La cuerda rota, Montoto
José Ignacio Montoto
Renacimiento, Sevilla 2014
Por Agustín Calvo Galán
El cordobés José Ignacio Montoto, premio de poesía Andalucía Joven 2013, realiza en cada uno de sus libros un ejercicio estimulante y diferente de funambulismo poético. Si en Tras la luz (La Garúa, 2013) nos presentaba un juego de perspectivas y formas sobre las que el autor dibujaba los espacios y también las dificultades de la comunicación, en La cuerda rota realiza magistralmente un nuevo salto sobre la siempre escabrosa sima de la identidad personal y sobre la poesía como vehículo de exploración de otras realidades.
Tratar la identidad no desde un punto de vista sociocultural, tal y como la actualidad nos tiene acostumbrados, sino como la condición individual de la existencia resulta siempre una acción de riesgo, sin duda, pues crear interés explicando o explicándose resulta más difícil cuando a lo personal se refiere. Sin embargo, y por añadidura, La cuerda rota nos sitúa, en el ámbito de la exploración de otra identidad, de una identidad ajena a la del propio autor; he ahí el gran salto, riesgo que el autor asume y sobre el que trabaja para convertir su libro en poesía verosímil. Ciertamente, ficción o mentira frente a verdad o certeza suelen ser temas abonados para la discusión en poesía. Pero, como explicaba W. H. Auden en su ensayo Escribir (El arte de leer, Lumen, 2013, pág. 48. Traducción de Juan Antonio Montiel): “Lo que dificulta que el poeta no mienta es que, en la poesía, los hechos y las convicciones dejan de ser verdaderos o falsos y se convierten en interesantes posibilidades.”
Así, en esa interesante posibilidad, el libro de Montoto propone varias lecturas, pues no solo se imprime en los poemas la voz de una protagonista femenina, también nos encontramos con la historia de una relación y de una ruptura y que el personaje que nos habla en primera persona se está mirando en el espejo de su realidad y, por tanto, preguntándose por su ser el mundo:
Rasgar el azogue del espejo para convertirlo en simple cristal
Transparente. El miedo a reconocerse.
(pág. 27)
La identidad personal, en la que confluye la historia familiar, el nombre, la pareja y los recuerdos, sirven al poeta para hilvanar un retrato femenino lleno de sugerencias, un retrato que resultará reconocible pero alejado de los lugares comunes. Es así como la asunción de lo femenino desde un punto de vista introspectivo le permite explorar otra identidad u otras identidades diferentes a la suya propia: materia creativa de primer orden y que nos sitúa La cuerda rota en la órbita del “yo es otro” de Rimbaud. Pero también, y he ahí a mi entender la mejor propuesta de este libro, el autor busca no solo la creación de un personaje sino también otra manera de escribir, lo que le lleva a explorar nuevos recursos lingüísticos y literarios, diferentes a los usados en sus anteriores libros, y que se desarrollan desde un estilo discursivo hasta el monóstico, en un ejercicio bien rematado de transformismo poético, y arriesgando en lo estético y en lo lírico:
Entonces comprendí que el amor era una sombrilla que alguna mujer cosió con sus manos para prevenir a su pecho de la luz.
(pág. 34)
Por otro lado, los poemas se llenan de referencias literarias, pero también artísticas, como la mención de los dibujos entre ingenuos y enigmáticos, siempre perturbadores, de niñas de Mark Ryden o el cuadro de Gustave Courbet “El origen del mundo”, ahondando en la búsqueda de universos genuinamente femeninos creados por artistas masculinos.
Por último, el libro también desarrolla un juego de articulación narrativa: comienza con un prólogo, se desarrolla con la parte interior, llamada a su vez “La cuerda rota” y se cierra con un epílogo. Tanto en éste como en el prólogo se nos narran ciertas situaciones enmarcadas en carreteras; ahí los accidentes, la despedida, los quitamiedos, etc. resultan metáforas perfectas para retratar las vicisitudes propias de las relaciones de pareja, donde el amor forma esa cuerda que une, pero que también se puede llegar a romper. El último verso del poema que hace de prólogo dice: El amor tiene extrañas manifestaciones, mientras que el último verso del epílogo y, por tanto, el último verso del libro, dice: El amor tiene extrañas mutilaciones. Manifestaciones y mutilaciones, dos caras posibles de una misma historia de amor, ambas las recorre José Ignacio Montoto con convicción y honda creatividad en este libro.