Cuestionario literario: José Serralvo
¿Es posible escribir sobre todo? Y, más todavía: ¿todo tipo de tema es susceptible de ser ficcionalizado? Esta pregunta no es nueva en literatura. En 1945, Adorno dudaba la posibilidad de escribir poesía después de Auschwitz y, algunos años después, en abierta oposición con Jorge Semprún, Primo Levi declaraba que era imposible recurrir a la invención literaria para describir la experiencia en los campos de concentración. Tres décadas después, Claude Lanzmann, director del inconmensurable documental Shoa, dirigía una dura crítica a Spielberg quien, en La lista de Schindler, había recreado la muerte dentro de un horno crematorio. Para Lanzmann dicha recreación era inadmisible, ¿cómo recrear una experiencia de la que nadie, absolutamente, ha sobrevivido? ¿Cómo recrear lo que puede significar morir en un horno crematorio cuando no hay testimonio de ello, cuando no hay supervivientes que puedan relatar esta trágica experiencia? Lo que subyace al debate entre Levi y Semprún así como a los reproches de Lanzmann a Spielberg es el interrogante acerca de los límites de la representabilidad literaria y su ficcionalización, un debate que lejos de agotarse sigue presente en la actualidad. En el 2006, Jonathan Littell no dejaba indiferente con su novela Las benévolas donde, con ficcionalización interna y en primera persona, narraba la vida de un oficial de las SS, ¿es posible introducirse en la mente de un asesino? Se preguntó parte de la crítica y, sobre todo, ¿adentrarse en la mente de un SS, humanizarlo, podía ser interesado como una forma de eximirlo o de justificar la barbarie cometida? Si bien la respuesta más general fue negativa –similar cuestión se planteó con la película El Hundimiento-, para muchos la pregunta permanecía abierta, una pregunta que no sólo de aplica al tema del Holocausto, sino a otros temas social y moralmente abyectos como puede ser el tema de la pederastia. Hace un año, la prestigiosa editorial Gallimard se vio obligada a retirar la novela de Nicolas Jones Grolin, Rosa Bonbon, que se adentraba en la cabeza de un pederasta. Las protestas ante el libro no se hicieron esperar: Grolin fue acusado de querer entender lo inexplicable. El caso de Grolin no fue una novedad, puesto que la hoy aclamada y reconocida novela de Nabokov, Lolita, fue censurada en su momento. La figura de Humbert Humbert, quien narra su experiencia y su “amor” por la adolescente Lolita, provocó el escándalo, siendo prohibida su publicación en Francia, Inglaterra y Estados Unidos. Hoy nadie duda del valor literario de la obra de Nabokov, sin embargo el tema de la pederastia sigue siendo un tema complicado y polémico a nivel literario, cosa que refleja el caso Grolin, pero también la experiencia de José Serralvo, autor de El niño que se desnudó delante de una Webcam, una interesante novela, cuyo manuscrito fue rechazado por la agente del autor y que, afortunadamente, terminó en manos de uno de los editores de más prestigio y más autonomía de este país: Enrique Murillo de Libros del Lince. Teniendo como referente a Nabokov y haciéndolo dialogar con Martin Amis y, sobre todo, con Foster Wallace, en concreto con su novela La broma infinita –“En La broma infinita, se menciona una estadística según la cual el sesenta por ciento de las personas que han sido detenidas por delitos relacionados con el alcohol o las drogas reportan haber sufrido abusos cuando eran menores”, señalaba Serralvo en Vísperas– Jose Serralvo, abogado para Cruz Roja en Naciones Unidas, narra la historia de Dave Timberthirdleg, un niño de un suburbio de Boston, marcado por fuertes problemáticas familiares y en un contexto social adverso, que, tras recibir como regalo una web cam, cae en las garras de la pornografía infantil. Como indica el propio Serralvo, que ha recibido excepcionales críticas por esta su segunda novela, El niño que se desnudó delante de una Webcam está basada en la historia, publicada hace algunos años en el New York Times, de Justin Berry, un niño que aceptó quitarse la camiseta en internet por 50€ y cayó víctima de una red de pederastas. La inocencia del niño, su desesperación, la búsqueda de un interlocutor y de afecto se contrapone al abyecto placer que sienten un grupo de adultos que, desde el otro lado de la pantalla, disfrutan pervertidamente con las imágenes del pequeño. José Serralvo se adentra con maestría y elegancia en un tema complicado; hablar de la elegancia de la narrativa de Serralvo significa aplaudir su capacidad de no caer en el morbo ni en las descripciones innecesarias. Serralvo no busca epatar, pero tampoco busca las medias tintas: describe con crudeza, no omite detalles ni dulcifica la realidad. Consigue mantener el equilibro en una novela que no sólo no deja indiferentes, sino que abre interrogantes que van mucho más allá de la cuestión de la representabilidad literaria.
¿Cuál es su idea de felicidad perfecta?
Si empiezo desvelando esto nadie va a querer leer el cuestionario hasta el final. Permítame que responda a esta pregunta algo más adelante.
