Oswald e Imre, una historia de amor
Por Anna Maria Iglesia
@AnnaMIglesia
“¡Yo no estaba enfermo! No. ¡Yo era simplemente como había nacido! Un ser humano perfecto, con una consistente salud física y mental”, exclama con efusividad Oswald a un silencioso y, aparentemente, impertérrito Imre, “fui creado como un hombre perfectamente masculino, a excepción de lo único que aleja a este hombre de la posibilidad de ser completamente masculino: su terrible necesidad de una unión física y psíquica con un hombre, no con una mujer”. Es 1906, Budapest, Oswald, el personaje creado por el escritor y periodista inglés Edward Prime-Stevenson, confiesa su homosexualidad a Imre, el joven militar del que se enamora y que le corresponderá con su afecto; si bien es cierto que algunos podrán decir que dicha afirmación no es más que una revelación injusta del final de la historia entre estos dos hombres, les aseguro que lejos de quien escribe ejercer de spoiler. De hecho, si algo define la novela de Prime-Stevenson, Imre: una memoria íntima, publicada por la editorial madrileña Dos Bigotes, es que es la primera novela de la tradición literaria inglesa abiertamente gay y con final feliz. Son precisamente estos dos detalles –la explicitación de la relación homosexual entre los dos personajes y la próspera conclusión de la obra- los que hacen de esta novela, publicada por primera vez en castellano, un punto de inflexión en la literatura LGTBI: como bien apunta Alberto Mira, no sólo nos encontramos frente a una novela que relata en primera persona la historia de amor entre dos hombres, sino que Imre: una memoria íntima es un alegato a favor de la homosexualidad como condición sexual natural y, por tanto, es una respuesta contundente a los estudios que desde la medicina tradicional y desde las nuevas vertientes de la psicología y del recién instaurado psicoanálisis –apenas seis años antes, en 1900, Sigmund Freud publicaba La interpretación de los sueños– se estaban realizando en torno a la homosexualidad, considerada por aquellos años como una patología que podía ser curada.
Como también defenderá en su siguiente obra, The intersexes, Prime-Stevenson naturaliza a través del personaje de Oswald la homosexualidad, desmiente su encuadre en la patología médica y la inscribe en el ámbito de la atracción sexual y de los sentimientos. Resulta clave señalar que dicho proceso de naturalización o, como indica Mira en la introducción, de legitimación se realiza a través de la introspección de los personajes, haciendo énfasis en la relación sentimental y de amistad que se establece entre los dos personajes: “una de las estrategias de ciertos autores homosexuales finiseculares había sido, ciertamente, activar el homoerotismo de las representaciones dándole un giro legitimador del propio deseo”, señala el prologuista, para quien la verdadera innovación de Prime-Stevenson reside en el hecho de que éste “va más lejos al insistir en que también el atleta, lejos de ser un simple objeto de la mirada del hombre maduro, no solo responde a esa mirada sino que también es ‘un homosexual’”. Imre no es sólo el objeto de deseo de Oswald, no es una proyección estetizante del ideal clásico del cuerpo joven, recurso proveniente de la literatura clásica y que volvemos a encontrar en autores más recientes como el Thomas Mann de Muerte en Venecia: Imre es, como dice Mira, homosexual, es decir es alguien que participa de la atracción y de los sentimientos que siente Oswald y, en efecto, es Imre quien, en verdad, gestiona la relación, es él quien “determina la clausura narrativa”. Si bien es cierto que Prime-Stevenson se apoya en la mención de grandes autores abiertamente homosexuales, como Platón, Shakespeare o Lord Byron, a nivel narrativo escapa no sólo del modelo griego en el que, como acabamos de señalar, el homoerotismo se sustentaba sobre una proyección idealizante de un cuerpo joven y de perfecta constitución, y en el que el homoerotismo venía como una práctica dentro del proceso de formación dialéctica –basta leer los diálogos platónicos, en concreto El Convite para observar como la relación homosexual entre dos hombres era legitimada en tanto que forma de aprendizaje y de enseñanza, es decir, como parte sustancial de la relación maestro-discípulo-, sino que Prime-Stevenson huye de las alusiones y de las máscaras retóricas a favor de un leguaje explícito. Imre: una memoria íntima se presenta como una memoria, desde el propio título, la narración juega con el género biográfico, un juego que se refuerza a través de la primera persona de la narración. No se trata de rastrear las posibles referencias biográficas de la novela, poco importa en verdad si tras Oswald se esconde Edward Prime-Stevenson, puesto lo relevante es la estrategia narrativa adoptada por el autor: éste presenta una novela que no quiere proponerse a nivel pragmático como una ficción, sino, por lo contrario, como una confesión, como el relato auténtico de una historia de amor. De ahí que Oswald sea el narrador, sea él quien, muchos años después, relate su historia con Imre, una historia que, como el propio Oswald indica en las primeras páginas, tuvo un final feliz.
Prime-Stevenson no busca sorprender al lector, éste sabe desde el inicio el desarrollo de la historia que está a punto de leer; con su novela Prime-Stevenson reconstruye el proceso de descubrimiento de la propia sexualidad, describe los conflictos ante la aceptación de la propia condición sexual –Oswald, de hecho, aun aceptando su homosexualidad, la acepta solamente como una atracción platónica hacia los hombres, negándose toda relación real-, presenta los reparos sociales a los que el homosexual debía enfrentarse, desde el rechazo social hasta la consideración de enfermo e, incluso, de apestado y aboga por la legitimación de la homosexualidad así como la libertad de los dos personajes a vivir sin máscaras y sin reparos su propia historia. Sostiene Mira en su introducción que el final feliz con el que Prime-Stevenson decide cerrar su narración puede resultar algo utópico, incluso naif, en tanto que en ningún momento se plantean los indudables conflictos sociales a los que tanto Oswald como Imre deberán hacer frente. Entre ellos se quitan la máscara, pero ¿era capaz la sociedad europea de 1906 de aceptar una relación homosexual abiertamente reconocida? Sin duda la respuesta es negativa, el propio Prime-Stevenson nos lo recuerda a lo largo de toda la narración, relatando distintos episodios de las vidas de los protagonistas. Entonces, ¿es verosímil un final feliz? O mejor dicho, ¿independientemente de su enamoramiento, el contexto histórico-social en el que viven les depara a Oswald y a Imre una verdadera felicidad? Si respondiésemos a estas preguntas, seguramente ya no podríamos hablar de un final alentador y próspero; sin embargo puede que en verdad toda pregunta y considerar el final utópico no como un desliz excesivamente romántico, sino como expresión máxima de la legitimación reivindicada a lo largo de la novela. Edward Prime-Stevenson aspiraba y defendía con activismo a través de la escritura la normalización, la igualdad y la libertad; murió en 1942 y no pudo ver las conquistas obtenidas. Sin lugar a dudas, todavía hay muchos prejuicios y muchas reticencias homófobas por combatir, pero de lo que no cabe duda es que se han realizado grandes pasos adelantes. Sólo quedaría preguntarse cuánto le debemos a Edward Prime-Stevenson, aunque, al fin de cuentas, también este interrogante sobra: basta leer el libro para saber la deuda que la sociedad en su conjunto tiene con este escritor y periodista inglés.