La influencia del existencialismo en la poesía española de posguerra
Por Noelia Ares López.
La Guerra Civil (1936-1939), el inicio de la dictadura franquista, el exilio de muchos españoles, entre ellos intelectuales, el recelo a las tendencias vanguardistas y la censura política e ideológica; todos estos factores fueron responsables de paralizar la evolución de la cultura española de los años cuarenta. Pero afortunadamente hubo un género que evolucionó durante la posguerra de forma muy diversa: la poesía, ya que nacieron en ella dos tendencias muy contrapuestas entre sí: la poesía arraigada y la desarraigada.
Los autores del primer grupo se identificaron con el régimen franquista y defendieron sus valores: la familia patriarcal y una fuerte moral católica. Los tres ejes temáticos de esta poesía arraigada se podían resumir en: Dios, la familia y la tierra. La poesía de estos autores transmitía una visión idealizada y heroica de la vida que no se correspondía con la realidad de esa época. A Dámaso Alonso, poeta contrario al grupo, se debe el apodo de «poesía arraigada».
Al mismo tiempo, también se oye la voz de otros líricos que no se sienten cómodos con la nueva España y dan constancia de ello en su «poesía desarraigada». Esta poesía conectó con la obra de autores como Pablo Neruda, Rafael Alberti, Miguel Hernández y se caracterizó por el desarraigo existencialista, la angustia vital y el vacío, sentimientos que vienen dados por distintas causas, pero la mayor, sin duda, la traumática experiencia de dos conflictos bélicos: la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial.
Por otra parte, convive y se nutre manifiestamente de otras influencias externas como el existencialismo, una corriente de pensamiento que agitaba toda Europa. «Existencialismo» es un término que se aplica a la obra de un conjunto de filósofos de los siglos XIX y XX; en particular, a las reflexiones de Søren Kierkegaard -hoy considerado el padre del existencialismo-, que estableció que cada individuo es únicamente responsable de darle a su propia vida un significado. Para los existencialistas la vida no tiene un sentido a priori; sólo se puede hablar del sentido que cada uno le da.
Pero el término “existencialismo” no tuvo valor filosóficamente hasta la década de los 40, en el siglo XX, cuando lo resaltó el filósofo francés Gabriel Marcel, y no se difundió hasta que Jean-Paul Sarte – el más conocido de los filósofos existencialistas- lo adoptó y explicó en su obra «El existencialismo es un humanismo». Posteriormente, en esta búsqueda inicial por establecer una genealogía del existencialismo, fueron escogidas las obras literarias de dos autores: Fiódor Dostoyevski y Franz Kafka.
Esta filosofía cuestiona la existencia humana y obtiene angustia como respuesta. Al pensador existencialista se le ocurre esta pregunta cuando ve fracasar los grandes ideales de la modernidad y se observa viviendo en un mundo inestable. Pretende, además, el conocimiento de la Realidad a través de la propia existencia. De ahí que concluya que el ser humano en su absoluta individualidad es el creador y el único responsable de su vida. La libertad humana y la elección se convierten, así, en temas ineludibles.
Durante los años cuarenta, en la época del auge del existencialismo, en España comenzará la primera etapa de censura, un hecho que detiene el desarrollo cultural. Por otro lado, el exilio se convierte en algo constante, con lo que desaparece el público de los escritores españoles. Ante esta situación, los creadores de la poesía desarraigada, los únicos capaces de observar la realidad de ese momento, se sumergen en el pesimismo, la soledad, el silencio y el enfrentamiento a una nueva vida en otro país. De ahí que los temas de esos escritores giren en torno a esos sentimientos de inquietud, de carácter existencial, cuyo protagonista es el hombre. La religiosidad también está muy presente aunque con un tono desesperanzado, de duda; se aprovecha para lanzar maldiciones sobre el porqué del dolor humano.
«Hijos de la ira», del poeta, traductor, filólogo y crítico Dámaso Alonso se convierte en la obra poética más trascendental de la posguerra española, ya que representa una ruptura con la poesía esteticista y ajena a la realidad histórica que venía imperando en España. Lo logra sirviéndose de imágenes desgarradas y desagradables, brutales y surrealistas. Esta obra de Dámaso Alonso es un potente grito contra la incomprensible actuación del hombre en ese mundo de guerras y un reflejo de la desesperación de la posguerra. Se describe al hombre como un ser despreciable ante los demás: ha sido la guerra quien ha convertido al hombre en un monstruo pero quien ha decidido hacer la guerra ha sido el hombre. Aquí se percibe una obsesión existencialista: la libertad del ser humano y la dolorosa responsabilidad que conlleva.
El primer poema de «Hijos de la ira», titulado acertadamente «Insomnio”, introduce el tema de la deshumanización y de la tragedia. El sujeto lírico es uno de los tantos seres que se está pudriendo. No es sólo espectador del proceso, sino que también se siente miembro de esa humanidad corrompida que, desesperanzada, clama a Dios:
Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas).
A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este nicho en el que hace 45 años que me pudro,
y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros, o fluir blandamente la luz de la luna.
Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como un perro enfurecido, fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla.
Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma,
por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad de Madrid,
por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo.
Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día, las tristes azucenas letales de tus noches?
Ante el vacío de la vida, el hombre necesita la creencia en la existencia de un Dios para evitar la soledad que siente. Según los existencialistas, es el sentimiento de angustia lo que conduce a la creencia en Dios; posteriormente, esa fe elimina el sentimiento de angustia.
Esta poesía de posguerra abre el camino a una literatura más humana y crítica en España. La influencia existencialista, especialmente de su tono insatisfecho ante la realidad, traerá la poesía social de otros autores posteriores como Blas de Otero o Gabriel Celaya.