Adiós a Lina Morgan: una luchadora muy asustada
Por Horacio Otheguy Riveira
Impresionaba la alegría que transmitía, su cuerpo dinámico, su graciosa manera de subir y bajar trepada al cuerpo de esbeltos bailarines, de besar a sus galanes y de hacernos partir de risa, mil veces mejor en teatro, aunque sus series de televisión tuvieron su merecido éxito. Adiós a Lina Morgan, una gran luchadora invadida de temores.
Lina Morgan y mi recuerdo afectuoso de unos años espléndidos, los mejores de su propio teatro La Latina, que venía de muchos más muy sacrificados, padeciendo a empresarios rácanos al borde mismo de lo miserable.
Lina luchó mucho, y siempre que subía a escena miraba hacia la derecha en busca del palco donde estaba su padre, luego su memoria, su dulce fantasma, la persona que más la ayudó cuando más lo necesitaba. Si le tocaba teatro sin palco, pues allí lo tenía, en la fila 5, la de los invitados estelares.
Conocí muy bien a la Lina triunfante de los 80, cuando su admirable ¡Vaya par de gemelas! arrasaba a sala llena, pero ella temía lo peor. Llegábamos juntos al teatro y había una larga cola ante la taquilla, y me decía: Ojalá dure (pleno invierno, abrigo de piel, tan guapa y preciosa ante sus admiradores firmando autógrafos). Y, en efecto, duró poco, hasta que cambió de revista y protagonizó Sí al amor, estrenada en Barcelona, con generosas invitaciones a los periodistas de Madrid, y una colaboración fantástica de Tomás Zori.
Después llegó El último tranvía, pero ninguno de estos espectáculos tuvo el éxito de ¡Vaya par de gemelas!, dos personajes que bordaban el esperpento nacional: una beata y virginal que suspira por un hombre, y otra prostituta generosa (“Lo da todo, lo da todo…”). La fiesta era continua pero no se repitió: el Ojalá dure no se cumplió, aunque trastocó en dos series de televisión de enorme éxito (y una tercera que prometía mucho pero no funcionó)… y en esas que su hermano José Luis muere y ella se viene abajo: era una mujer muy fuerte, capaz de tomar decisiones de armas tomar y a la vez muy débil. Su camerino ponía la piel de gallina: todo el espejo rodeado de santos y vírgenes.
El miedo al fracaso la recorría de día y de noche, aunque jamás lo demostrara. Temía cambiar de registro (“Dicen que siempre hago lo mismo, pero también lo hacía Cantinflas y mira qué bien…”). Rechazó importantes propuestas para hacer revista en Buenos Aires y México. Tenía miedo de cambiar, de alejarse de casa.
Se llevó con ella muchos misterios. Yo, que la bauticé a doble página “La reina de la carcajada” en un semanario de la época (Sábado Gráfico), la consideré sensible, hermosa, en las distancias cortas con un notable poder de seducción, gran conversadora en voz baja, fumando en boquilla, mano temblorosa, confiada en que lo que me pedía que no se publicara así se haría; y luego en escena con un talento que daba para mucho más, pero que con lo que daba hizo disfrutar muchísimo al público más diverso.
Como la mayoría de los cómicos de su generación tenía el clásico complejo de inferioridad en un país que valora muchísimo a los cómicos “sólo cuando se mueren”, de manera que se emocionó mucho cuando los intelectuales del gran parque nacional se acercaban a su teatro a felicitarla y luego escribían bien de ella. El tremebundo y espléndido (cuando te apreciaba) Francisco Umbral y el poeta José Miguel Ullán, por ejemplo, escribiendo columnas o artículos entusiastas, y hasta el sarcástico Emilio Romero, otro tanto. Y asombrada agradecía al público que muchas veces la aplaudió de pie con gente como Dario Fo (el único hombre de teatro que ganó el Premio Nobel como gran bufón del teatro)… entre muchos otros que se postraron ante su talento.
Fue una niña deseosa de abrazos, una jovencita que conoció el primer amor con un galán como Manolo Zarzo, y luego una mujer que tuvo fugaces pasiones, y un gran amor con un hombre de cine con el que estuvo a punto de casarse; encantadora, sumamente tierna, muy profesional a la hora de trabajar, rigurosa y exigente; o muy borde cuando se lo proponía. Una divertidísima fiera en escena, capaz de generar recuerdos fantásticos en los espectadores.
Mi última imagen es muy emotiva: fumaba mientras me comentaba lo duro que había sido aguantar el rigor de los empresarios durante demasiados años, una explotación de esclavos con dos funciones diarias. Pero si ella aguantó y siguió luchando fue por el incondicional apoyo de su padre. Y en esas que traen a la oficina a uno de mis hijos, de sólo 8 años, y ella que se desarma y se pone de rodillas para hablarle cogiéndole la cara: “Qué hermoso eres…”.
Y hermosa fuiste tú, Lina Morgan, en las duras y las maduras festejando la vida como una reina de la carcajada sin distinción de clase: en tus payasadas formidables nos partíamos de risa, mientras tú mirabas hacia el palco en busca de tu padre, de la aprobación y el abrazo de tu padre…
[Tras larga enfermedad, Lina Morgan falleció el 20 de agosto de 2015 con 78 años]