¿Cuál es su gran miedo?
Tengo demasiados Grandes Miedos, con mayúsculas. Cada vez que me duele algo tecleo mis síntomas en Google y acabo convencido de que padezco algún extraño tipo de cáncer. En los últimos dos años he sufrido cánceres imaginarios en los rincones más recónditos de mi cuerpo. Hace tan solo un par de semanas me salió un bulto en el cuello y lo pasé francamente mal cuando Google me informó de que probablemente padecía un cáncer linfático conocido como linfoma de Hodgkin. Fue terrible. Déjeme cambiar mi respuesta: mi Gran Miedo, también con mayúsculas, pero en singular, es consultar mis problemas con Google. Y al mismo tiempo, óigame bien: al mismo tiempo, soy incapaz de resistirme a la tentación de buscar en Google todo lo que me ocurre. ¿Cree que debería buscar ayuda especializada?
¿Cuál considera que es la virtud más sobrevalorada?
En mi caso particular, el hecho de que soy capaz de hacer malabares con cinco naranjas a la vez que recito fragmentos de la segunda parte de El Quijote. A mí me parece la cosa más normal del mundo, pero a la gente le encanta. Ahora bien, si me lo pregunta en general, diría que la virtud más sobrevalorada es tener abdominales. Sí, me temo que a día de hoy tener abdominales es una virtud. Eso sí, una virtud sobrevalorada. Yo no le echo la culpa de esta sobrevaloración a la sociedad. La sociedad no tiene más remedio que adorar los abdominales. Uno ya no puede ni comprarse unos puñeteros calzoncillos Abanderado de toda la vida sin ver abdominales por todas partes. Si quiere saber mi opinión, todo esto es culpa del capitalismo.
¿En qué ocasiones recurre a la mentira? (en el caso que confiese mentir)
Cada vez que estimo que la contingencia de la sinceridad justifica la inmoralidad de mentir. O sea, constantemente.
¿Se muerde la lengua antes de expresar determinadas opiniones por temor al qué dirán?
No, qué va. Siempre digo lo que pienso de todo el mundo. Soy la clase de persona que cuando está almorzando con un desconocido y nota que el individuo en cuestión se ha llenado la barbilla de salsa de tomate, o que tiene un moco asomándole por las fosas nasales, se lo dice inmediatamente. Gracias a mi franqueza y mi bonhomía tengo cientos de amigos que me quieren y aprecian. (Más de 2.000 en Facebook y otros tantos en la vida real).
¿Cuándo fue la última vez que tuiteó o publicó algún comentario en las redes sociales con plena libertad?
Fue el 5 de septiembre de 2007. Hace casi ocho años. Recuerdo con mucha nostalgia aquel momento de plena libertad. Desde entonces todo ha sido mísera autocensura.
¿Qué es para usted la libertad?
(a) Un sustantivo femenino de etimología latina; (b) una canción de Calamaro; (c) una abstracción metafóricamente antropomorfa que todos los meses provoca la muerte de miles de personas por todo el mundo, pero que es ignorada por los que supuestamente la disfrutan, ya que estos últimos están demasiado ocupados follando, haciendo comentarios estúpidos en Facebook, pensando en lo jodido que fue su pasado, soñando con todas las cosas que quieren hacer en el futuro, culpando de los males de España al PP y/o al PSOE, incluso a Podemos, o ejerciendo su legítimo a derecho a quejarse por el vacío existencial que sienten sin razón aparente, pese a gozar de los grandísimos beneficios metafísicos que produce, o debería producir, el considerarse sujeto copulativo del susodicho sustantivo femenino; (d) ninguna de las anteriores. Le doy quince segundos para que adivine.
¿Siente que el ser una persona reconocida públicamente le resta libertad con respecto a la persona anónima?
Sí, en efecto. A día de hoy es difícil caminar por la calle sin que a todas horas se me acerquen lectores para decirme que les ha encantado El niño que se desnudó delante de una webcam, que si voy a escribir una segunda parte, que si me hago una foto con ellos y, en caso de que me haga la foto, que si me pueden etiquetar en Facebook o no. Desde que publiqué mi última novela, evito las grandes aglomeraciones. Hay sitios donde ya simplemente no puedo poner un pie. Como el metro. Ser escritor produce unos niveles de popularidad completamente insoportables.
¿Hablar y expresar públicamente opiniones políticas o silenciarlas?
En mi caso, por razones laborales, tiendo a silenciar muchas de mis opiniones sobre los temas políticos que más me interesan. Me refiero a guerras et alia.
¿Activismo público o compromiso privado?
Creo que toda persona que escribe, salvo que la persona escriba un diario guardado con llave y esté decidida a destruir dicho diario antes de morir, o, en el caso de que sea una persona hipocondríaca, que esté dispuesta a destruir el diario cada vez que Google le indique que tiene cáncer terminal de tal o cual cosa, toda persona que escribe, le decía, ha optado ya por la primera opción.
¿Informarse o ser informado?
