Mercuriales (2014), de Virgil Vernier
Por Miguel Martín Maestro.
Mercuriales es un relato hecho de pedazos, de trozos derrumbados procedentes de siglos de cultura, escenas de aparente inconexión e intrascendencia en las que la cámara parecería no seguir un propósito determinado, personajes que entran y salen sin interrelación entre ellos. En Mercuriales termina sobresaliendo el todo sobre las partes, pero sin esas partes no existiría el todo. De la urbe megalómana al espacio abandonado, de construcciones que desafían la racionalidad elevándose sobremanera y creando espacios de exclusión a pequeñas construcciones destinadas a la demolición, en Mercuriales todo parece viejo, desde la imagen (16 mm con bordes redondeados) hasta las construcciones, pero estamos en el París de 2014.
De la obsesión por la seguridad a la obsesión por la soledad, de la incerteza de un futuro que se desea próspero y relajado a la realidad punzante de no tener dónde caerse muerto. Lisa y Joane son dos jóvenes que se conocen en una especie de proceso de selección que parece el salón de espera de un burdel, la mano de obra como mercancía barata a exponer en el escaparate de una recepción de un edificio de oficinas. El vigilante de seguridad, de quien nunca sabremos el nombre, parece sacado de un tiempo y lugar ajeno al de su trabajo. Zouzou aparece y desaparece dejando a su hija Nadia sola o con la compañía de Lisa y Joane. El guardia sólo comparte espacio con las jóvenes recepcionistas de dos inmensas torres situadas en la zona de Bagnolet en París, no comparte ni tiempo, porque él trabaja por la noche cuando las jóvenes ya han terminado su jornada, ni actividades, aunque sí un estado de ánimo decepcionado. Las miradas, tristes y vacías, se acomodan al paisaje urbano que se ve desde la terraza de una de las torres, kilómetros y kilómetros de ladrillo, acero, cristal y hormigón, ninguna seña de identidad que permita reconciliarse con una sociedad hecha para crecer hacia arriba sin formar lazos de unión entre quienes sostienen la pirámide.
Las escenas se suceden, comienzan cuando ya ha pasado algo previamente y terminan antes de dar una solución, en los bajos de estos edificios inmensos que hay que proteger para que nadie extraño se introduzca, se refugian borrachos, sin techo, drogadictos, prostitución, como una fortaleza que nada guarda, asediada por quienes quieren tener algo. Son islas en una inmensidad, construcciones que se elevan por doquier y que, como dice una de las chicas “parecen fichas de dominó colocadas para caer una tras otra”, como así ha sido, piezas de un sistema que se derrumba porque sus pies son de barro.
La película parecerá absurda a no pocos que la vean, pero contiene muchos elementos de reflexión acerca de nuestras nuevas sociedades, las familias desestructuradas, la huida de países cuya existencia es prácticamente desconocida para la inmensa mayoría de personas aunque estén a las puertas de Europa occidental (Moldavia), la necesidad de cariño, por mínimo que sea, para poder seguir levantándote día tras día, la mezcla de culturas, razas y religiones como una situación real que exige verdaderas políticas de integración para que esas torres gemelas no terminen desintegradas en el futuro, y no por radicales procedentes del exterior sino creados internamente. Esta sociedad que se descascarilla, que se decapa como una cebolla con el simple paso de una uña, como esa habitación que es desmantelada en medio minuto perdiendo su maquillaje para dejar ver un muro arruinado y abandonado.
Y Mercuriales es una película donde, también, la noche va aumentando su importancia para narrar leyendas extrañas y ajenas, para mezclar culturas aparentemente aisladas, la noche de luna llena hace aparecer vampiras llenas de rabia y con afán de destrucción, vampiras que sacian esa frustración sin dañar a nadie, que prefieren la soledad de espacios abandonados a mezclarse con personas que pueden terminar siendo víctimas. La noche abre sus puertas a lo peor, a la amenaza constante de una violencia que no termina de llegar, a la amenaza permanente de espacios vacíos de los que la gente ha sido desplazada. Mercuriales cierra el círculo dejándonos a nuestro vigilante trabajando en un turno de día en un supermercado, como símbolo de progreso en el trabajo; a Lisa, la joven moldava, retomando un camino de vuelta que la traslada otra vez a la casilla de salida; a Joane en el mismo estado de depresión por el que siempre se mueve en la película. Digamos que Joane es Francia, Lisa la Europa del Este y el vigilante representa a los franceses de tercera generación nacidos en un país que culturalmente no les acoge, extraño de sí mismo.
Para la vieja Europa no hay más salida que la demolición, destruir para reconstruir con nuevas bases, Vernier nos ofrece la visión desde dos bellos rostros (Anna Neborac y Philippine Stindel) para que no olvidemos que existe belleza incluso en los momentos más desesperados y decepcionantes. Nos cuenta una película de dos mujeres pero nos anuncia que podría haber contado la historia de muchos otros personajes, de la mujer vampira a la de la pequeña hija de Zouzou, del aparente aburrimiento vital de las recepcionistas a la historia de una bailarina de striptease en un local donde se exhibe porno en vivo, o la dura vida diaria de una madre soltera de origen africano en un mundo suburbial que te conduce a prostituirte, o, por qué no, al mundo solitario, amenazante y violento de un vigilante de seguridad que va cambiando de trabajo cada poco tiempo, incluso terminando en el ejército con el temor permanente a ser objeto de un atentado en tiempos convulsos. Mercuriales es una película con muchas otras en su seno, no es una historia desdeñable, desde luego.
*Película que puede verse en el Atlántida Film Fest 2015 a través de Filmin: https://www.filmin.es/atlantida-film-fest