Rivero Taravillo: formas no personales del verso
Antonio Rivero Taravillo
Calle del Aire, 137
Editorial Renacimiento
Por José de María Romero Barea
Para cada una de las voces de su libro de poemas ‘Lo que importa’ (Editorial Renacimiento, Sevilla, 2015), Antonio Rivero Taravillo (Melilla, 1963) ha concebido un lenguaje y una técnica peculiares, una biografía compleja y un contexto literario que da lugar a sutiles interrelaciones y reciprocidades. Lo que importa es un poemario al uso, pero también un cuaderno de dibujo, un dietario filosófico, un mosaico inquietante de sueños, anotaciones psicológicas, máximas, fragmentos de teoría y crítica literaria.
La vertiente imaginista y la concreción del ideograma se combinan en la sección “Milagros del atardecer”; su estilo limpio, libre de arcaísmos, abarca desde el grandeur (… es misa de una / sobre el mundo. // El día distribuye sus limosnas”) al epigrama (“Ave / a los que van a morir / en este edén / en que la enroscada serpiente / es la mondadura de la manzana”). Las supuestas traducciones de Humberto Fabbro son réplicas a la obra de un poeta “con temas y tratamientos afines (…) lecturas y experiencias comunes”. Son, sobre todo, un acto de crítica: al mostrar cómo la imitación es central al concepto de originalidad, apuntan a la porosidad del proceso creativo: “Mientras, espejo sin azogue que también me copia / el vaso se vacía lentamente”.
Si hay un hilo común, es el de la introspección. En la serie “Sala de espera”, el poeta se pregunta a sí mismo y a los espejos de vida que ha contribuido a crear. La soledad permea “Cenizas”: “… hoy me traéis / nítido a mi padre hace cuarenta años”. Nada puede devolvernos el sueño de ser otro. La introspección está llena de peligros: “… frágiles, deshaciéndoos, / tenéis la solidez de lo indeleble”. El paisaje es espectral: “No ha terminado la combustión”. Para crear, el poeta se destruye. Lo que importa se enfrenta a lo que no. Se suceden las epifanías. “Columpio” es plegaria que encapsula la alteridad. Su sentido de la comedia es agudo: “Con los pies en el suelo, / él es mis alas; cada vez más arriba / soy sus raíces”. Su auto-burla roza el surrealismo: “La gravedad y su ley // La ley de la grave edad”. Al alejarse, el poeta se encuentra: “Hay un momento en que están / a la misma altura nuestros ojos”.
Autor de versiones de John Keats, Alfred Tennyson o Robert Graves, entre otros, Rivero Taravillo es, en esencia, traductor. Sus poemas se benefician no solo de esa disciplina, sino de la filosofía, la crítica y la teoría lingüística. Al igual que Borges o Beckett, la mentira del monolingüismo es aparentemente ingenua. El genio políglota de Taravillo subyace y se refleja en su auto-dispersión en diversos y contrastantes personajes. Todas estas facetas convergen en “una identidad que es alteridad, / el infinitivo, el gerundio. / Las formas no personales del verso”.