Con excepción de las mentirijillas solipsistas que tendemos a decirnos a nosotros mismos, siempre somos informados. Nos guste o no.
¿Qué es para usted y qué valor tiene la información?
Para mí la información es el podcast de The Economist que escucho durante seis o siete horas todas las semanas, mientras sudo la gota gorda en el gimnasio intentando lograr algo que se parezca a los abdominales superdefinidos que hoy día aparecen incluso en las ya mencionadas cajas de calzoncillos Abanderado de toda la vida. El precio de esa información, si no recuerdo mal, es de $100/anuales, porque me saqué mi última suscripción mientras vivía en África, con lo cual me ahorré el sobreprecio que los liberales de The Economist imponen a los lectores o, como en mi caso, oyentes, domiciliados en Europa. Ahora bien, eso no es más que el precio. El valor es incalculable. Sin información no hay democracia. Y sin democracia solo queda… eh… ¿qué era lo contrario de la democracia? ¿capitalismo? ¿comunismo? ¿Iglesia Católica? En fin, ya me entiende…
La cultura, ¿cuestión de esnobismo o conocimiento transversal?
Puede ser ambas cosas o ninguna de ellas.
¿Todo es cultura? O, mejor dicho, ¿qué no es cultura para usted?
Casi todo es cultura, pero, lógicamente, no todo lo que es cultura tiene el mismo valor.
¿Sus referentes culturales son literarios, musicales, artísticos, cinematográficos…?
No estoy seguro de haberle entendido. ¿Quiere decir que los referentes culturales literarios no son referentes culturales artísticos? ¿Es una trampa? ¡Ja! ¡Menos mal que estaba atento!
¿Un autor para releer?
José Saramago.
¿Un autor recién descubierto?
Thomas Pynchon. Lo sé, llego imperdonablemente tarde.
¿Una película, una obra de teatro o un espectáculo recientemente visto y que no olvidará?
Nunca olvidaré Del revés, de Pixar. Es más, me paso el día pensando en los bichitos que están en mi cabeza controlándolo todo y coartando mis libertades fundamentales. Por ejemplo, ahora estoy respondiendo esto porque mi Bichito Comercial quiere hacerle pensar que soy el tipo de persona cool que no solo es capaz de recitar fragmentos de la segunda parte de El Quijote mientras hace malabares con cinco naranjas, sino que también puedo disfrutar con una comedia animada en 3D normal y corriente. Al mismo tiempo, mi Bichito Intelectual y Repelente se está quejando a gritos, reprochándome que no haya dicho que una película que he visto recientemente y que tampoco olvidaré es Notre Musique, de Jean-Luc Godard. Lo que el jodido Bichito Intelectual & Repelente no reconocería jamás es que la razón por la que nunca olvidaré Notre Musique es porque me pareció un auténtico coñazo.
La creación, ¿un arte, una pasión o un ofició que se puede aprender?
Una condena, como la de Sísifo y la roca. Si por lo menos mis millones de lectores pagasen unos céntimos por leerme, en vez de descargar mi obra de forma ilegal desde Internet.
¿Todos podemos escribir un libro?
Claro que sí, hombre. Hasta Belén Esteban puede.
¿Todos podemos publicar?
¿La autoedición en Amazon cuenta como publicar?
¿Todos podemos ser artistas?
¿Otra pregunta trampa, como la de los referentes culturales?
El éxito, ¿personal o profesional?
Póngame uno de cada. Y tráigame de paso la cuenta, por favor.
El éxito, ¿fama, dinero, reconocimiento o no necesariamente?
Reconocimiento de la crítica, sin duda. A mí que lo de que mi editor no dé abasto con los pedidos de las librerías y el hecho de vender millones de ejemplares no me importa en absoluto. Y el dinero me importa aún menos. No me molestaría vivir debajo de un puente con mis amigos clochards. Para mí lo único realmente importante es que la crítica literaria reconozca que soy un Gran Escritor, con mayúsculas. Hasta que ese día llegue no podré pegar ojo, se lo aseguro. Imagínese que anoche, sin ir más lejos, no pude dormir pensando en la crítica.
¿Cuál considera que es su gran logro?
Haber escrito El niño que se desnudó delante de una webcam, por supuesto. Ya le he dicho que mis admiradores no me dejan ni siquiera salir a la calle. A veces hay lectores que pasan la noche en el portal para que les firme el libro. Gracias a mi novela, Internet es un lugar mucho más útil, productivo y seguro. ¿Cómo podría no estar satisfecho?
¿Cuál es su lema?
«Insiste». Quedaría mejor una frasecilla en latín, pero la verdad es que mi lema es una sola palabra. Insisto: «Insiste».
Sana ironía en las respuestas (quizá un poco forzada). En cuanto a la introducción, leo “¿cómo recrear una experiencia de la que nadie, absolutamente, ha sobrevivido? ¿Cómo recrear lo que puede significar morir en un horno crematorio cuando no hay testimonio de ello, cuando no hay supervivientes que puedan relatar esta trágica experiencia?” y pienso ¿pero estamos hablando de arte o de informes forenses?