también horólogo. No resulta boutade editorial ni rescate anodino. Huygens pone en diálogo las teorías en liza de Giordano Bruno, de René Descartes, de Kepler,… para trazar las suposiciones de vida inteligente más allá de la tierra –si bien en nuestros tiempos actuales goza de triste actualidad la curiosidad por su contrario: ¿Hay vida [inteligente, se entiende] en la Tierra?, por poner un ejemplo ilustrado, del escritor mexicano Luis Villoro.
Cristiaan Huygens repasa distintas posibilidades sobre los planetas de nuestro pequeño sistema gobernado por el Sol y estudia posibilidades de habitabilidad. En el siglo XVII una incipiente ciencia mezclaba todavía en sus tratados lenguaje y pensamiento filosóficos pues todo aquello que saliera del campo técnico-artístico caía en sus poderosas redes. No extraña así que la obra comience con una bella invitación de Horacio:
Este sol y las estrellas y estaciones que a su tiempo
pasan hay quien las contempla impermeable al miedo (sin inmutarse).
¿Qué piensas de los dones de la tierra? ¿Qué de los del
mar que enriquece a los lejanos árabes e indos? ¿Y de los
juegos, aplausos y honores del amigo Quirite? ¿Cómo
crees que se deben contemplar, con qué impresión o cara?)
Una nota del autor al lector y otra de el editor al lector preceden los dos libros de que se nutre este Cosmotheoros. Allí se da parte de las complejidades biográficas que turbaron el proyecto hasta el mareo. Sin embargo, nuestro físico y pulidor de lentes (a lo Spinoza) con esta flamante edición española, estará saltando a la pata coja de felicidad allá donde ahora more. El penetrante discernimiento con que se desea y su “vigorosa diligencia”, son características habituales en Huygens, quien publicó en vida libros de ciencia tan apetecibles como uno dedicado a Saturno y sus anillos (1659). En un opúsculo poco anterior ya presentó a escondidas de un críptico anagrama su teoría sobre el anillo de Saturno, que llegó a comprobar en vida. Otra pequeña felicidad.
La bella conjunción de astros en la confección de este singular tratado científico toma cuerpo en su traductor, Rubén Martín Giráldez (aquel que nos brindó una excelente opera prima de voz genuina ya reseñada aquí), y los dibujos de Alejandra Acosta (que se estrenó con Jekyll & Jill, en otro libro de impecable factura e insólita belleza: Del enebro, de los hermanos Grimm, comentado aquí). El libro de Huygens es una joyita editorial con láminas coladas a mano donde el genio de Acosta pone tintas al pensamiento del físico neerlandés La traducción es exacta y el texto está anotado con precisión, sin exceso (excelentes algunas, como esa diferencia entre “tiempo medio” y “tiempo sidéreo”). El texto en sí, de una peculiar belleza en su descripción de planetas, seres y otras suposiciones es respetado y abrillantado por su traductor con delicias como la descripción de la gravedad -¿o acaso habla del amor?: “esa característica que atrae a todas las cosas hacia su centro como si llevaran un lastre”. De postre van unas páginas biográficas sobre la familia Huygens junto a la bibliografía de rigor. Tan bella edición sólo presenta alguna que otra errata –esos dichosos gazapos que se reproducen con escándalo tras la esquina de cualquier página (véanse las ausencias preposicionales en notas 8, 10 o su exceso en 13, por ejemplo). Pequeños lunares que no afean la obra ni el cuidado editorial porque la perfección resulta siempre más odiosa.
Estas bellas Conjeturas relativas a los mundos planetarios, sus habitantes y producciones fueron concluidas en medio de acuciante soledad y abatido su autor por una enfermedad que, a la postre, lo condujo quizá a otra vida más cerca de esos planetas que gustó pensar. Todo lo cual, permite comprobar la excelencia humana incluso en las peores condiciones de vida, quizá justo por ellas. Estas páginas representan también y en buena medida un profundo alegato al pensamiento y la reflexión, a la curiosidad más genuina que se obstina en los más humanos de los seres. Y no son tantos.