Autopsia de un amor (2003-2013), de Arturo Prins
Por Miguel Martín Maestro.
El título refleja el propósito de la obra, hablar de lo muerto, de lo que ya no existe o de lo que nunca ha existido, y el director utiliza la más pornográfica de las posibilidades, exponerse públicamente, en un documental, como objeto a analizar, como ser sufriente por el abandono, para posteriormente trascender de lo particular a lo general. Como ese último cuadro que el artista y director dedica a su ex, la musa insustituible hasta que sea sustituida, la película es un carrusel de sensaciones positivas para el espectador. Junto con otros demasiado previsibles y prescindibles, hay momentos bellos, otros muy logrados y alguno muy fallido. Poner en imágenes tu propia experiencia, exponerse públicamente, puede provocar cierta vergüenza ajena en el espectador, salvada, lógicamente, porque en el amor y el desamor todos hemos transitado y perdonamos las sensaciones expuestas de los demás porque, quien más quien menos, ha vivido o hecho algo semejante alguna vez.
A veces se habla de amor cuando se quiere hablar de sexo, que no es lo mismo, se habla de amor cuando se quiere hablar de pérdida de libertad, en las relaciones se pierde la individualidad y se pretende cambiar lo que no gusta del otro en vez de cambiar lo que no gusta de uno mismo. Arturo, el director, sufre la ruptura cuando previamente ha despreciado la compañía, una vez perdida toda posibilidad de recuperar a su pareja es cuando decide hacer todo lo posible por volver con ella, sufrir, sentir dolor, dar pena, evocar el pasado, prometer mejorar, todo es inútil, el camino del desamor ha de convertirse en el camino de aprendizaje, en todas las situaciones es posible aprender. Eso no significa que en el futuro no vayas a repetir las mismas equivocaciones, ni que vayas a ser mejor, el amor no es ni tiene por qué ser perdurable, el amor no es comodidad, muy al contrario, como evoca el documental al principio, el amor desprecia a los perezosos, pero la losa religiosa es irrompible, “hasta que la muerte os separe”, menuda estupidez.
Olvidada a tiempo la anécdota personal, aunque siempre recurrente, que hubieran hecho probablemente insufribles casi dos horas con el director como tema de la película, éste embarca en el proyecto a amigos, compañeros, familiares, personas anónimas, para que cuenten sus experiencias sobre la finitud del amor, sobre su esencia, sobre la traición, sobre el desamor, sobre cuántas personas pueden ser amadas al mismo tiempo. El panorama puede ser realista, pero es desalentador, “el amor te fastidia la vida” contesta una mujer al ser interrogada sobre lo que es el amor para ella, el amor se constata como un imposible producto de ensoñaciones y fantasías, y en el amor entra el conflicto de sexos, la pesada carga judeocristiana en la que la mujer es aniquilada sexualmente, una carga religiosa que ha elaborado la sexualidad desde el punto de vista masculino, donde el placer es efímero y agota, mientras que el miedo masculino se desborda cuando se constata que la mujer no sólo disfruta más y mejor, sino que incluso su placer es ilimitado, demasiado peligro para morales represoras y en manos de hombres exclusivamente. Por eso, cuando la mujer deja de ser recipiente y se transforma en fuente, hay poderes que se preocupan y confunden el sexo con la moral.
Esa carga, esa necesidad de vida en común, un mismo techo, una familia, un coche, unos hijos, despojan al ser humano de individualidad, demuestran su miedo visceral a la soledad y la necesidad de estar atados, esposados, perder la libertad para perpetuar clichés seculares. Siendo la película de un hombre abandonado y alma en pena durante un largo año incapaz de asumir el dolor de la pérdida, las reflexiones más brillantes las dan las mujeres, las más ácidas contestaciones, las más amargas, las más libertinas, las más sensibles y sinceras, incluso aquellas reflexiones muy inteligentes procedentes de un hombre se ponen en voz de mujer (Onfray, Nietzsche, Godard, Buda…). Desfilan por la pantalla cuerpos y voces de mujer, “ninfas del amor” las llama el director, en recitativos operísticos que rompen, momentáneamente, la realidad física del documento para aportar un toque entre filosófico y etéreo, del mismo modo el filósofo Onfray ofrece a cámara explicaciones propias de un intelectual dispuesto a ser entendido por el común de los mortales, reivindicar la libertad sexual y la libertad individual en tiempos de liberalismo económico atroz parecería algo a favor de la corriente, sin embargo, el sistema se ha construido sobre el control de aquello que al individuo le pueda parecer placentero, todo un éxito de la película contar con el testimonio vivo de uno de los pensadores más reconocibles en la actualidad.
Confundir amor y fidelidad sexual es uno de los grandes logros religiosos en nuestras sociedades occidentales, crear seres atormentados por la idea del pecado ligado al placer, otro de los elementos más castradores del individuo, unir la idea de matrimonio y reproducción partiendo de una filosofía religiosa que nace de un “castratti” casado con una virgen que da a luz un niño fruto de un adulterio (místico, pero adulterio al fin y al cabo) para conformar un sistema político y económico indestructible, es algo digno de alabar, aunque sea a costa de la felicidad de millones y millones de personas y durante veinte siglos, una maquinaria perfecta de control de masas que invade nuestra vida personal por muy alejado que se encuentre uno de esa opción, no en balde la película se inicia con una confesión ante un sacerdote en vez de en la consulta de un psiquiatra o psicólogo.
Por eso el documental ofrece momentos espléndidos, normalmente los de los espontáneos, esos matrimonios ya maduros donde pervive el machismo ancestral de un catolicismo a ultranza, o el increíble discurso de la recién casada, y ofrece otros momentos ficcionados que me atraen por su evocación godardiana, no oculta ni clandestina, cuando mujeres se dirigen a cámara y discursean en francés recitando textos de un libro del filósofo, atacando conceptos predeterminados sobre el amor o lo que debemos considerar como amor y relaciones personales. También hay momentos mejorables, hay metáforas demasiado trilladas como ese salir del túnel o el largo trayecto en la oscuridad del mismo, las flores marchitas, la pareja libre en la playa… El fin del amor, a la búsqueda de esa relación perfecta y no querida que es la de la pareja que no produzca dolor.
“Baila conmigo por tu belleza sonando un ardiente violín.
Baila comingo a través del pánico hasta que esté seguro en él.
Elévame como a una rama de olivo y sé la paloma que me lleve a casa.
Baila conmigo hasta el fin del amor.
Baila conmigo hasta el fin del amor.
Oh, déjame ver tu belleza cuando los espectadores se hayan ido.
Déjame sentirte moviéndote como lo hacían en Babilonia.
Muéstrame lentamente los únicos límites que conozco.
Baila conmigo hasta el fin del amor.
Baila conmigo hasta el fin del amor”
Leonard Cohen